
El viraje del voto hacia terrenos más azules al final ha sido una constante desde que la democracia es democracia en España. La alternativa a Moncloa es roja o azul, y dependiendo de la coyuntura económica, acaban en el sillón unos u otros. Y no es baladí decirlo, pero creo que es innegable que cuando la economía se tuerce los azules son los encargados de arreglarla (a su modo, no entraré a debate de si bueno o malo porque de aquellos barros estos lodos) y cuando empieza a ir como un tiro, toca el voto derroche para que acudan al rescate del dinero encarcelado los de rojo. Porque al final el superávit es como acaparar dinero para mal y no gastarlo. Y esto no lo digo yo, lo dijo una socialista en campaña la semana pasada. Por lo tanto, con esa forma de ver la realidad que nos golpea, comprendo las palabras de una antigua ministra del primer inefable Zapatero, donde decía con orgullo patriótico que ‘el dinero público no es de nadie’. Porque no es de nadie, no de nadie en particular. El dinero público es de todos, pero no todos podemos disfrutar de sus bondades edificadoras y mucho menos de sacarle partido.
Y decía Adriana Lastra estos días que la victoria popular en Andalucía se debía a la gestión pandémica que el gobierno ha permitido gracias al derroche excelso de dinero, lo que me lleva a entender que las autonomías no tuvieron ni voz ni voto y el paripé del interterritorial ha sido eso: un paripé. Si partimos de esa base, podemos ir desmontando el chiringuito ladrillo a ladrillo, dejando a los Barbones, Revillas, Puigs, Mañuecos o Morenos en agua de borrajas. Porque a fin de cuentas, si algo tienen en común todos ellos es el haberse anotado la gestión de la pandemia como un punto a favor en su enorme carrera política. Pero claro, llegados a este punto, ¿qué pasa?, que las mentiras tienen las patas muy cortas y unos u otros nos están troleando a base de bien, sin tener en cuenta que sus propias mentiras les acaban cazando, nos damos de bruces con una realidad que se ha escapado a cualquier argumentación lógica de una situación insostenible.
Porque Lastra con sus declaraciones, sin saberlo ni quererlo, ha quitado toda utilidad a las medidas supuestamente adoptadas desde hace dos años. Medidas en las que supuestamente el gobierno delegó en las autonomías la gestión sanitaria de la situación, medidas que generaron polémica y han ido a debate por ser declaradas una y otra vez inconstitucionales. Lastra, con sus palabras, ha dejado al gobierno a los pies de los caballos. Lastra, con sus palabras, ha asumido toda la responsabilidad de las ilegalidades y abusos perpetrados durante el último bienio, donde los derechos y libertades de la ciudadanía han sido pisoteados de forma constante sin ningún atisbo de arrepentimiento. Lastra en nombre del gobierno ha asumido una responsabilidad y atadura legal y moral de cara a la opinión pública, que será uno de los últimos clavos en el ataúd de este gobierno irresponsable y delictivo. Lastra, sin darse cuenta, ha aceptado cada problema generado por unas medidas que han destrozado la nación, que han acabado de hundir a millones de familias y han dejado una economía de por sí maltrecha, tocada de muerte. E imagino que sin quererlo, pero la mano derecha de Sánchez ha sentenciado una legislatura que llevaba el nombre de ‘fracaso’ desde el día uno, porque al final cuando metes un zorro en un gallinero no sale nada bueno. O más bien, de ese gallinero solamente sale un ser vivo caminando. El resto, acaban feneciendo entre sus fauces.
Me imagino que aún no somos muy conscientes de lo que significan las palabras de Adriana, pero si nos detenemos a pensarlo detenidamente, nos daremos cuenta de la carga implícita que llevan.
Feijoo, calienta que sales.
Imagen cortesía de El Mundo.