
Irrealizable sueño entre tambores de guerra e historias de héroes pretéritos con las que hemos crecido y construido nuestras propias leyendas. Prosa de candidez aguerrida y pura ambrosía divina. Porque cantas con el corazón en la mano y el alma alzada a los cielos de Madrid, y de Madrid vuela al mundo porque somos del mundo entero sin ceñirnos a una sola frontera, la eternidad no conoce de muros y barreras. Universalidad en la blancura de su color, en la preciosista tela que teje la camiseta que llevas pegada al pecho y en cada gota de sudor, exhala el penúltimo suspiro en el canto de la Diosa Cibeles que cabalgaremos hacia el sol en el último día. Y sobrevivimos, porque sobrevivir es la constatación de un hecho que surca los océanos de la historia, que circunnavega el globo entre vítores y fuegos de artificio. Somos la historia que aprendimos. Somos la herencia de nuestros padres. Un sentimiento que trasciende generaciones, un fénix que renace en cada nuevo corazón madridista de las cenizas del pasado.
Ser del Madrid es transmitir la idea y sueños de generaciones que van de la mano hacia el destino que marca la realeza del fútbol en un mundo que va demasiado rápido. Pero aquí, en el Bernabéu, todo se detiene. El tiempo deja paso a la historia y la veleidad del balón se suma con su suave baile al canto que ejercitan con el alma del madridismo en un verde repleto de estrellas. Y digo estrellas, porque Estrella es la camiseta del Madrid y su portador un avatar dirigido por deidades etéreas. Y podrá decir que la suerte acompañó a su existencia pudiendo contar a sus nietos que ha sido del Madrid. Por el breve lapso que fuera de su nimia existencia terrenal, ha sido del Madrid.
Cantamos a coro y las voces se unen en un grito atronador que retumba en el infinito de la victoria. Porque no dominamos el relato, no entendemos el ADN ni comprendemos más allá de ser un simple club. Pero qué club, ¿verdad? La grandeza no se compra, se forja con los años. La grandeza se construye en el fracaso y el éxito. Décadas de lucha en la que la nada teje el destino de algo más importante que uno mismo. Esa grandeza, esa cima conquistada con tesón, garra y trabajo, es una cima que pocos (muy pocos) equipos consiguen coronar. Y cuando lo haces, permaneces. Serás eterno, porque la eternidad es ese sentimiento de generación en generación. El sueño realizado.
La eternidad es el nacimiento de un nuevo madridista que abrirá sus ojos al mundo para abrazar el blanco imperecedero en su corazón.