
Nunca pensé que la nueva Sirenita de acción real iba a dar tanto que hablar, por ese lado Disney tiene que estar encantada porque las expectativas de impacto creo que las ha superado con creces, aunque igual no de la forma que pensaron. O sí, quien sabe. Esta gente no suele dar puntada sin hilo. Cuando toman ciertas decisiones, sabiendo que van a generar una polémica curiosa, entiendo que son conscientes de que puede salir bien, como puede salir mal. Ha salido mal, por ahora. No voy a entrar a dilucidar si está bien o mal que Ariel sea negra, porque aún recuerdo a Scarlett Johansson haciendo de Motoko Kusanagi en Ghost in the Shell, retocándole los ojos con CGI para darle un aire más japonés. La diferencia con este último caso, es que tuvieron que salir en fila india casi todos los cabezas pensantes de la película a pedir perdón por tamaña tropelía, y, sobre todo, a enterrar la película. ¿Habéis vuelto a oír hablar de ella? Lo más divertido es que creó más polémica en Estados Unidos, que en el propio Japón. Y es por ahí por donde quiero tirar yo.
Se está empezando a inculcar en la juventud que la ficción tiene que ser representativa, incluso ceñido cada ente social tan solo a lo que ellos mismos representan en la vida real: hombre haciendo de hombre, mujer haciendo de mujer, gay haciendo de gay, trans haciendo de trans, lesbiana haciendo de lesbiana, negro haciendo de negro… creo que veis por donde quiero ir. Mientras tanto, parece que estamos olvidando que la ficción no va de autoidentificación personal con el personaje en cuestión, más bien se trata de ver una realidad diferente a través de sus perspectivas, siempre ficticias. Es absurdo que un personaje se juzgue, o te caiga mejor o peor, en valor de cuanto se asemeje física o racialmente a uno mismo. Porque se ha convertido el delirio enfermizo de ‘estar representados o que la media encaje’ en un rasgo definitorio para hacer sentir bien consigo mismos a unos adultos con severos problemas de autoestima. Adultos que viven en la victimización continuada porque son ellos quienes no encajan en la sociedad. Han infectado la ficción de una paranoia intrascendente, intentando que los propios niños sean partícipes de una segregación impostada y antinatural. Es decir, la ficción en sí misma es un constructo de nuestras capacidades comunicativas, que implican el uso del símbolo: no necesitamos ser Rohirrims para emocionarnos con la carga final de El Retorno del Rey; como no necesitas ser un León africano para llorar con Simba la muerte de Mufasa en el Rey León, ni tampoco necesitas ser una mujer negra para que te toque el corazón Figuras Ocultas. La ficción va de entender el mundo a través de los ojos de quien la crea, dejarte llevar por caminos distintos a los que tú tomarías. Yo soy un escritor blanco, es normal que escriba sobre blancos. Es lo que me rodea, lo que vivo, lo que mamo, lo que soy. Del mismo modo que un escritor congolés escribirá sobre personajes negros.
Más bien, soy un escritor (mediocre, pero escritor) y escribo sobre lo que quiero. Así mejor.
Nos están intentando inculcar que la única forma de identificarte con un personaje, es si está representado únicamente por tu propia raza. Imaginad defender ese tribalismo anacrónico como una buena noticia, o un avance progresista del ser humano.
Aquí estamos, a 13 de septiembre de 2022, viendo como el mundo anglosajón ha conseguido hacernos a todos los demás partícipes de sus filias y fobias raciales, inundando de una culpabilidad sin fondo a todo occidente. Como si hubiésemos apaleado a un negro, asiático o inuit, a diario, desde que dimos nuestros primeros pasos. Como si nuestras sociedades se hubiesen edificado sobre el racismo sistémico imperante en su propia idiosincrasia personal. Es decir, como si fuésemos como ellos.
Porque no me sorprende la fijación del anglosajón medio por concienciarnos a todos del racismo intrínseco que llevamos dentro, máxime cuando el promotor del propio racismo societario, han sido ellos. No me sorprende que intenten, de forma incansable, reflejar su propia culpabilidad en sociedades que no conocieron el racismo moderno hasta que nos comenzaron a inundar sus productos. El ansia de no quedarse solos, porque es el retrato perfecto de su esencia misma, ante el mundo como lo que en realidad son: anacrónicos, clasistas y con un racismo empírico dominador de su rutina. Una sociedad que intenta, con fervor guerrero, paliar dichas deficiencias históricas cubriendo a todo occidente bajo un mismo manto de culpa impostada. Como si todos los demás hubiésemos pertrechado la daga de la raza desde lo más profundo de nuestro ser.
Lo que en realidad me sorprende es como el resto lo hemos aceptado.