Los aztecas, esos cardiólogos incomprendidos

Desde unos niveles de astronomía que ríete tú de las cotas que hemos alcanzado en la actualidad, hasta avances médicos y científicos que nos dibujan a nosotros hoy en día como meros animales salvajes que siguen pintando las paredes de las cuevas que habitan. No me cabe duda de que las civilizaciones precolombinas eran una ensoñación ecologista, feminista, humanista y con unos ideales sociales y de convivencia que se escapan a toda lógica humana. Y entre ellos, había mentes inquietas y descontextualizadas que no podían conformarse con lo que les había tocado vivir: una sociedad tan avanzada. Eran tan sumamente brillantes, que esas mentes quisieron ir más allá y por ello intentaron tocar las estrellas  a través de los corazones de millones de víctimas a las que sometían a continuas torturas. Sacrificios por un bien mayor en el constante anhelo de un viaje estelar que les hiciese tocar por fin la tierra prometida. Altares para sacrificios humanos con el único interés de conocer aún mejor el funcionamiento del corazón, cardiólogos adelantados a su época que no concebían como ese músculo que sostenía la vida del ser humano, podía funcionar con tal precisión. Mientras los europeos llegaban a sus costas a duras penas sobre sus piernas cansadas, sosteniendo en sus hombros cabezas vacías repletas de instintos básicos e instintivos, dispuestos a aniquilar a todo ser de luz que se interpusiera en su camino saqueador y de ideales inferiores, aquellos hombres emplumados que gritaban a los cielos entre humaredas, gritos, pinturas y sangre, construían sus ciudades sobre decenas de miles de restos humanos. Restos que no eran más que la prueba evidente de su interés por la ciencia y los avances médicos, preocupados como estaban porque sus ancianos no pudiesen soportar el susto de una vida tan plena y sus corazones no aguantasen. Al final, tan solo buscaban alargar un poco más la vida de sus congéneres. Eso, o intentar luchar contra el covid. Que también puede ser. Pero eso último lo dudo, dado que no se han encontrado indicios de mascarillas y todos sabemos que no es posible luchar contra el covid, o enfermedades similares, si no portas el otro de tela en tu cara.

Obviamente sabemos que no es así, ¿verdad?, no creo que haga falta remarcar nada.

Porque entre las civilizaciones arcoíris y los Elcanos demócratas que hacían sus expediciones con la pegatina ECO bien grande fijada en sus velas, que sometían a círculos de votación las decisiones de la tripulación y eran veganos y no binarios, no damos a basto en cursilería histórica. Porque somos incapaces de entender el pasado desde una perspectiva distinta a la que gobierna con puño de hierro hoy en día, una perspectiva repleta de ideología moderna, sin tener en consideración el tiempo en el que se vivía y las circunstancias del momento. Somos incapaces de juzgar históricamente hechos desde una compresión global de la situación, porque es más cómodo culpabilizar cualquier acto que nosotros consideremos malvado, porque es el punto de vista que rige hoy en día y es imposible que exista una visión que se aleje de nuestro ombliguismo desaforado. Además, qué coño, nos exime de cualquier análisis más allá de la trivialidad del momento. Nos deja tiempo de sobra para centrarnos en nuestros problemas más tangibles, como la decimonovena ola del covid, que está a la vuelta de la esquina.

De cualquier modo, esta entrada viene a colación por un artículo de El Mundo en el cual ensalzaban las bondades de las ciudades del futuro de la América precolombina. Esas ciudades que, la mayor parte de ellas, se construyeron sobre los cadáveres de miles de enemigos, sacrificios de personas a dioses alados o reptilianos para intentar que lloviese un poco más. No me cabe duda de que los avances de esas civilizaciones eran de enorme calado, que no descubrieran algo tan básico como la rueda me imagino que escapa a nuestro control y entendimiento. Y es que, tal vez, eran civilizaciones que no habían aprendido a trabajar el hierro ni el cobre, anclados en una época del pasado humano que los europeos ya habíamos olvidado hacía miles de años. Pero toca regalar los oídos para fomentar esa extraña culpabilidad que ahora dicen que nos toca sentir por lo que pasó entre 1492 y 1600.

Aun esperemos que Roma nos devuelva a los españoles el oro y la plata que se llevaron de aquí. ¿Os imagináis cómo serían nuestras ciudades si Roma no hubiese llegado? Creo que tendríamos coches voladores, ciudades inteligentes, no habría pobreza ni desempleo y nunca habrían dejado de emitir el Gran Prix. Sería un mundo perfecto, donde la realidad se fundirá en una con el deseo de las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Pero por desgracia, Roma nos invadió y derrumbó ese sueño de diversidad y multiculturalidad. Pero podemos soñar y culpar, que mola y es divertido.

Es una tontería, lo sé, pero esa tontería en el otro lado (y aquí) se la creen miles de personas. Y con estos bueyes tenemos que arar, mientras tildan de facha todo lo que no comulgue con sus ruedas de molino, o etiquetan de prehistórico todo lo que sea anterior al surgimiento de Apple y Starbucks.

Iremos avanzando.

Imagen cortesía de Pexels.

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