Retirar las campanadas de la iglesia entre las 23:00 y las 08:00 en Herrera de Ibio (Cantabria), porque el ruido molestaba a los huéspedes de una casa rural. Por supuesto después de la viralidad que tuvo, los vecinos consiguieron recuperar el sonido del campanario para su rutina diaria a pesar de las quejas de ciertos personajes. Pero si miramos más atrás en el tiempo, vemos como la pequeña localidad de Bareyo prohibió en 2014 a sus ganaderos y agricultores, verter estiércol en sus fincas entre el 1 de julio hasta el 31 de agosto. No hubo ningún tipo de protesta, por lo que otras localidades como Ruiloba en 2021, también se animaron a implantar dicha medida. La diferencia es que Bareyo aducía a que era época estival, mientras que Ruiloba se prohibía por los malos olores generados debido al calor del verano. No muy lejos, en Comillas en el año 2019, el gobierno local prohibió los cencerros en las vacas en el barrio Estrada, por las molestias que causaban a los vecinos. Huelga decir que el barrio Estrada es una de las zonas vacacionales preferidas de cierta élite empresarial patria, o algún que otro líder político. En otro municipio, el de Soba en el año 2018, se prohibió dejar el ganado suelto por el monte debido a que una familia denuncio, mientras daban un paseo por la ruta de la Cascada de Ansón, que se encontró a los animales en su caminata. En otro municipio, en Miengo, el ayuntamiento permitió considerar el carril bici del pueblo como aparcamiento entre el 15 de junio y el 15 de septiembre. Huelga añadir, aunque no hay aun prohibición mediante, son las quejas de ciertos turistas porque se tienda la ropa en las casonas montañesas que ellos consideran dignas de fotografía. Indican que dicho acto estropea su experiencia rural. 

Estamos a un paso de que se exija poner sujetadores a las vacas y taparrabos a los toros, porque verles las ubres o el rabo, podría generar un trauma al niño o al turista de turno, y no quedan bien en sus fotos como ‘experiencia rural completa’. Y me asfalta la caleya, que me ensucia las sandalias. Estoy viendo que en breves las vacas en vez de cencerro, llevarán routers para que la señal del wifi llegue a toda la zona sin ningún problema. Sabéis que estamos a un paso. 

Los turistas urbanitas quisquillosos, son parte de nuestra fauna animal compleja, pero no por ello se nos quitan esas ganas de darle un sopapo a mano cambiada cada vez que abren la boca. Ese esnobismo de quien paga y anhela un escenario perfecto digno de película Disney, sin molestias por ruidos, que no sean campanilla revoloteando entre las ramas de los frondosos árboles verdes; ni olores más allá del agua de rosas que emana del cauce de un pequeño río que recorre la gloriosa montaña, que corona la princesa Elsa en su castillo de hielo. La idealización del campo de quien ha leído muchos cuentos, pero vive completamente alejado de la realidad, está haciendo un daño irreparable al propio campo. Anhelar la experiencia rural pero solo con el trino de los pájaros, a poder ser de 12:00 a 20:00, porque luego tengo que poner el ‘chundachunda’ a todo lo que da para trasladar a los locales la experiencia propia de un bloque de viviendas de la gran ciudad. 

Nos hemos ido convirtiendo en una sociedad tolerante con la vulgaridad e intolerante con lo normal. Asistimos impávidos ante un mundo en el cual el rigor se zarandea entre los golpes de vientos cambiantes. Se exigen medidas ante cualquier acto o ‘cosa’ que nos disturbe, sin entender que en el mundo rural al que van de vacaciones, vive gente. Personas que no están allí de vacaciones, que en realidad no suelen tener vacaciones porque si las tienen, no comen. Porque ese campo tan guapo que les encanta ver, que no disfrutar por lo visto, durante 15 días al año, requiere un trabajo de sol a sol los 350 días restantes. Sin descanso. Entran en el mundo de personas que se desloman por un plato de lentejas, exigiendo que normalicen sus vidas para adaptarlas a sus preferencias durante una quincena al año. Y es que les molesta todo lo que se salga de su burbuja, porque su concepto de campo es una maceta en la terraza y lo que entienden por natural, es comprarse un yogur con bífidus. El ecologismo es una moda, lo rural un concepto que se escapa a su comprensión, porque se asimila por rural cualquier cosa fuera del radio de acción de una ciudad de menos de medio millón de habitantes. 

El turismo rural no es más que un palabro inventado por el urbanita de turno como mero sustitutivo de las actividades más tradicionales. Una forma prostituida de recuperar zonas deprimidas, para que la administración nacional, autonómica y local se laven las manos en lo que respecta a las inversiones necesarias en dichas zonas. Se dio por hecho que la llegada del turismo de ciudad recuperaría unos pueblos sumidos en el pozo se la desmemoria, olvidándose de que al turista no le importa el día a día de la zona que visita. El único anhelo es una decena de fotografías guapas, descansar y poder decir que has estado en el campo, pero sin los inconvenientes del campo. Por supuesto, al final esa panacea acabó prostituida, porque la única inversión viene dada desde un sector económico pudiente que se dedica a comprar casoplones y crear hoteles con experiencia inmersiva, donde esa propia inmersión es ir coger manzanas a la pequeña pumarada que tienen en la parte trasera del caserón, u observar un cordero al que le dan un biberón. De vez en cuando tenemos al nieto o bisnieto de turno que ha heredado una casa, no ha pisado el pueblo en su vida, pero ve en el turismo rural una mina de oro que puede exprimir: y de este modo tiramos para adelante con otro hotel rural en una zona que a su alrededor no tiene absolutamente nada más que puro campo. Y de esa expresión inmersiva completa, acaban derivando los problemas con el turista de turno que no quiere tanta dosis de realidad rural de golpe. 

El turismo rural debe estar vinculado a los sectores primarios del campo y sus costumbres, adaptándose a las necesidades de su origen desde el minuto uno. De otro modo no es rural; tan solo estamos ante una barbaridad donde comisionistas locales, y patronos urbanitas, se están haciendo de oro machacando al oriundo que se encuentra desprotegido y solo ante el peligro. 

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