
Hace unos años, 20 más o menos, empezó a generalizarse la campaña de reciclaje hogareño promovida por el gobierno central, previo mandato europeo por supuestísimo, y llevada a cabo por todos los ayuntamientos de España. Tenías que poner en casa una bolsa amarilla, una azul, otra verde y la negra de toda la vida de dios. Cuatro tipos de bolsas porque tenías que empezar a cuidar el planeta, y por ende a separar la basura era un paso primordial para conseguir tan loable objetivo. Entre medias, una empresa trincando como es Ecoembes (solo hay que googlear el ‘timo del reciclaje’, y aparecerá la susodicha) e infinidad de corruptelas y comisionistas locales, autonómicos, nacionales y supranacionales. Pero bueno, era lo que teníamos que hacer porque la moda eco (antes de la pegatina) empezaba a tomar fuerza y todos queríamos un planeta más verde y guapo para nuestros hijos. Además, si no lo hacías, siempre tendrías al vecino de turno mirándote mal porque ‘eras un egoísta que no piensa en el medio ambiente’. Qué tiempos aquellos en los que el bienquedismo se reducía a un soplapollas en la puerta de enfrente juzgándote por bajar solo una bolsa de basura negra. Claro que, los ayuntamientos empezaron a enviar inspectores a las calles para descubrir infractores del reciclaje. Sí, pagas impuestos municipales para que te revisen la basura, entre otras cosas. Madre mía los chivatos proStasi como disfrutaron el poder delatar vecinos haciendo llamaditas a deshoras. Esos mismos luego se coronaron en 2020, pero es otro cantar.
Me acuerdo de aquellos folletos que llegaban a casa enseñándonos la diferencia entre tres colores (porque somos subnormales incapaces de entender la gama cromática básica), tratándonos como a gilipollas incapaces que tenían que ser reeducados porque habían sido muy malos ciudadanos. Se hicieron folletos, imanes, abanicos, juegos, libros, cómics, campañas de radio y televisión, páginas web… santo dios la de dinero público que se desfalcó ya por aquel entonces. Y de paso, tasas. Unas ricas tasas de basura que aumentaban la recaudación de unos ayuntamientos depredadores, que se dejaron llevar de la mano de Bruselas por esa nueva moda que llamaba a la puerta: sangrarnos a impuestos inútiles para sostener un sistema insaciable y depredador. Siempre con nuestro entregado aplauso, por favor. Porque otra cosa no, pero idiotas lo somos hasta decir basta.
Por cierto, ¿sabes por qué separas en casa? Porque de este modo la empresa protagonista del fraude se ahorra tener que contratar personal que separe las basuras en el punto de destino, como sucede en otros países. Es decir, estás facilitando el timo perpetrado, ahorrando costos y comiéndote unos puestos de trabajo que, al menos, generarían algo de riqueza repartida.
Empezaste poniendo cuatro bolsas de basura en casa, reciclando voluntariamente; para convertirlo en una obligatoriedad de tapadillo. Hemos pasado cualquier punto de no retorno, y nos da igual porque lo hacemos por un bien mayor. Coño, todo es por un bien mayor, ¿de qué me suena eso? Que peligrosas son esas palabras en boca de ciertos personajes. Y es que evocarlo suele traer consecuencias nefastas para todos, y sobre todo para el planeta. Aunque tardemos en verlas. Llegar, llegarán.
Ahora nos encontramos en ese punto de la historia donde los bancos empiezan a no conceder hipotecas a personas que deseen comprar un piso que no tenga la eficiencia energética requerida, la propia UE trabaja a destajo para prohibir los alquileres de estas viviendas. Estamos a dos días de que te bloqueen la cuenta bancaria porque has excedido tu huella de carbono para esa quincena o mes. Y oye, se acepta ¿por qué no? Todos queremos ser más ecológicos, ¿no es lo que llevamos escuchando durante años? Pero no os contaron la intrahistoria, ¿verdad? A veces entiendo que no nos traten como adultos porque estamos muy lejos de parecerlo, en realidad todo lo contrario. Me sorprende como tendemos a pensar que las medidas absurdas nunca traerán problemas acoplados; que el mundo es un flujo unidireccional de gilipollismo donde esa propia forma de actuar nunca vendrá de la mano de ningún tipo de políticas regresivas. Que os vendían decrecimiento, y aplaudíais con las orejas henchidos de orgullo primermundista, creyendo que por meter el plástico en una bolsa amarilla estabais salvando un planeta que cuando mueras seguirá aquí. Inerte en mitad del espacio infinito. Pero ay la madre tierra. Ay, que podíamos ser salvadores si tirábamos el cartón de leche en otra bolsa, ¿cómo íbamos a dejar a pasar esa oportunidad? Mira que yo os entiendo, pero también entiendo al que nos trata como imbéciles, en realidad lo entiendo más que a ti. Decirnos que somos héroes por hacer absolutamente nada, mientras, gracias a ello, pueden reventarte todos los derechos que les salga de sus oscuros fondos, es algo inmensamente jugoso. ¿Cómo lo iban a dejar pasar? Y encima no os ponéis ni vaselina. Sois como el perro al que pegan y vuelve siempre a por más, obediente y sometido a un amo hijo de puta.
Se os va a caer la cola de tanto moverla.
Te cuecen a impuestos que no van a ninguna parte, mientras empresas afines (y ellos mismos) se hacen de oro gracias a tu complejo de héroe, porque necesitas una atención que al parecer tu mamá no quiso darte. Si quieres sentirte importante, cómprate una consola y hazte entrenador Pokemon. Nos saldrá más barato que tenerte jugando al ser humano ecosostenible que quiere un mundo a su medida, porque tiene remordimiento de conciencia o por puro bienquedismo con sus vecinos.