Mascarillus florensis

La primavera alumbra con su luz la fulgurante nueva vida que intentamos alcanzar. La vieja normalidad, se abre paso entre los miedos y las paranoias decadentes que llevamos padeciendo durante dos años. Entre gritos, acusaciones, corrupciones y supersticiones, las mascarillas van allanando el camino a un suelo germinado de sus gomas y telas. De la nada brota el verde prado entre el abrazo de las flores resplandecientes y el fresco rocío matutino. No es más bien otro viaje intrascendente que hemos alcanzado, sin más meta que recuperar lo que alguna vez fue nuestro. Y para eso están quedando, para poblar los caminos y aceras, los campos y montañas, lagos y playas. Esconden rostros y sonrisas, esconden miedos bajo falsas premisas. Durante dos primaveras y dos veranos han poblado la mitad de las caras españolas, han ocultado el alma de millones de personas y permitido el abuso sistemático de ciertas personas que no empatizan más que con ciertos sectores demasiado alejados de los intereses más básicos de la ciudadanía.

No hay día que salga a la calle y no me encuentre una mascarilla tirada aquí y allá. Arrojada como un recuerdo permanente de que seguimos viviendo en un delirio constante al que nuestros estamentos políticos no han arrastrado por causas que irán saliendo con el pasar de las semanas. Trapos que pueblan los suelos de Oviedo y multitud de ciudades y pueblos españoles, algunos porque se caen y otros porque son tirados con desprecio por dueños que te llamarán egoísta sin dudarlo, recordándote con vehemencia intransigente que ‘estamos en pandemia’ y tienes que pensar en los demás. ¿Cómo te vas a atrever a quitarte la mascarilla en el supermercado?, está mucho mejor tirada en mitad del campo germinando para que brote el Mascarillus Florensis. Supongo que personas magnánimas de tal talla moral lo hacen siempre pensando en el bien ajeno, sabedores de que el gasto en mascarillas para muchísimas familias es algo que les cercena el presupuesto mensual, han tenido pues la brillante idea de plantar árboles de cubrebocas por todos los caminos campestres del país. Pero hay que advertirles de que tiene que ser en el campo, pues he visto también alguna arrojada en la acera y entre el pavimento no será capaz de enraizar.

El domingo pasado salí a dar un paseo por una zona arbolada próxima a mi casa, y pude contabilizar en un trayecto de 20 minutos un total de 33 mascarillas tiradas a la vera del camino. 33 mascarillas como la de la imagen de arriba, arrojadas y otras rotas en tres pedazos, que poblaban el verde con desparpajo y tristeza manifiesta, recordando muchísimas y gritándome a la cara que muchos tuvimos razón todo el tiempo pero no nos permitieron movernos más que entre la delimitación argumentativa más simple.

Pero habrá lecciones.

No, no nos engañemos. Las tiran la mayoría de ellos por desidia, egoísmo y porque son unos marranos de una catadura moral inexistente. La primavera no abre paso a las florecientes mascarillas en los prados españoles, más bien abre camino a la realidad que deja toda esta aventura en la que nos hemos enfrascado. Una realidad que muchos se empeñan en negar y otros prefieren directamente falsear, pero que su cerrazón es tal, que se impondrá porque no deja de ser el único camino que tenemos para llegar de nuevo a la vieja normalidad.

Y nos quedarán pobladoras de suelos, como vago recuerdo de una época en la que la conciencia común del ciudadano se vio alterada por los intereses oscuros y paranoides de una élite política y social que encontró el filón de oro para llevar a cabo sus chanchullos. Ajenas a todo lo que las rodea, nos observarán mientras su ajado rostro subyace entre la tierra virgen que pisoteamos con impertérrita desidia. Y ante nosotros la primavera florece de vida, los primeros rayos de sol iluminaron de nuevo las sonrisas y quedará en el recuerdo, contaminante y vago recuerdo, la mascarilla que durante dos años pobló la nación gobernando la rutina con mano de hierro. Y no sin antes olvidar aquellos que las depositaron en el verde manto, reciclarán en sus hogares mientras juzgarán con atrevimiento a todo aquello que les rodee, olvidándose de que ellos mismos con a duras penas reflejos carentes de humanidad propiamente dicha. Porque a este juego jugamos todos, pero en eso nos quedamos porque la victoria (pírrica y sin sentido, si llega) será una derrota con un poco de maquillaje que disimule nuestro rostro maltratado.

3 comentarios

  1. Magnífico. Las aceras están llenas de bozales por cada rincón. Es asqueroso

  2. Muy ecologistas pero tiramos los trapos en el primer lugar que vemos

  3. Pontifican pero no mucho

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