Miedo subvencionado

Estamos desamparados. Estamos solos. Estamos abandonados. Estamos atemorizados. Estamos perdidos.

La tristeza de salir a la calle y que la soledad aniquile la tímida sonrisa que consigues arrancarte cada día frente a un espejo que te juzga con una penetrante mirada. La tristeza de pasear con la cabeza baja, agachando tus emociones con los ojos fijos en un suelo empedrado de sueños rotos. La tristeza de escuchar las distantes carcajadas de unos niños, encerradas en un trapo que tapa sus sonrisas; acto que antaño consideraríamos inaceptable. Presos de nuestros miedos más absurdos. Encarcelados por quienes deberían hacerles sentir libres.

La tristeza de acordarte cada día de que en esta ocasión, todo tiempo pasado parece haber sido mejor. Al menos, el pasado no tan distante… solamente dos años y medio. Es sorprendente como hemos sido capaces de renunciar a todo con una facilidad tal, que cuando las generaciones venideras vuelvan a mirar a esos aciagos años 2020, llegarán a creer que nos enfrentábamos a algo peor que la aniquilación de la especie. El miedo patrocinado. El miedo corporativo. El miedo público y el miedo subvencionado. Ese miedo que el gobierno se ha encargado de promover cómo se promueve la vacunación infantil. Ese gobierno que ha enfatizado con ahínco en derruir la poca cordura que aún sobrevolaba sobre una ciudadanía nada arrepentida. Un miedo que ha conducido a personas no hace mucho totalmente normales, ha un estado de histeria y paranoia tal, que el mismísimo Diablo sentiría envidia de esta obra tan bien llevada.

Un miedo con presupuesto público y agenda diaria, un miedo que muta de acuerdo a las intenciones de una clase política y gubernamental que ya vive ajena a la sociedad que debería defender, a fin de cuentas es preferible infundir miedo que gobernar. Ha resultado una fórmula sencilla y rápida. Enfrentamientos entre hermanos y vecinos por un enemigo inexistente y terrible, mientras deshaces a tu antojo y trepas en la montaña de la inmoralidad social. Qué importa si todo se desmorona, al fin y al cabo su mundo se ciñe a gestionar un dinero que no es suyo, mientras nos obligan a realizar unos deberes que no son nuestros y nos quitan todo lo que nos pertenece diciéndonos que no lo merecemos.

No se puede luchar contra los titanes que legislan armados con trapos en la cara, pero podemos luchar contra ellos armados con la razón bajo nuestro brazo y alzando en el otro la maltrecha constitución. Ley de todos que se afanan en incumplir por activa y por pasiva. Ley suprema que nos debería de defender de atropellos de caciques solamente por el mero hecho de existir. Invocamos una y otra vez el diálogo, pero el diálogo no puede abanderar ninguna lucha si la reciprocidad brilla por su ausencia. ¿Qué nos queda? La abstención. Abstenernos de participar y abstenernos de la complicidad que hasta ahora nos ha ido acompañando cada día. Pero la abstención quizás sea la rendición ante la evidencia, ante una derrota total mediante el aislamiento de la razón.

Hemos permitido que el enemigo se instale en nuestras cabezas, ha anidado en lo más hondo de nuestro subconsciente y hemos entrado en su laberinto.

¿Hemos perdido?

5 comentarios

  1. El miedo nos ha vuelto predecibles y vulnerables y los que tendrían que defender a esas mismas personas, ahora se aprovechan de ellas con una falta de escrúpulos total.

  2. No estamos tan solos, hay que ser positivos

  3. El miedo lo bueno que tiene es que siempre puede cambiar de bando

  4. Y lo que te rondaré que encima hay mucho estómago agradecido ahora mismo

  5. Más solos que la una, pero tus palabras necesitan más altavoz

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