Yolanda Poppins y la política cuqui

Ayer escuchaba a la vicepresidenta decir que la economía social es un poco como el gobierno de España. Que son pacifistas, buenos, que exudan aromas florales y el corazón está de su lado. Básicamente, como en cada uno de sus discursos, es una persona que dice treinta mil palabras por minuto y no dice absolutamente nada. Un discurso vacío, la nada eterna, la soflama sin el menor sentido, la palabra inerte y la carencia total de ideas. Discursos buenistas que no aportan un atisbo de realidad al receptor. Discursos que nos retrotraen a una forma de hacer política efectista desde el sentimiento del pensamiento ameba, pero incontestable ante el mundo al que se tiene que enfrentar. Porque Yolanda sabe a quién se dirige y sabe quién le compra su nadería, sabe quien recibe su vacuidad sin el menor reproche, lo sabe porque lleva ensayando mucho tiempo para esto y no ha descubierto América en un vaso. Su realidad se asemeja a la tuya en lo mismo que su discurso al de un político de estado, pero el disfraz de encomiable oradora y política con altura de miras, es algo que lleva tiempo portando como porta sus vestidos cuquis. Porque ni la razón ni el corazón están de vuestro lado, como tampoco lo está el dinero y la realidad que nos ha tocado vivir. Porque se habla despacio, con voz baja e hilando palabras para que juntas suenan preciosas, pero intentando decir lo menos posible para que no se note que no tienes nada que aportar. La condescendencia tiene que acompañar siempre cada expresión, marcando límites entre nosotros y ella, aunque de vez en cuando reduzcan la distancia intentando acercarse a la plebe. No es así, se sabe muy lejos. Se nota muy lejos.

Porque nos gobiernan actores de culebrones que piensan que son nominados al Oscar, demostrando unas capacidades interpretativas dignas de una película de Bergman.

Les gusta crear problemas donde no había nada, aportando soluciones que no tienen nada que arreglar porque de base, no existe ningún problema. Y así hacen como que hacen algo cuando los problemas reales continúan ahí, devorando el país y cada recoveco de la nación sin ningún tipo de inconveniente. Es la política ‘new age’. Vivimos unos tiempos en los que no importan los problemas reales: desempleo, deuda, inflación, desfase tecnológico, desindustrialización, pobreza energética y social, sanidad o educación. Nada de eso tiene la menor relevancia. Son tiempos en los que se gobierna en base a teatros y discursos incongruentes, tratando de convencer al votante alienado que siempre se creerá por encima del bien y del mal. Repetir ideas simples, discursos sin demasiado contenido y apelar a lo emocional. Apelan al sentimiento. Tratar al votante como un niño de dos años al que no hay que darle demasiadas explicaciones, porque no es más que un ser irracional incapaz de pensar por sí mismo. Y no me cabe duda de que la masa, ha demostrado serlo. Y me remito a una población que ha aceptado el uso de la mascarilla en los contextos más absurdos, sin el menor atisbo de pensamiento crítico. Una ciudadanía que tolera la gasolina a 2 euros, el destrozo de los estamentos estatales, desde la base jurídica de ‘por mis cojones’ o tolerar comportamientos autocráticos y dictatoriales del cacique autonómico de turno, por medio de una emergencia sanitaria aún en vigor, que se mantiene sin el menor sostén legal. Pero qué importa, si tenemos una política circense, donde se hacen cosas chulísimas a diario.

Porque mientras destruyen todo lo que te rodea, ellos realizan estas performance con colorines y sonrisas. Mientras hunden el país, las Yolandas de turno cumplen su función, que no es otra que tratarte como si fueses imbécil y que tú les aplaudas por ello.

Deja un comentario