
Oviedo es una ciudad a dos velocidades. ¿Cómo se come eso?, es muy sencillo: Oviedo es una ciudad en su zona centro, y otra muy distinta en los barrios circundantes que rodean la zona interior capitalina. Oviedo es una ciudad cuidada, limpia y de punta en blanco en todos aquellos lugares que el turista pone el ojo nada más llegar, y una ciudad distinta en los barrios de los ciudadanos que mantienen vía tributos, la pulcritud de su centro centrado. Porque Oviedo se ha ido convirtiendo con los años en una ciudad de cartón piedra. Una ciudad sin oferta cultural ni atractivo alguno. Una ciudad dormitorio para el turista, que encuentra en ella un atractivo de cara al hospedaje tanto en oferta, como en precio. Y poco más. Porque Oviedo es una ciudad sostenida por una celebración principesca y el estatus de capital autonómica que tiene la misma practicidad que un vaso roto: ninguna. Pero entre ese estatus, muchos de sus habitantes se sienten orgullosos de pertenecer a esta estirpe de aldea venida a más, donde los barrios que sostienen la economía se caen a cachos, con edificios sucios, aceras donde la maleza crece entre sus rendijas, la suciedad hace acto de presencia día sí y día también, y el abandono es un ente palpable que nadie quiere afrontar.
Te das un paseo por Buenavista, donde el viejo hospital se levanta como un monstruo de hormigón abandonado, donde han tenido que implantar seguridad para que no vandalicen su estructura, o vaya usted a saber. Y a su lado, una plaza de toros devorada por el transcurrir del tiempo, nido de ratas y basura infecta, en un barrio que, a pesar de su cercanía con el centro, brilla por la ausencia de prosperidad. Algo más lejos está La Florida, antaño anhelo de la clase dirigente de convertirlo en una ramificación de la propia ciudad, hoy un signo claro de la mala planificación urbana que, junto a Montecerrao, no es más que el fruto de deleite de unos promotores corruptos animosos y proclives a gastarse los dineros en meretrices o viajes familiares, antes que en construir con buenas calidades. Ya sabéis que el dinero público no es de nadie, pero es suyo.
No te asomes por La Corredoria, donde encontrarás zonas vilipendiadas y que rozan la indigencia gracias al abandono de un ayuntamiento que ha optado por no hacerse cargo de lo que pueda pasar en unas calles de aceras rotas y carreteras repletas se socavones, tan profundos como el pozo en el que viven muchos de sus habitantes. Tú pagas impuestos como el tipo que habita en el centro centrado, pero te llevas una frecuencia de autobuses irrisoria y un abandono municipal digno de una película de terror. Esto aplica para el viejo Ventanielles, La Tenderina o la selva ovetense llamada Cerdeño. Quizás el habitante de esos barrios tenga que dar gracias por al menos tener unas farolas que dan luz unas horas por la noche, que con esto del ahorro energético son capaces también de dejar los barrios a oscuras. En Ciudad Naranco tienes la oscuridad de la noche como pretenciosa arma de seducción, pues entre cuestas infernales y proyectos inacabados, trepas por los muros del viejo barrio intentando asomar a un nuevo mundo para darte de bruces con la realidad del ostracismo. Y para colmo, está tan mal iluminado que cuando estás caminando por sus calles empinadas, piensas que eres Daredevil.
Porque Oviedo iba a crecer hacia el Naranco, Montecerrao y La Florida, para acabar acumulando edificios sin ton ni son en La Corredoria en el eterno abrazo sin contrapunto con Lugones. Y no hablemos de Las Campas, que gracias al cielo tienen algún edificio, un par de bares y un supermercado del que presumir. Orgullo municipal. Planificación ejemplar, no me cabe la menor duda.
La ciudad ha crecido indudablemente, pero ha crecido hacia dentro de los estómagos agradecidos de una ralea de infraseres que dirigen la ciudad desde hace tanto tiempo, que dudo que alguien se acuerde cuando empezó todo. Se transmite por la sangre, de generación en generación, entre algunas familias que continúan chupando el hilo de vida que emana del alma de cada pobre diablo que tiene la fortuna de vivir aquí. Un mero solar de pantomimas donde se alza un enorme edificio de marfil rodeado de guardias armados hasta los dientes, en el cual se refugian con dolosa intransigencia lanzando por las ventanas los huesos de la carne que devoran.
Oviedo se ha convertido en el mayor exponente de lo que es Asturias. Una ciudad en sus últimos estertores de muerte, donde una piara ingente de jubilados, que persisten a costa del currito moribundo, mientras se tiran flores a sí mismos para decirte lo guapos que son y lo bueno que era todo en sus tiempos, y que tú te quejas de vicio. Así que atiende a esos seres de luz en el súper con una sonrisa, ponles el café con una reverencia, y plancha su ropa antes de vendérsela. Y el alcalde es el mayor exponente de esa generación que dirige la ciudad con mano de hierro y ha sentenciado el futuro de los ovetenses y asturianos.
Pero a pesar de todo, nuestro alcalde ha optado por darse pábulo asistiendo a la inauguración de un bazar chino, que vaya usted a saber… entre gaitas, modelos/camareras con caras de circunstancia, y fanfarrias más propias de lo peor de los años 90. El otrotra mandamás del Centro Asturiano, es hoy un señor mayor que a duras penas sabe situarse en el mapa, pero que gestiona la ciudad con la suficiencia de un tocón. Porque al parecer un chino requiere la presencia del alcalde, concejales y sabe dios que más personalidades de aviesos intereses, cortando la cinta roja con la prensa tribunera aplaudiendo como focas al servicio y entrega de su gerencia. Aunque nuestro amado alcalde nos dice que dicho bazar será una fuente de empleo para la ciudad, me pregunto la clase de dignidad que ofrece un trabajo temporal donde vas a ganar menos de 12.000 al año y seguramente eches horas como un cabrón, porque hablan de ‘jornada indiferente’, indiferente para ellos, no para ti. Y oye, si te quejas, mama calle que está más barata. Porque iban a ser 40 empleos, la prensa tribunera nos dice que serán 20, la empresa busca 15, y acabarán siendo 6 que harán el trabajo de los 15 que se necesitarían, como mínimo. Empleo de calidad patrocinado por el consistorio local.
No os preocupéis, que a sus amigos e hijos ya los tienen enchufados en puestos del ayuntamiento, agencias municipales, o la Policía Local.
Oviedo está muerta y lo único que le queda al ovetense medio para tener cierto motivo de orgullo por su ciudad, es un equipo de fútbol venido a menos.