Suspiros de España

España, nuestra querida España. Un país repleto de rincones mágicos, gente maravillosa e historia milenaria en cada pieza de su icónica arquitectura. Cuna de la civilización moderna, nexo de mundos y continentes, hilo conductor de letras imperecederas y arte eterno que ha inspirado a decenas de generaciones desde hace siglos. España, país de héroes y de almas inmortales e ídolos mitificados, llevados a la desgracia por el recuerdo de unos descendientes desagradecidos. España, este país nuestro, un pequeño pedazo de tierra donde nos ha tocado nacer, por la odisea del destino que fuere ya que yo no quiero explicaciones, pues tan solo disfruto de un hecho inmemorial. Y es que el mundo nos alumbró en la piel de toro que, antes que a nosotros, trajo a otros tantos millones de personas que apuraron las horas de su breve estancia mundana, para marcar un antes y un después en sus actos insondables. España, cuna de pasiones y reflejos.  

España es una hierba que alumbra su verdor entre una floreciente maldad que le impide brotar al cielo azul de la eternidad. 

España es todo lo anterior y muchas más cosas, pero España alquiló una parcela en los males oriundos que han retrotraído el poco espíritu batallador que aun perduró hasta nuestros días, y ahí se ha instalado de manera perpetua. Un país en el cual la corrupción se ha convertido en un mal endémico, arraigada en todos los estamentos de la sociedad: desde el obrero, pasando por el empresario, hasta el político o el funcionario. España es un país corrupto repleto de facinerosos con ínfulas que manifiestan sus anhelos de corrupción entre océanos de envidia porque el de arriba se ha corrompido más, y ha podido robar mejor. Porque todo se trata, en definitiva, de eso. Por supuesto cada uno se deja llevar hacia la corrupción que le permite su estatus social, porque la cuestión de clase también abarca la cuestión delictiva. 

España es un país de moral quebrada, carácter inapetente y siempre al borde del precipicio social. Un país anclado en una crisis a perpetuidad y sistémica, que circunnavega el eterno bucle del surrealismo institucional y económico. No se trata de socialismo o liberalismo de izquierda o derecha; de república o monarquía. Pues todos ellos sostienen un sistema de inalterable corrupción, en el cual el pastel se reparte cada cuatro años, soltando a los leones de vez en cuando a un pobre diablo que pague el pato por todos los que han venido antes. Porque de esta manera la rueda seguirá girando y se instaura la tímida idea de que no hay impunidad. 

España es un país donde hace 40 años se institucionalizó un sistema heredero directo de otro tanto o más corrupto que el régimen del 78, donde las familias de entonces idearon la buena nueva de mantener su cuota de poder sin modificar demasiadas cosas, aunque dejando que jugasen otros nombres que llevaban tiempo anhelando entrar a la partida. Los nombres preponderantes del franquismo continuaron a la cabeza de la nación, con ciertas salvedades para que el rostro ante la opinión pública no se viese con demasiado colorete. Los nuevos jugadores entraron con jolgorio y empezaron a llevarse su cuota de un pastel que, claro, cada día tenía más bocas a repartir, pero el tamaño siempre era el mismo. Había que hacerlo crecer un poco. 

Aparece Europa. 

España es un país que se acopló a la ruina europea y las nuevas formas de timo permitido haciendo creer al ciudadano de a pie que participaba de manera directa en la toma de decisiones de su rutina social, aunque por supuesto jamás ha tenido ni voz ni voto. ¿Pero qué más da?, la suerte estaba echada mucho antes de empezar la partida, porque las cartas se barajaron ya marcadas. Se creo la ilusión de que participábamos en algo que no existía, porque nos necesitan obedientes y participativos. 

España es un país que dejó atrás una dictadura unipartidista y personalista para abrazar de lleno a la timocracia más cutre y simplona que se pueda tener. Al amparo por supuesto, de un realismo partitocrático sin el menor interés de avanzar hacia un sistema democrático realista, regenerativo y representativo. Tan solo se mantiene el dogma de que nuestra democracia es inalterable y continuamos alimentando los estómagos de infinidad de bocas agradecidas que se saben impunes en este sistema que nos ha tocado padecer. 

España es un país corrupto porque el español medio es corrupto. Y negamos ante esto la mayor, y no es otra cosa que el ser sabedores en el fondo de que nuestra clase política no es más que el representante real de lo que somos como sociedad. Ni más, ni menos. Pero la salvedad de separarnos en estratos de una catadura moral más elevada, nos hace pensar que somos mejores que ellos o el vecino, cuando en realidad estamos a la misma altura. El nivel diferenciador no es más que la vaga ilusión como maniqueísmo intrínseco de nuestros creadores de dogmas. 

España es un país que pensó que tras la multitud de casos de corrupción que hemos vivido en nuestra gloriosa democracia, la pandemia iba a ser al parecer un oasis de gestión blanca e impoluta, donde cada uno haría su labor de punta en blanco y no sufriríamos las consecuencias de vivir en este sistema putrefacto que llevamos décadas alimentando. Un sistema donde se han ido enriqueciendo todos por encima de ti, y tú no lo has hecho porque no tuviste la oportunidad de meter mano. Un sistema donde el policía recibe bonificaciones por multar más, dejando de lado su labor real que es proteger a un ciudadano desamparado que ha tenido que soportar como durante los últimos dos años, esos policías incumplían la constitución amparándose en mandatos ilegales. Eso es corrupción.  

Tú eres corrupción por aceptarlo; yo lo yo por permitirlo. 

España es un país que pensó que los de más arriba no iban a meter mano en la caja, cuando se les presentó ante ellos una ocasión donde podrían gastar a manos llenas un dinero que iba a volar por doquier sin ningún tipo de supervisión. España es un país corrupto. Desde el primero hasta el último de los habitantes, un país que acepta la corrupción y la promociona en la rutina de cada españolito de a pie.  

España es un país por el que suspiramos, pero siempre y cuando nos llevemos nuestra porción del pastel. 

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