
Asturias lleva muchísimos años siendo una idea muerta, un cadáver que no merece la pena ser momificado. Una existencia insuficiente, un reflejo de algo que quizás nunca ha sido pero se torna sentimental porque no queda mucho más a lo que amarrarse. Bandera, gritos y un orgullo inexplicable por este pedazo de tierra insuflado por una casta política que optó por tirar del sentimiento profano. Su población se parte el pecho en su enorme mayoría por proclamar a los cuatro vientos que Asturias es España y lo demás tierra conquistada, cimentando una idea falsa sobre lo que ha sido y es el Principado. Leyendas que han ido intentando transformarse en veraces, porque en Asturias si apartas la palabrería y las soflamas vacías de contenido, no queda nada por lo que enorgullecerse. Nada. Y cuando no tienes nada, tienes que optar por enarbolar una bandera y un orgullo de cartón piedra, para no pensar que en realidad no te queda nada por lo que luchar.
Poco a poco el solar va tomando forma y solidificando la idea que se tenía en un principio como vaga y distante, quizás en los últimos años ha ido ganando velocidad y esa aceleración se hizo tangible con la pandemia. Está claro que el virus ha sido un soporte inmenso para una administración autonómica pagada de sí misma y más preocupada por mantener en el respirador a su red clientelar (y nicho de voto seguro), antes que gobernar de cara a instalar una red de dirigencia empresarial y económica en el Principado. No cabe duda de que nos encontramos en una encrucijada, ya no por el hecho de llegar a ser una comunidad autónoma eficiente o con ciertas relevancia en su existir, más bien por el mero hecho de subsistir. Porque es a donde hemos llegado tras infinidad de años de un desgobierno grosero y felón. Políticos que han tejido su futuro en base a medidas que llevan beneficiando a las mismas familias y empresas anacrónicas desde hace más de 40 años. En algunos casos, casi un siglo. Los nombres siempre son los mismos, y nosotros entre medias nos ahogamos en el océano infame del olvido.
Ahora es Danone, pero en realidad poco importa el nombre porque Asturias ya es un pueblo fantasma en el que la última planta rodadora abandona el lugar, asustada por la carencia de vida. Por lo general no tenemos ni abrevaderos, y los habitantes que aún permanecemos en este pedazo de tierra nos preguntamos qué va a ser de nuestros hijos, o mismamente de nosotros el día de mañana. Una producción subvencionada y enmarañada en un infinito intervencionismo, donde el dinero va cambiando de manos pero sin abandonar el círculo. Danone abandonará Asturias, pero hace mucho tiempo que en Asturias por no quedar ni queda ni la madre que la parió. No hay esperanza ni ilusión, tan solo un manojo de malas hierbas que han podrido todo lo que tocaron, mientras bailamos al son de su triste balada.
Asturias es un trapo al viento, dos equipos de fútbol mediocres y un piloto de coches venido a menos. Viejas glorias que han vivido de apariencias, hasta que ese cristal se acabó por romper. Un parque de atracciones de jubilados y prejubilados, a los que la fiesta se les acabará el día menos pensado. Y cuando no tengan a nadie a quien culpar, el espejo por fin les señalará a ellos.
Lo siento aplicable a Cantabria también, y posiblemente a más comunidades autónomas. Parecen reproducciones a escala de una misma cultura cortijista de «estado» nacional, en franco proceso de implosión.