Nos toca pagar el precio

Un policía violando los derechos constitucionales de la población. Imagen de El País

Y aquí nos encontramos, dos años después inmersos en lo que llamamos el camino hacia la normalidad, intentando recomponer nuestras vidas como buenamente podemos. Un camino arduo y difícil, que nos deja multitud de enseñanzas de las que lo más seguro es que no hayamos aprendido lo más mínimo. Porque somos así, seres irreverentes con la capacidad justa para aprender de nuestros errores a corto plazo. Y esos errores al final acaban por pagarse, porque es la desgracia del mundo y del sistema, que lo que puede hacerte daño te lo va a hacer te guste o no te guste.

Hemos andado un camino largo de restricciones absurdas, incoherentes y la mayor parte de ellas de estricto carácter político. No se trata de ver la gobernanza como algo incorpóreo, porque a fin de cuentas es un algo tangible que vemos a diario sobrevolar nuestros cielos con un leve atisbo, se trata de verla como un brazo más de muchos que se mueven mangoneando el sistema en sí mismo, y puede perjudicar igual que beneficiar. Y estos dos años, ha sido perjudicar sin ton ni son, porque esa forma de actuar ha reportado enormes beneficios a todos esos que se han llenado la boca con la protección a la ciudadanía. Las mentiras son calles sin salida en las que nos hemos metido voluntariamente, pero de todos los sistemas fácticos del orbe, no somos más que peones sin cabeza.

Tras casi dos años de pandemia, creo que no es exagerado decir que pocas o ninguna de las medidas tomadas, han contenido en lo más mínimo la propagación del virus. Las restricciones, entre confinamientos arbitrarios, limitación de la circulación, de aforos; mandatos salvajes del uso de la mascarilla, prohibiciones de todo tipo y color. Absurdas hasta el calibre de no permitir más de 4 por mesa o separaciones de metro y medio. Han sido un compendio de medidas absurdas, tonterías acientíficas con el patrocinio de ciertos prohombres de la ciencia por el mero hecho de un beneficio económico personal. Las hemos tenido de todos los colores, para todos y de todo tipo, la verdad es que cualquier memez que se nos pudiera ocurrir, lo más seguro es que se llevase a cabo a lo largo de estos dos años. Medidas tales como ponerte la mascarilla para entrar a un bar, porque el atroz virus puede ser letal, pero quitártela para tomar algo porque si te sientas el virus se mantiene a raya. 

Llevamos más de 15 meses anclados en un mundo de pesadilla, donde arriba es abajo y abajo es arriba. El sol ha salido por el oeste cada mañana. 

Ahora nos encontramos con las consecuencias de todas estas medidas tomadas por sátrapas, donde la vida precovid volverá (porque es fuerza mayor), y nos encontramos en un mundo arrasado donde la pobreza hundirá a generaciones de personas y de países en el pozo de la mísera historia. Volveremos la vista al pasado y nos lamentaremos por haber permitido infinidad de desmanes liberticidas, para beneficio de cuatro, mientras tu hijo se va al paro y a ti no te llega el sueldo para llenar media nevera. Pierdes el coche, pierdes tus comodidades, pierdes tu empleo, tu vida y tu futuro, por haber tolerado unas medidas que han quebrado un país, dos países, decenas de ellos. Nos vamos a dar de cara con una realidad que no te contaron, con la oscuridad que te prometieron que no llegaría, con un mundo que pensabas que solo se podía ver en películas futuristas donde la sociedad había caído a lo más bajo.

Nos hallamos ante un mundo terrorífico. 

Y España… Con la economía y la salud mental reventadas, pero seguros de que hemos hecho lo correcto en todo momento, sin poner en duda ningún mandato, por absurdo que fuese. Mientras el resto de países empieza a acelerar de cara a la normalidad, aquí mantenemos a nuestros hijos con mascarillas ocho horas diarias, aforos limitados en muchos sitios, carteles que evocan al mandato totalitario de las restricciones; recordatorios perpetuos de que la pandemia no ha pasado y debemos mantener la alerta constante. Hospitales y ambulatorios vacíos de pacientes de COVID, y también de profesionales sanitarios. Porque, mientras tu vida se ha limitado hasta hacerte sentir la más insignificante porquería, se ha desmantelado lo poco que quedaba de un Estado del Bienestar cojo. Y hoy se patrocina la mentira con verborrea barata, palabras de vendedor ambulante, de mentiroso de tres al cuarto, disfraces raídos que dejan ver sus costuras en cada paso que das. No los mueves al viento porque volarán, se desintegrarían en un sinfín de pequeños trozos de tela. Y el viento se ha llevado nuestras comodidades, y las pocas que se mantenían en pie se sostienen tan solo por la poca inercia que les quedaba.

Ahora toca pagar el precio de lo que hemos permitido durante tantos meses, porque a fin de cuentas tirar abajo un sistema no es tan difícil como pensamos que podía serlo. Lo complicado será intentar levantar algo sobre esos cimientos pulverizados.

Un comentario

  1. Me da que pensar lo que hemos dejado hacerlos por las autoridades que deberían de cuidarnos. Da miedo en lo que nos convertimos

Deja un comentario