
Todos quieren ser aristócratas, codearse con la flor y nata de la sociedad copa y habano en mano, con esas élites de cuna que han nacido con todo dado y nada trabajado. Por supuestísimo, saben que no pueden, pero su forma de actuar denota que en su fuero más interno ellos se lo creen. Y ese es el motivo por el cual, cuando algunos logran el dinero (influencia y/o suerte) suficiente, no dudan en correr a comprarse un título (Conde o marqués suelen ser los más socorridos) que llevarse a la chepa con orgullo libidinoso. Porque la derecha centrada centrista, y la izquierda moralista ecosostenible, necesitan cubrir con urgencia incipiente esa necesidad de sentirse mejor que tú, diferenciarse de la plebe como sea, y el dinero no es suficiente para construir esos anhelos elitistas. Saben que no son como ellos, por eso cuando consiguen entrar en ese mundo se encuentran con la realidad de golpe y porrazo. Porque la realeza no les considera iguales, no pertenecen a esa órbita elitista en la que esa gente ha nacido, y acaban riéndose en su cara porque los siguen considerando plebe. Como a nosotros. Y de esta forma acaban convertidos en unos mamones de titulación diferencial, caciques déspotas y metemanos que avinagran su carácter sumiéndose en un pozo de mierda del que no van a poder salir. Por lo tanto, pagarán contigo la frustración, y la cadena jamás se detendrá.
Porque al final prima esa mentalidad de siervo, de súbdito incapaz que necesita idolatrar a unas personalidades que lo único que las distingue de los demás, es haber nacido en una familia que, en su día, tuvo la astucia de posicionarse mejor que la tuya. Nada más. En el fondo son la misma sangre, el mismo saco de huesos, la misma piel y músculos inservibles, con la única puntualización de que tienen a bien mirarte por encima del hombro porque ellos han nacido para eso. Han nacido para vivir a tu costa haciéndote creer que les necesitas. No son mejores que tú, no les debes pleitesía ni ofrendas diarias para llevarte un mendrugo de pan a la boca. Arrodillarse ante nadie: ni ante ídolos falsos o ejemplos de cartón piedra. Plegar el honor a los caprichos de cuatro energúmenos incapaces que ejercen poder por el simple hecho de haber nacido de otro vientre distinto, difiere de la máxima de igualdad que debe imperar en una especie que ha perdido el norte. Esta no es mi guerra.
El orgullo por ser siervo es el decaimiento de una sociedad indolente ante su propio final. Te quieren rindiendo culto a personas que, ante un mundo desnudo, quizás sean más inútiles que un bebé desnortado. Personas que no tienen la menor idea de lo que cuesta ganarse algo, porque lo han tenido todo. Porque teniéndote de rodillas, es más fácil que asimiles todo lo que te quieren meter en vena sin rechistar demasiado alto. Mientras tanto las élites incipientes que anhelan ese título banal, intentarán con todas sus fuerzas pertenecer a ese mundo que les pueda separar definitivamente de tu lado, obrero sin etiqueta. En el fondo siempre se ha tratado de eso; de creerte mejor que el vecino. Unos han sabido hacerlo mejor que otros, pues unos han conseguido estirar el chicle durante generaciones.
Rompe la cadena, siervo.