Y empezó la guerra

Volvemos sobre nuestros pasos, ajenos a los que gritaron nuestro nombre contra el viento. La metralla atraviesa la carne, la sangre fluye de la viejas heridas; y mientras tanto las pocas lágrimas que aún persisten en nuestras almas se envalentonan frente a la desidia. Olvidados como parias, no sin que los hombres y mujeres enterados resurjan de sus embarradas tumbas fusil en mano. No son luchadores ni guerreros, tan solo pensadores y artesanos; ciudadanos y mentecatos. ¿No lo somos todos? A fin de cuentas, cuando la primera sirena atruena en la distancia, nos impacta en el corazón con la potencia de diez soles. Son mil o son cien mil, todos bajo una sola voz y un desterrado idea de patria y tela. Lucha y batalla.

Somos resquicios sentimentales de épocas mejores. Somos errores victorianos de luchas desfasadas. Somos el fruto de un vientre marchito y tormentas insidiosas. Somos sin ser, reflejos de sociedades caídas que se resisten a su presente olvidando su pasado y condenando su futuro. Somos lo que nos han hecho ser. Somos lo que nos hemos dejado hacer. ¿Ante quien vamos a discutir? Cómo vamos a luchar, si no tenemos por lo que luchar. Nos escondimos como comadrejas. Sobrevolamos los conflictos desde una atalaya de superioridad innata, que nos fue otorgada por hombres que supieron empuñar mejor un arma, por hombres que supieron disfrazar las balas con palabras.

¿Qué son ellos? Pues son lo que nosotros no queremos ser. Son lo que nosotros alguna vez fuimos, y seguramente estemos condenados a volver a ser. Ellos son nuestro futuro en nuestro pasado. Ellos atraviesan la línea del tiempo sin constancia, mientras nosotros observamos qué desenlace llegará, desde la comodidad de un hogar caliente y protegido. ¿Qué son ellos? No me cabe duda de que son lo que jamás quisieron ser, pero están obligados a padecer.

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