
El pasado día 25, la directora para la Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-Racial (Si, yo también me pregunto exactamente cuál es la utilidad de este chiringo, pero hay tantos que ya empiezas a pasar un poco del tema) nos indicaba que lo sucedido en la valla de Melilla es culpa del expolio al que se ha sometido al continente africano durante décadas, por parte de occidente (olvida el expolio chino, salvaje y esclavista, en plena actualidad. Pero es un olvido hecho adrede, no vayas a pensar tú que se le ha pasado de verdad). Y por supuesto, lo adornaba con una cita literaria para denotar que es una persona muy instruida y cosmopolita. Aunque la cita en sí misma sea un absurdo. Pero queda bien, queda guapo, queda inteligente y queda moderno.
Queda, que es el fin de todo. Queda bien.
Resulta más sencillo para cierto tipo de personas ampararse en ese manido cuento del ‘racismo estructural’ para justificar la perpetuación del tercermundismo en el continente africano, y la posterior expiación de pecados de los nativos que lo habitan. Porque en el fondo, le puedes dar pozos de petróleo y exclusividad sobre ellos a Boko Haram, que jamás abandonarán el subdesarrollo al que están atados desde su nacimiento. Porque hay culturas que no podrán llegar a ser sociedades modernas. Y admitir esto, es admitir una dolorosa realidad de la que muchos intenten escapar lanzando la piedra al vecino que tienen delante, sin darse cuenta en realidad que el problema lo tienen en su propia casa. Porque tal vez hablar de racismo estructural en un continente predominantemente musulmán donde las minorías religiosas son aplastadas de manera sistemática, es algo fuera de tiesto. Porque quizás habar de racismo estructural con plena culpabilidad occidental en un continente donde aún se tolera y promociona la esclavitud por castas, sea salirse del tiesto. Porque racismo es eso, no que le pidan el documento de identidad a un mantero en el andén del Cercanías. O quizás si existe racismo estructural, pero no racismo de blanco a negros, más bien de negros a otros negros. Un racismo arraigado en sus venas que recorre el continente engalanado en una tradición que se mantiene imperturbable con el suceder de los años. Un racismo que emana de la familia más miserable hacia el vecino más miserable, o del rico terrateniente hacia otro rico terrateniente. Racismo unicolor, racismo unidireccional, un racismo de nula culpabilidad occidental. Porque, seamos claros, creo que existen pocas zonas geográficas más racistas que África. Asia no se queda atrás, pero al menos no te matan a machetazos.
Lo sencillo, lo sencillo siempre mola más porque nos evitar pensar.
Es más sencillo reducir un problema arraigado en castas y un paleolítico cultural al eterno señalamiento del colonialismo, como bandera de todos los males que asolan el mundo.
Por supuesto tenemos señalando a la susodicha directora de la que hablé arriba, aunque esta directora parece olvidarse de decirnos de donde proviene, pues no es ni más ni menos que la sobrina de Enrique Gori Molubela, que fuera procurador en las Cortes franquistas entre 1964 y 1971. Su tío también fue presidente de la Diputación Provincial de Fernando Poo y presidente de la Asamblea General de Guinea Ecuatorial. Aquellas élites nativas franquistas que se alinearon con la dictadura del general gallego. Luego al parecer, tras la independencia guineana, Atanasio Ndongo (con el apoyo del franquismo) intentó dar un golpe de estado al gobierno de Macías. El tío de la susodicha directora, estaba en el bando golpista. Fue a la cárcel y lo mataron.
Tal vez ahora hablemos de una directora de chiringo patrio, pero de haber triunfado el golpe (que vete a saber si fue verdad o tan solo una mera invención para ventilarse a toda la oposición) igual estaríamos ante una miembra (Word no me reconoce esta palabra, así que deberíais hablar con los del lenguaje inclusivo y decirle que el programa es machista) de una de las familias de oligarcas que dominan guinea gracias al oro negro. Porque esta muchacha no es otra cosa que hija de la vieja casta guineana que nació en cuna de oro y ha vivido mejor que tú y que yo. Casta que, por cierto, sometía a otros negros. Algo que suelen olvidarse de mencionar en sus diatribas políticas. Porque todos tenemos un pasado, pero no todos podemos decir que formamos parte de una familia que jugó al Juego de Tronos en un país.
No puedo olvidarme de dar las gracias a Noventa. Cómo se le echa de menos.
Reconozcamos que resulta muy gracioso que los descendientes de nuestras viejas élites políticas intenten dibujarse a sí mismos como un soplo de aire fresco en esta nueva política que asola la nación, situándose por encima del bien y del mal. Al final todo queda en casa, pero tenemos al fantasmilla de turno que sigue pensando que se puede condicionar la probabilidad. Eso sí, por lo que sea, parece que cuando señalas esta verdad, molesta a ciertos sectores. Quizás porque no dejan de ser pobres diablos que buscan su parte del pastel y la forma más sencilla es arrimarse a estos descendientes del tardofranquismo.
Estaba todo atado y bien atado, y me da que no lo decía por Juan Carlos, el abuelo cebolleta.