Porque la historia es nuestra

No estamos ante una epopeya o gesta histórica de esas que marcan tiempos pretéritos y subyacen en el recuerdo de generaciones durante tiempo inmemorial. Quizás desde fuera se observe como una más de las 35 que se llevan acumuladas en unas vitrinas que no dan más de sí y tal vez esa visión tenga cierta dosis de razón, porque si en frío te detienes a pensarlo, es así. No es más que una de muchas y la primera de tantas que seguirán llegando. Porque entre títulos, metales y copas, la idea de no ganar se convierte con el transcurrir de los años en una deuda de mayor calado que el poder ganar. Y nos asomamos a esta temporada con esa idea adherida al corazón de tantos aficionados: no ganar es el paso previo a volver a ganar. Porque no iba a ser el año, la transición como abstracción en la que apoyar la falta de proyecto y dejar despedirse a algunas leyendas del club y esperar que el Señor Tiempo hiciese su trabajo y por fin, acabase con la vigencia de ciertos contratos más pronto que tarde. Y para dicha tarea nos encomendamos a un italiano más cerca de la jubilación que de entrenar a primer nivel, que aceptó sin pensárselo el reto de no tener que hacer demasiado para asegurar su puesto la temporada que viene. Un señor que entre la modernidad y lo arcaico, nos arrastró durante meses por el fango de la inmisericorde amoralidad. No reconocimos más que la falta de mucho, anhelamos lo que otros tenían sin querer darnos cuenta de que aquí teníamos prácticamente todo. Y henos en este lluvioso día celebrando la vigencia de lo arcaico, del señor mayor que trasciende como un héroe griego, asestando la penúltima estocada al minotauro llamado tiempo, contra el que se abre camino con el filo de la verdad empuñando su mano entre tormentosas palabras.

El madridismo yacía triste, sin mucho que celebrar, y optó por esperar la summeriana 22 como la llegada del nuevo mesías a la Casa Blanca. Concha Espina volvería a ver desfiles de reyes y reinas, la Castellana empedrada en oro. Pero el anciano tenía otra idea en la cabeza, un enorme ¿y si?, y el ‘a verlas venir’ se convirtió en una idea que ha ido arraigando en la mente de cada madridista de corazón y prestado fervor. Una idea que nos retrotrae a tiempos donde cabalgamos a lomos de la historia y éramos dioses terrenales cantando a viva voz las palabras que predicaban el alma blanca del madridismo. Somos un club difícil, derrotista pese a ser ganador, pero en ese derrotismo de cartón piedra se esconde simplemente la raigambre de no conformarse solo con ganar, porque necesitamos ir más allá de la victoria, del título en sí mismo. Hace tiempo que no se lucha por llenar una vitrina que ya rebosa, el Madrid lucha contra sí mismo, por una idea constante de superación y continuar trascendiendo más allá de lo inimaginable. El madridismo es un ente sintiente que celebró ayer y hoy ya piensa en volver a ganar.

Un hombre de pelo cano procedente de la amiga Italia, ha vuelto a meterse a la afición en el bolsillo de su americana de diseño. Su grave voz y tono jocoso han ido calando de nuevo entre una afición que se crece en la derrota y celebra posibilidades como goles sofocantes. Hay una comunión equipo-afición inesperada. Un empuje de alma y corazón que nos hacía gritar ayer que ‘campeones, campeones’ y a su vez, ‘ojalá sea miércoles’. Porque eso es el Madrid, y no tan en el fondo como podamos llegar a pensar. Celebramos el título con jolgorio, pero exigimos volver a ganar mañana.

Mientras tanto, cabalgaremos a la diosa con honor y alegría, porque el miércoles tendrá que ser lo que tenga que ser, pero sé que será con corazón y pasión. Y a partir de ahí, la historia volverá a ser lo que el Real Madrid quiera que sea. Porque la historia es nuestra.

Felicidades, madridistas.

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