
Una de las causas más notorias de ansiedad y desaliento es pensar en la muerte. No la de uno mismo, pero sí la de quien la toma y no le toca. Aquella que asciende contra el orden de lo impostado, del ciclo estipulado de la vida y de lo natural. Pensamiento oscuro que perturba durante horas su creatividad, sin previo aviso. Y en numerosas ocasiones, sin motivo aparente. En realidad, sin ningún motivo, y dejémonos de vagas y falsas apariencias que creemos por mera inapetencia espiritual, todo lo pueden. No es así. Nunca lo ha sido, el poder no alcanza lo infinito, se cierne sobre lo finito y a él se agarra como una garrapata. Succionando su vitalidad, la esencia de sus miedos y aspiraciones; alegrías y ansiedades. Su imaginación. Y la imaginación juega, en este caso en particular, casi siempre en nuestra contra porque no deja de ser una compañera de veleidoso frenesí. Nos traslada en una barca sin motor ni remos perdida en el océano, a escenarios concretos creados a partir de recuerdos desagradables, la oscuridad concerniente a la falsa revelación. Y no necesariamente verídicos, ¿por qué? Aunque sí de alguna manera, percibidos en la bruma.
Y ese día llegó. El día que toda inquietud se disipó entre mis manos. El día que al final me permití estar tranquilo. Era el día. No hubo medias tintas, ningún rodeo, tan solo apareció como una vieja y esperada amiga. Delineando su sensualidad ante mis ojos, invisible, pero palpable. Allí, en toda su gloria, esperando una última conversación que decida el destino eterno de lo que nos atrevimos a llamar alma. Durante horas dialogamos, asimilé sus ideas como mías, no así las dudas. Me sumergí en las cuestiones de la vida, y por supuesto, de la muerte. Ella hablaba de sí misma como de una vieja como la entidad más allá de lo divino que era, pues estaba, está y estará aquí incluso más allá que cualquier pretendido dios. Le servía de antesala, presentación y desencadenante. Me mantuvo el tiempo necesario para comprender lo más misterioso que perturbaba mi interior.
¿Quién soy yo? Nadie, y por ser nadie te dejas conducir por el oscuro camino. ¿Luz?, no hay ninguna luz, tan solo vacío y final. La tenebrosa frialdad de un cuerpo inerte, la pérdida de vida. La chispa se apagó y la disidencia incrustada en corazones palpitantes fue disipándose en la tibia luz crepuscular. No hay muerte antinatural, pues morir es tan natural como la reacción de vivir. Morir es el paso final, sumirse en la nada. Permitir que el ocaso de nuestra insignificante por fin se cierna sobre nuestras putrefactas almas. Morir es el todo, abrazado por la nada.