Tapaos con mantas y apagad el gas

Es seductor pedir a la población que racione. Raciona el consumo de gas, raciona el consumo de carne, raciona el consumo de agua, raciona el uso del coche, raciona viajes, raciona el consumo de comida, raciona la calefacción, raciona la luz, raciona la felicidad, raciona la vida… raciona tu existencia. Es seductor pedir a la población unas obligaciones que quien tiene la desfachatez de pedirlas, cumple más bien pocas. Por no decir ninguna. Pero me quedo con pocas porque al menos si racionan algo, y es la decencia.

La decencia moral la llevan a cotas mínimas, han conseguido que sus remanentes históricos permanezcan en números más que verdes, morados. Ya sabéis que de 500 a 500 tiro por qué el lobby de turno me deja. Pero no vamos a pedirle moralidad a esas élites que han vendido a su madre por unos ceros más en su cuenta de Barbados. A fin de cuentas, el gentío que puebla aquellos verdes pastos de la vertiginosa dolce vita son indecentes bastante bien localizados. Pareciera incluso que existía un statu quo por el que les dejábamos robar, a cambio de dejarnos a nosotros tranquilos. Por supuesto ese trato invisible se rompió hace unos cuantos años, y pisotearon los restos en estos últimos 24 meses de pandemia. Ya no hay contrato ni acuerdo, solamente anarquía y una vorágine de violencia que no hará más que quemar alma tras alma.

Pero después de nuestras élites que serían los líderes de gimnasio, tenemos al pokemon colaboracionista. Generalmente suele ser un adjunto en un ente público ansioso por publicar un paper sobre cualquier tema actual que le importa a nadie: véase los hábitos sexuales de la secuoya del Pirineo. Son habitualmente de buena familia, niños y niñas bien que están dispuestos a medrar para trepar lo más alto posible en la cadena chupóptera, siempre con el apoyo de progenitor de turno. Que, casualmente, tiene un nexo de unión con el ente público que gobierna en la pedanía, autonomía o en otros casos, asociación o universidad.

(En la empresa privada también tenemos a este espécimen, pero lo tocaremos otro día)

Este colaboracionista te dirá que vivimos en una emergencia eterna, e intentará culparte a ti por todos los males que existen en el mundo. Defenderá con uñas y dientes (argumentos no, simplemente fanatismo porque come de eso) a su mecenas de turno o al tipo que esté más arriba en el partido y/o cadena alimenticia de su mecenas, pero del que su mecenas también come. Porque a fin de cuentas es todo una cadena de mamadores del ente público incapaces de medrar más allá de su propio círculo. A su modo de ver, tú qué quizás no has llegado muy lejos pero tienes lo que tienes gracias a un esfuerzo envidiable, no eres más que una pieza prescindible que debe seguir engrasando la maquinaria que produce los morados que engordan su cuenta bancaria.

Luego estás tú, el pringao. Cómo yo. Bienvenido al club.

El pringao no tiene oficio ni beneficio, ni mucho menos voz. Te hacen pensar que cada cuatro años decides algo, acudes feliz a un colegio para meter un papel en una caja de plástico, mientras algunos de éstos colaboracionistas van y vienen por ese colegio con un collar de diferente color y siglas, y se ríen en la puta cara del pringao. El pringao es un ser confiado, que aún cree en el sistema y piensa, con toda su buena fe, que puede cambiar el mundo mediante los buenos actos y el comportamiento decente. El pringao intenta ser honrado, pero la honradez no te da de comer, máxime cuando el colaboracionista medra día a día para que esa honradez no sea más que una palabra vacía. El pringao cree, pero no demasiado, en sus posibilidades. Porque en el fondo es consciente de que lo más lejos que va a poder llegar es al banco de la esquina a pedir un crédito para llenar el depósito del coche, ir a trabajar y con ese sueldo pagar el crédito. Y meterse en la rueda para no volver a salir.

Somos pringaos y lo vamos a ser siempre, pero somos pringaos que ya no creemos en el sistema. Y eso nos hace pringaos peligrosos. Y cuando el pringao no tiene nada que perder, deja de ser un pringao y se vuelve un arma.

2 comentarios

  1. Tiene que existir un término medio entre esos puntos que dices, no creo que todos seamos blanco o negro.

  2. Y eso si nos dejan mantas

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