Sufrimiento perpetuo como modo de vida

Houston, tenemos un problema.

Hoy no quiero marearos ni contaros historias sobre lo que sucede en el mundo, tan siquiera una opinión sobre la nueva cacicada que se le ocurriese al político de turno. No quiero hablaros de mascarillas o vacunas; tampoco del caos y la derrota.

Hoy quiero hablaros y nada más.

No es moco de pavo lo que se nos viene encima, y cuando digo lo que se nos viene es lo que tenemos llamando a la puerta, pero nosotros estamos ignorando porque llega el calor. El problema radica en que, tras el calor llega el frío, y con el frío llegan esos problemas que hemos ignorado. Tampoco quiero decir con esto que tengamos que estar anclados en el pesimismo como única rutina, pero sí quiero señalar que hacer oídos sordos a la situación no hará que desaparezca por sí sola. Y en ese punto es en el que llevamos unos meses: negación. Y escondido en esa negación, está el miedo por lo que se puede venir. ¿Y que se viene?, la realidad. Porque la realidad es caprichosa y puñetera. La realidad es tenebrosa, la realidad a veces asusta porque nos pilla por sorpresa y nos convierte en instrumentos que maneja a su merced. La realidad es un compendio de insalubres actos y ominosas opiniones de mentes demasiado preocupadas en sí mismas, como para tener que ayudarnos a nosotros a avanzar. La realidad es una hidra de eternas cabezas que, aunque le cortes una, seguirán saliéndole e intentando hacernos daño. La realidad es tozuda y repugnante. La realidad es la manera que tiene la vida de hacernos sufrir. La realidad nos golpea en la boca del estómago y nos dobla de dolor, impide que el aire entre a nuestros pulmones y nos lanza siempre la primera piedra. La realidad es dolor y el dolor es rutina.

¿Verdad?

No.

La realidad también es alegría. La realidad es abrazar a tus seres queridos, deleitarte con la carcajada de un niño. La realidad son las calles bulliciosas en verano, las fiestas hasta altas horas de la madrugada y risas con amigos. La realidad es ponerte la ropa más hortera del armario, y que te de igual porque el verano es ridículo con mayúsculas. La realidad es ese beso robado, el sexo a deshoras, sudoroso y agotador; las cañas infinitas a la vera de los últimos rayos de sol de una tarde infinita. La realidad es el contraste de un día de sol con una tormenta de verano, la sonrisa frente al espejo y el helado del ocaso. La realidad son los niños corriendo y los perros ladrando; la realidad es el heladero por tu barrio y los madrugones para ir a la playa con filetes y tortilla. La realidad es el derrumbe en el sofá haciendo planes y durmiéndote con el ciclismo en la tele. La realidad es la arena entre tus dedos y la crema coloreando tu piel. La realidad son las quemaduras despistadas por las siestas de toalla. La realidad es caminar por la orilla mientras las olas mueren a tus pies, y por un segundo piensas que eres lo único que importa en el mundo. La realidad es cocinarse a fuego lento mientras ansías la vuelta del invierno. La realidad es el ‘quita que me das calor’ pero no te quites nunca. La realidad son las carcajadas que nos doblan. La realidad es una amalgama de recuerdos que nos sacan una tímida sonrisa mientras planeamos la infinidad de los que están por llegar. La realidad es el puente entre el pasado y el futuro. La realidad es el corazón acelerado. La realidad son los pájaros cantores poniendo la banda sonora a nuestras vidas. La realidad es vivir y vivir tiene consecuencias, pero esas consecuencias son parte de nuestra vida y la vida es mucho más que el miedo a tener que existir.

Realidad es lo primero y lo segundo, pero hasta hace dos años el primer párrafo era una mera anotación en el margen de nuestra vida. La realidad es ha convertido en algo demasiado duro, una cuesta de enero eterna que no parece acabarse nunca. La realidad debe ser dura, pero no tiene por qué ser un sufrimiento perpetuo, porque la realidad, aunque complicada, no deja de ser un momento puntual que nos convierte en las personas más felices sobre la faz de la Tierra, aunque el mundo se caiga a pedazos a nuestro alrededor. La felicidad no es una cuerda infinita, pero antes al menos sabíamos aprovecharla un poco más. Volvamos a hacerlo.

Vive.

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