Política o el arte de no hacer nada

El arte de la política se basa en quien tiene las mejores papeletas para colar su mentira al gran público, quienes controlan el aparato para perpetuarse en el poder mediante una gigantesca timocracia de la que subyace toda la corrupción que mata al país como un cáncer galopante, desde su corazón y extendiéndose por cada vena que lleva la sangre putrefacta al resto de órganos y lo va minando poco a poco. El arte de mentir mejor que el rival, el arte de que el ciudadano medio se crea que está formando parte de algo más grande que él, sin tener que esforzarse lo más mínimo por conseguirlo. Porque en el fondo, de eso se trata todo el circo del que nos hacen formar parte cada cuatro años, ¿no?, de decirnos que podemos salvar el mundo metiendo un papel en una urna, pero nunca decir cómo. La política es el arte de la fidelidad al partido como si fuese tu pareja, aunque puedes cambiar de chaqueta si el partido en cuestión deja de ser útil y aparece una alternativa con un nombre más evocador que puede reagrupar el voto que se ha ido perdiendo. Supongo que por eso defienden el poliamor.  

La política es el arte de mentirnos a la cara con eslóganes preciosistas, mientras todo lo que conocemos se va a pique de manera irremediable. 

Porque la verdad es que todos quieren arreglar el mundo hasta que tienen la oportunidad de hacerlo, y se demuestra que solo necesitan que nosotros creamos que pueden hacerlo, y les mantengamos en el poder mediante la participación directa en ese concurso de popularidad llamado ‘elecciones’. Aunque la realidad es que no quieren arreglar nada, porque si se arreglasen los problemas que asolan el mundo, ellos dejarían de hacer falta, y eso no puede permitirse. Al final del día la política se resume en crear un problema que no existía y prometer que van a solucionarlo cueste lo que cueste. Aunque a nosotros ese supuesto problema no nos afecte, y no entendamos muy bien qué hace, o qué mal causa, o tan siquiera si influye de alguna forma en nuestras vidas. Hay que solucionarlo y nosotros podemos hacerlo, somos la generación llamada a salvar la Tierra de… bueno, de lo que sea. 

¿Importa algo de eso?, por lo visto no, siempre y cuando nos cuiden del Coco. 

Entre medias podrán hacer muchas cosas que nos perjudiquen directamente, pero todo estará justificado si se evoca un bien mayor como fin. Pueden hipotecar el futuro de varias generaciones durante décadas y de forma sibilina (culpando a la anterior), empobrecer a sabiendas a la población, cercenar derechos aquí y allá, meter mano a la caja, enriquecerse ilícitamente, hacer del nepotismo una moneda de cambio habitual, o irse de putas mientras nosotros no podíamos ni salir al rellano de casa. Pueden hacer todo eso y más, porque la política se resume en el arte de saber vender bien tu mierda y cubrirla de purpurina, gritando muy alto y fuerte que el de enfrente haría lo mismo, pero encima no mejoraría tu vida un ápice. Porque oye, nosotros te estamos robando y empobreciendo, pero al menos puedes decir ‘todes’. Claro que, como el problema de base no existe, en realidad no hay nada que solucionar, pero ellos generarán el suficiente ruido para hacernos pensar que estamos corriendo en un campo de maíz desnudos hacia atrás, y de noche. En ese estado de confusión y enajenación social generalizada, cualquier medida llamada a arreglar el falso problema será bien recibida por el gran público y el retroceso social, económico y civil habrá llegado para quedarse. 

De esta forma la política inútil del siglo pasado sigue perpetuándose en el poder década tras década. Generando problemas ficticios que vienen de la mano con dos amigas llamadas pobreza y desigualdad, y prometiendo que ellos arreglarán el desaguisado en los próximos cuatro años. 

Esta vez sí, de verdad de la buena. 

Deja un comentario