
Te cuesta caminar, consigues a duras penas salir de la cama cada día por la fuerza de voluntad que aún domina tu maltrecho cuerpo, pero no eres ni el reflejo de lo que alguna vez llegaste a ser como persona. Tu fuerza reside en el carácter, en la voluntad de no ceder ante el paso del tiempo como el tiempo ha hecho ceder a tu cuerpo ante el espejo. El alma no se rompe, aunque intentan romperla una y otra vez mientras tú mantienes los dos pies sobre la tierra y no hincas la rodilla ante la parca, que llama a tu puerta con mayor asiduidad. Sabes que la llama se apaga, pero ¡demonios!, sigues dando pelea por mantenerla viva aunque sea un día más. Luchas por todo lo que tienes que ver, qué vivir, porque tu libertad es lo único que te queda junto a una pensión miserable que es el fruto de años de trabajo, como recordatorio de que somos flores que se marchitan más rápido de lo que nos habían dicho. Y llegarán a decirte que estorbas, que eres una persona prescindible. A infundir miedo en tu miserable vida, porque ellos la han hecho miserable. Y corres lo más rápido que puedas para adaptarte al ritmo vertiginoso en el que vivimos.
Te impidieron ver a tus nietos, salir de casa, y cuando te dieron permiso para hacerlo, te dijeron que tus nietos te podían matar porque el virus no se había ido. Te empujaron a ponerte la vacuna, una vez, dos, tres y cuatro, que la música no pare. Te dijeron que la vacuna era el paso a la normalidad, pero te volvieron a mentir. Tus nietos podían matarte, sigue con la mascarilla, aunque en la calle estemos a 35 grados, no te la quites porque si te la quitas corres el riesgo de que las cuatro dosis de la vacuna que te pusiste para impedir que el virus te hiciese daño, dejen de funcionar de manera correcta. Pero tú continúa con tu vida, pero en Navidad no veas a tu familia y si la ves, que se gaste 200 euros en test, pero ya si eso mejor encierralos en habitaciones separadas porque son máquinas de contagio. Mejor, niégate a verlos y que no vayan a cenar contigo, cena solo. Cena solo porque ese virus contra el que tienes cuatro dosis y sales con mascarilla hasta para bajar la basura, está cercenando a los de tu edad. Si, amigo mío, esos mismos que ahora se empeñan en protegerte, en el peor momento de la pandemia dejaron morir a tus amigos en las residencias como si fuesen mataderos. Pero no me cabe ninguna duda que ahora se están preocupando por tu bienestar sin ningún tipo de interés económico ni electoral.
Hazles caso, por tu bien.
Mientras tanto tú no podrás ir al banco a sacar el dinero de tu pensión, porque tendrás que enfrentarte a un cajero que no sabes manejar y no dispondrás de un amable trabajador que pueda guiarte en el proceso. Y si tienes la inmensa suerte de tener un trabajador del sector en tu sucursal, lo más seguro es que te encuentres ante el típico ceñudo que te dirá amablemente que todo tienes que hacerlo mediante la máquina que no entiendes. Que él no está ahí para eso. Seguidamente tendrás que acudir al supermercado donde el poco personal del que dispone, saturado de trabajo y hastiado de todo, tal vez no tenga el humor necesario para ayudarte demasiado. Quizás llegues a hacer la compra, para tener que pasar por una caja automática en la que sentirás la perdición de este nuevo mundo que te está devorando vivo. Mientras tanto, tienes que hacer todo esto disfrutando de un transporte público cada vez más escaso, y con los políticos diciéndote que tu coche contamina demasiado y que con él no podrás entrar a las ciudades ni moverte por las grandes poblaciones. Que si quieres hacerlo, te compres una caja de cerillas eléctrica por 60.000 euros, con tu pensión miserable. Seguramente sea una de las mayores aspiraciones de tu vida.
Cada gestión con la administración se torna laberíntica, con dispositivos digitales que se escapan a tu comprensión y que nadie se molesta en que sepas usar. Accesos limitados, con barreras invisibles que van apartándote un poco más cada día de la sociedad. Una sociedad que parece querer insinuar que sobras. Mientras tanto, la juventud, y no tan juventud, vive deprisa olvidando con descaro que algún día esos mismos impedimentos serán su cotidianidad. Como hoy es la tuya.
La brecha digital se ha convertido en una brecha social y en uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad. En los últimos dos años hemos conseguido aislar por completo a una generación de personas, maltratando su existencia como si se tratase de un mal grano con exceso de pus del que tuviésemos que librarnos. Gritamos que queremos soluciones a nuestros problemas, recortes presupuestarios aquí y allá, sin ofrecerles una solución factible a un grupo de personas a las que estamos encerrando en una burbuja de la que muchos de ellos no van a salir más. Son tus abuelos, los míos; incluso tus padres. Nuestra adaptación a este mundo sigue yendo a la par de su evolución, la suya ya no es capaz de asimilar tan rápido, o siquiera hacerlo, los cambios que vivimos día a día. Y en ese punto entramos nosotros, que tenemos que facilitar esa transición a una generación que merece el mismo respeto que tenemos nosotros. A fin de cuentas, si perdemos la empatía, ¿qué nos hace ser lo que aspiramos a ser? Vamos camino a convertirnos en máquinas repletas de gadgtes en las que no disponemos de una actualización del sistema operativo para aplicar los sentimientos a nuestra rutina. Y bordear ese acantilado, no es librarnos del mal, pues el día de mañana nosotros seremos esa misma generación perdida a la que acaben por dar de lado. A fin de cuentas, si no tenemos nada que aportar y suponemos un gasto demasiado elevado, ¿qué nos podrá salvar?
Porque nosotros no tendremos ni una pensión miserable con la que ayudar a una familia con varios parados. La conciencia debe reflotar hoy, no mañana. Hoy.
Una de tus entradas más tristes.
En lo que convertimos a los ancianos es el futuro que nos espera a nosotros, tú lo has dicho.
Creo que a veces eres muy tremendista, pero hay ocasiones que tú pesimismo no es más que una visión de lo que está por llegar. Y aquí defines el presente de muchísimas personas mejor que otros supuestos grandes de la palabra.
Mereces una columna diaria en algún medio. No sé cómo te estás desgastando aquí
“ Te impidieron ver a tus nietos, salir de casa, y cuando te dieron permiso para hacerlo, te dijeron que tus nietos te podían matar porque el virus no se había ido. Te empujaron a ponerte la vacuna, una vez, dos, tres y cuatro, que la música no pare. Te dijeron que la vacuna era el paso a la normalidad, pero te volvieron a mentir. Tus nietos podían matarte, sigue con la mascarilla, aunque en la calle estemos a 35 grados, no te la quites porque si te la quitas corres el riesgo de que las cuatro dosis de la vacuna que te pusiste para impedir que el virus te hiciese daño, dejen de funcionar de manera correcta. Pero tú continúa con tu vida, pero en Navidad no veas a tu familia y si la ves, que se gaste 200 euros en test, pero ya si eso mejor encierralos en habitaciones separadas porque son máquinas de contagio. Mejor, niégate a verlos y que no vayan a cenar contigo, cena solo. Cena solo porque ese virus contra el que tienes cuatro dosis y sales con mascarilla hasta para bajar la basura, está cercenando a los de tu edad. Si, amigo mío, esos mismos que ahora se empeñan en protegerte, en el peor momento de la pandemia dejaron morir a tus amigos en las residencias como si fuesen mataderos. Pero no me cabe ninguna duda que ahora se están preocupando por tu bienestar sin ningún tipo de interés económico ni electoral.”
Este párrafo es muy triste y desolador, pero redime bien la situación de esas personas en el último bienio