No habrá paz para el santo pandémico

Todos tenemos una opinión que dar respecto a cualquier tema que se nos ponga por delante, sea deportivo, político, o sobre funiculares de cable estrecho. En muchísimos casos, dichas opiniones van cambiando a medida que los acontecimientos se van sucediendo a nuestro alrededor. Es normal, pues es imposible, al menos así lo entiendo yo, mantener una idea fija sobre casi cualquier cosa, porque cada día que pasa se van acumulando distintos puntos de vista y formas de observar el mundo que nos rodea, somos un libro abierto con millones de páginas en blanco que se escriben a diario. La pandemia en este caso no iba a ser distinta, ¿no creéis? El problema de mover porterías (porque es lo que muchísima gente empieza a estar haciendo), es hacerlo para adaptar siempre tu punto de vista y cargarte de razones que en realidad distas mucho de tener. Máxime, si has estado diciendo durante meses y meses, que el cielo es entre blanco y gris y hoy, cuando para ti la evidencia es clara y no tienes ya forma de discutirlo porque las nubes se han disipado, admites que es azul y que en realidad tú siempre dijiste que era así. Que los equivocados eran los demás, que no entendieron la forma en la que estabas expresando esa opinión, por lo tanto, tú siempre tuviste razón.  

La pandemia ha sido precisamente eso, un mover las porterías de manera continuada, siempre adaptándose a las necesidades políticas del momento, sosteniendo las argumentaciones sobre el pilar de la falsa creencia de que la ciencia es un dogma inamovible, y tenías que ‘creer’ en ella. Creer en la ciencia… no puede existir mayor tropelía que esa, pero ha sido el dogma del incapaz, del mafugo de salón, del palurdo de chichinabo que siempre ha primado el catetismo de la masa, sobre el pensamiento crítico del individuo bien informado. 

A día de hoy empieza a vislumbrarse la admisión de culpa de algunos sectores, pero siempre de tapadillo, mientras van moviendo de nuevo el punto de salida para situarse ellos en primera línea. Porque siempre tuvieron razón, y no importa cuando leas esto. Se dice desde algunos frentes sociales que se puede pasar página e intentar una reconciliación amistosa con todas aquellas personas que durante meses mantuvieron una opinión distinta en lo que refiere a la pandemia, pero no es con esa gente con quien hay que reconciliarse. Porque esas personas no estaban equivocadas, tan solo mantenían una opinión distinta respecto a un tema global que nos tocó a todos de una forma u otra. Es absurdo ver a quien pensó que había que hacer X, mientras nosotros manteníamos que era mejor Y, como enemigos irreconciliables, porque no son enemigos ni muchísimo menos. No hablo de esas personas.  

Donde la reconciliación no computa es con el tipo de santo pandémico, el segregacionista sanitario y social, el confinador y chivato, que durante más de dos años ha estado día sí y día también, señalando al “infractor”, delatando vecinos y familiares, jactándose de su bajeza humana, intentando suplir su carencia de humanidad, con un falso altruismo social. El santo pandémico que se ha dedicado a vejar públicamente, a humillar, a sentar cátedra apoyando sus argumentos en lo que correspondiese públicamente en el momento, nunca en la razón. El santo pandémico que se ha movido siempre a la par de las masas, dejándose llevar por la corriente social, y siempre presto a machacar al “negacionista”, porque era un irresponsable antisocial, que no pensaba ni se preocupaba por los demás. El santo pandémico que durante más de dos años ha criticado, insultado, señalado e intentado imponer el magufismo elevado al extremo amparándose en la ciencia, aunque lo más cerca que ha estado de algo llamado ciencia es cuando veía Érase una vez y se pensaba que nuestro cuerpo tenía seres pensantes en su interior. El santo pandémico de crucifijo, de elitismo religioso que ha pregonado la palabra ciencia cual estandarte durante más de dos años, mientras acudía a rezarle a un pedazo de madera cada domingo. El santo pandémico de izquierdas, siempre adaptando el discurso a lo que dijesen sus líderes de Moncloa, porque ‘ellos sí que saben’. El santo pandémico de derechas, siempre dispuesto a llevar la contraria al gobierno por el mero hecho de que su ideología siempre va primero. El santo pandémico de redes sociales y televisión. Bueno, este en realidad ha sido el más listo, porque al menos (junto a los políticos y ciertos empresarios) se ha forrado. Siempre tuvieron claro su objetivo y ahí le dieron duro durante todo este tiempo, dispuestos a hacerse de oro, aunque se llevasen por delante a quien fuere. 

No, amigos. Para esa gente no habrá paz. Porque esa gente se ha saltado toda norma de convivencia social, esa gente ha faltado a lo más sagrado que nos confiere la propia humanidad: libertad. Han tergiversado cualquier argumentación para adaptarla a su paranoia. Han sumido a millones de personas en depresiones, pobreza y caos. Han hundido el país con su chabacanería pandémica. Han destrozado el futuro de millones de niños, con una alegría y disfrute pocas veces visto. Y como se dijo muchas veces, los que defendieron con ardor guerrero la dictadura sociosanitaria (si, dictadura), hoy empiezan a salir del tiesto lamentándose de la situación por la que pasa el país con la coletilla de que ‘no se podía saber’ o bien ‘ya lo decía yo’. Todo ello después de haber sido unos nazis de balcón, con orgullo desmedido. Es pertinente no dejar que esa gente respire tranquila, no permitir que muevan las porterías pensando que nadie los ve, volviendo a sumarse a la corriente social del momento. Es obligación de quienes hemos sido señalados y vilipendiados, no dejar que vuelvan a dormir tranquilos, que no vuelvan a ir al trabajo tranquilos, que no vuelvan a salir a la calle tranquilos. Desde el primero hasta el último. Es oportuno no olvidar, aunque en unos años van a sufrir en sus propias casas la locura que han patrocinado y defendido, sobre todo si tienen hijos. Su prole no les dejará olvidar.  

Escribo esto desde la ira acérrima y absoluta, desde el cabreo de quien observa atónito como la falta de escrúpulos volverá a irse campante ante hechos que se estudiarán en los libros de historia como una de las mayores tropelías de la historia humana. Igual que en el 46 ningún alemán parecía saber hacia dónde iban esos trenes repletos de personas, estos energúmenos siguen pensando que la mayor parte de la gente es gilipollas. Encerraron a sus hijos, dejaron que sus abuelos y padres muriesen solos en habitaciones de hospitales y residencias abandonados a su suerte, y te lo impusieron a ti. Lucieron con orgullo un pase sanitario mientras te señalaban a ti por no tenerlo, ejercían de STASI en el transporte público (aquí todavía lo hacen), en supermercados, tiendas y multitud de negocios, persiguiendo al infractor social con su dedo acusador y falta de moralidad, porque eran buenas personas y tú un miserable irresponsable. Todo mientras aplaudían como esquizofrénicos cada nueva medida absurda e iliberal. 

¿Qué tienen en común todos esos santos pandémicos religiosos, izquierdoderechistas o acientíficos amparados en un dogma de laboratorio?, que eran abanderados sologripistas en febrero de 2020. Los de la carcajada fácil, los que se reían de quien anticipaba lo que estaba por llegar. Los que tachaban de conspiranoico al que advertía de lo que estaba haciendo China, e indicaba que nuestro sistema de salud no estaba preparado para una avalancha de pacientes como la que íbamos a tener. Los que señalaban en aquel febrero entre carcajadas, son los que señalaron al “irresponsable” dos meses después. 

No habrá paz para los santos pandémicos. Fuego. 

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