Sobre la libertad de expresión y la intransigencia

La palabra es un bien preciado, un bien que debemos defender con la cólera de un panteón divino, porque la palabra a fin de cuentas es lo que nos une al bien más preciado que tiene el hombre: la libertad. Y la palabra se asocia a su eterna compañera, como es la libertad de expresión. Porque hay todo tipo de libertades, pero en estos tiempos que corren parece ser que ésta última es una de las más amenazadas y no precisamente por los motivos que llegamos a imaginar en infinidad de productos de nuestro pasado. La libertad de expresión supone la fluidez de nuestros pensamientos derramándose por la cascada de nuestra mente, flotando desde nuestros labios por el mundo, desbaratando las cadenas y grilletes del silencio. Es un trueno en el desierto de la irrelevancia. El argumento del instante predictivo de una persona.

¿Pero qué es la tan manida libertad de expresión? En estos tiempos que corren la libertad de expresión se ha tornado una muleta para insultar, ofender y atacar a cualquiera que no piensa como yo. Se sostiene la razón argumentativa en unos principios que se han doblado a voluntad para darle una dosis de justificación al pastel del insulto, perpetrando auténticos atentados reales a la libertad de expresión. Se amparan en la libertad de expresión para verter su mierda hacia distintos colectivos, pero intentan limitar dicha libertad para impedir a los demás hacer lo propio con ellos mismos. Porque la libertad termina donde lo digo yo, que para eso el mundo es la burbuja de un metro a la redonda en la que me encuentro y nada más. Inflamos el globo o lo desinflamos, a sabiendas de si sopla a nuestro favor el viento o no, y hemos llegado a puntos inconexos en los que se tergiversa el significado de una palabra o expresión, para que se adapte a nuestras egoístas exigencias. No importa lo más mínimo la libertad en general, importa mi libertad para hacer lo que a mi me de la gana, decir lo que a mi me de la gana y a quien a mi me de la gana. Y no estaría mal del todo, de no ser porque me molesta que esa libertad se use como arma de doble filo y entonces me toca a mí recibir de mi propia medicina.

No puede ser, eso no es libertad, es ofender por ofender, ¿verdad?

Porque uno puede llamar a una persona gorda de mierda y no pasa nada. Ejercemos la libertad de expresión, aunque sea un insulto gratuito por el mero hecho de hacer daño, está en su derecho de hacerlo. No, no es así. Insultar no está catalogado como libertad de expresión, insultar públicamente está tipificado como delito al honor. Porque una cosa es expresar libremente la disconformidad con una opinión y otra muy distinta, es insultar deliberadamente u ofender a sabiendas de que tu comentario puede ridiculizar a una persona, vulnerando su esencia misma. Y entiendo que, si realizas esto último, serás plenamente consciente de que entras en un juego de dar y recibir, en el que el contrario podrá hacer uso a su vez de su astucia para entregarte una respuesta igualitaria a la que tú le has dado. Demostrar disconformidad con opiniones, ideologías, religiones o hacer humor lozano al respecto, es sano en una sociedad democrática. Silenciar opiniones porque son contrarias a una forma de pensar impuesta como ente imperturbable, con el único fin de minar las capacidades argumentativas y de debate de una parte de la población anulando sus posiciones por el simple hecho de ser distintas, es atentar contra la libertad de expresión.

La libertad se ejerce en un camino de ida y vuelta, pero también el respeto debe ir de la mano de dicha libertad. El respeto al contrario, el respeto al diferente, el respeto y la no imposición de ideas tiene que ser algo intrínseco a la propia libertad de expresión. Algo que por desgracia, no tenemos ni por un lado ni por el otro. La bandera de la libertad se enarbola para otorgar una justificación plausible a los abusos. La libertad se construye sobre el respeto, no sobre el insulto. Porque el fin en sí mismo no deja de ser anular al vecino, porque él me anuló a mí primero. Y el círculo no se romperá jamás.

2 comentarios

  1. Inapelable, Hixto

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