Si no vas a ayudar, cállate

Estos días circula por las redes un vídeo de un chaval que trabaja en un Starbucks de los Estados Unidos, diciendo que se siente cansado, que se siente mal, y la jornada laboral está acabando con él, porque compaginar el empleo con el estudio le está resultando muy difícil. El vídeo ha ido circulando como la pólvora por los metideros de las redes, y he visto con alarma como muchísima gente se ha ensañado con el chico tildándole de todo menos guapo. Riéndose de su situación, indicándole que tenga un par de huevos y afronte la vida adulta como un hombre, y si el trabajo le resulta difícil, que lo deje y se vaya a abrazar peluches a su casa. 

Nadie señala a la empresa, todos al chico. 

Reírse y humillar, insultar a un trabajador que está ejerciendo su labor y ha tenido un mal día, que se ha visto bordeando el acantilado de la crisis, nos parece divertido; algo propio de machos con dos huevos como melones y la camisa medio abotonada. Siempre al filo del desastre. Reírse de él porque decide publicar un vídeo en una red social donde da rienda suelta a sus sentimientos, dejando volar el pájaro de la crisis existencial, del miedo y del terror, nos hace sentirnos Aquiles frente a Héctor, pobre héroe troyano que morderá el polvo frente a nuestra magnificencia. 

Somos la hostia. 

Reírse de un trabajador que graba un vídeo como terapia para el desahogo debido a una jornada de laboral que, para él, ha sido estresante, denota una carencia de empatía alarmante. Denota una falta de humanidad que nos refleja la deriva hacia la que nos conduce esta sociedad en la que, si bien nos jactamos de ser más buenos que un Oso Amoroso, actuamos como miserables repartiendo carnets de lo que nos apetezca, y en el momento que nos venga bien. No conocemos la solidaridad, más allá de una canción. Porque he de suponer que todos esos prohombres que han salido en tromba a humillar a ese chaval que ha tenido la valentía de mostrarse cómo es, son quienes dictaminan lo que significa sufrir y cómo debemos hacerlo, más allá de nuestros sentimientos y temores personales. Ellos son la justicia divina que dirige el mundo, ellos son máquinas perfectas, incapaces de sentir dolor, que realizan su trabajo siempre de forma diligente y acuñaron la frase de ‘llorar es para maricones’. Me alegro un montón por ellos, pero también tengo que decirles que los demás somos unos mierdas y nos toca sufrir cuando el dolor llega. Porque no nos avisa. Sus madres estarán orgullosas de que nada les afecte, de que las nimiedades como la explotación laboral, un mal ambiente de trabajo, las deudas, o cualquier otro tipo de problema, para ellos sea como una espinita clavada en un dedo que pueden sacarse mientras comen un pincho de tortilla. Felicidades, de veras. El resto de los mortales tenemos infinidad de carencias, y el dolor nos causa sufrimiento. No queremos claro, pero los avatares de la vida no nos dicen ‘hey, mañana te voy a joder’, del mismo modo que tampoco sabemos qué puede encender la mecha del descontento, y llevarnos a una crisis. 

Ellos controlan eso, y me alegro un montón.  

Otros caemos y sufrimos, otros explotamos y padecemos, y lo hacemos por infinitas causas y de diverso modo e intensidad. Así que la gallardía la dejamos para las cuatro paredes que hemos aceptado como nuestra celda y llamamos casa, y tragamos la bilis antes de humillar a nadie. Porque mola un huevo bregar por la salud mental y colgarse medallas, pero ya no parece molar tanto tener que demostrar el ser una persona íntegra y decente que ayuda al prójimo a no sentirse un ser insignificante, o al menos que no le señale cada vez que se siente mal. Y todo porque al acusador de turno le resulte gracioso ver a alguien mostrar debilidad, para poder pisotearle y sentirse más fuerte. Todo porque considere la supuesta debilidad, un mal de este mundo y repitan como loros: ‘esta juventud necesita una guerra’ o ‘la vuelta de la mili les vendría como dios’, son frases tipo de la ameba mental de incipiente retraso cognitivo, que tiene la capacidad analítica de un tomate. Cerebros fritos, siempre prestos a machacar a todo aquel que consideren más débil.  

Por lo tanto, si no vas a ayudar, cierra la boca y no señales. Haz el favor de callarte, y no ahondes en una herida de la que no conoces su profundidad. Porque tal vez un comentario hiriente a una persona tocada, pueda ser el golpe de efecto definitivo para que se caiga en un hoyo de fondo infinito y su vida se venga abajo por completo. Así que, antes de señalar al que tú consideras débil, replantéate lo que significa en realidad débil. Porque, no, llorar y abrirse al mundo dejando a la vista tu dolor, no es debilidad precisamente: es tener un valor más grande del que puedas conocer tú. Valor de afrontar tus problemas y pedir ayuda para lidiar con ellos, porque ¡sorpresa!, hay personas que necesitan ayuda, y no tienen inconveniente en pedirla. Pero es comprensible que en esta sociedad en la que esconder los sentimientos es deporte nacional, se considere a todo aquel digno de dar un paso al frente y decir ‘estoy mal’, un pringado sin futuro. A fin de cuentas, ¿qué nos enseñan siempre?, no llores, que te hace parecer débil. Y tira así hasta la próxima casilla, hasta que finalmente te acabe por llevar la corriente. 

Bravo y mil veces bravo, porque con orgullo consagramos la salud mental como algo de relevancia, pero siempre de cara a la galería. Queda mucho mejor un tuit diciendo que es un problema nacional y debe afrontarse, que un acto desinteresado de ayuda a alguien que lo está pasando mal. Y muchas veces, ese acto, es algo tan simple como no señalar y callarse la boca. 

Me gustaría añadir, también, que para toda esa gente la solución a la explotación laboral es ‘busca otra cosa’. Porque en sus cabezas no computa que un trabajador, al parecer, pueda tener algún derecho o deba ser tratado como una persona. Quizás los que deberían pasar una temporada, no ya en el ejército, si no en una cárcel marroquí, sean ellos. 

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