«Hay infinidad de leyendas, y casi todas tan antiguas como la vida misma. Leyendas recitadas por los célebres pensadores del pueblo de Tianmhar. Muchas, no cabe duda, tantas como para llenar miles y miles de pergaminos con la indeleble tinta de la eternidad. Pero de todas ellas, tan solo una que haga mención a la llave de Astyun. Una llave maestra de oro macizo e insólita beldad, forjada por seres innombrables procedentes de otro tiempo, de otro mundo y de otra existencia. Cuentan que quien la posea, será capaz de abrir cualquier cerradura de esta tierra y cualquier otra, adentrándose en lo insólito. Tales y tantos planos de realidad, como existan en el singular mundo de Astyun.»

– ¿Y realmente te crees esas patrañas? –preguntó Tony a su hermano menor, mientras alzaba la ceja derecha con gesto de incredulidad y burla. 

Tony era así, suspicaz y poco dado a las leyendas. No era un niño. Ya tenía 12 años y en septiembre por fin empezaba al instituto, era mayor, casi un hombre como decía papá. Engañarle no era tan sencillo. 

– Pues para que lo sepas, lo leí en uno de los libros de mamá –indicó el pequeño Andrés levantando la voz. Como si el solo hecho de su procedencia, zanjase cualquier discusión posible. 

Andrés aun navegaba en la ingenuidad de un pequeño que trascendía realidades gracias a su imaginación. La inquietud constante que alimenta la llama del saber que aflora en un niño, a él le confería el valor para aceptar cualquier cosa, como un mundo nuevo que se abría ante sus expectantes ojos. Andrés soñaba despierto, y a veces esos sueños casi parecían de verdad. 

Claro que, su hermano no pensaba igual. Tony le interrumpió antes de que volviese a abrir la boca, arrebatándole el extraño objeto que tenía en sus minúsculas manos – ¡Dame esa llave, canijo! Y deja de darte esos aires de sabelotodo. 

Salió de casa, y Andrés fue detrás intentando quitarle la llave como podía, pero la edad se hizo ley y Tony pudo quitárselo de encima. Cerró la puerta, y a continuación, introdujo la llave en la cerradura ante la alarma de su hermano menor, que se había quedado petrificado en la entrada. 

– ¡No lo hagas Tony, no! ¡No lo hagas, por favor! –fueron las palabras del pequeño. 

A primera vista parecía encajar a la perfección. Le dio un giro a la llave, hasta que al final hizo tope en la cerradura y escuchó el clásico sonido seco y sordo que produce el mecanismo al ser abierto Andrés, al observar a su hermano mayor adentrarse sin miedo dentro de casa, se tapó la cara con las manos, asustado y devorado por los nervios.  

– ¿Qué haces ahí parado? Deja de hacer el tonto y entra en casa, la cena ya está lista. 

Andrés apartó poco a poco una de las manos, destapando su ojo izquierdo, y respiró aliviado. La figura de su padre frente a él, con su cotidiano delantal de superhéroe, y apoyado con su brazo derecho sobre el marco de la puerta, le hizo caer en la cuenta de que nada raro había sucedido. 

Se acercó a la puerta, y retiró la llave de la cerradura. La guardó, tembloroso, en un bolsillo del pantalón y entró en casa con algo de miedo, nervioso. A escondidas, abrió la puerta del despacho de su madre para dejar la llave en la vitrina donde la había encontrado esa misma mañana. Si ella se enterase de que habían estado hurgando en su oficina, se enfadaría muchísimo, y tal vez cayese algún castigo. Era una mujer muy meticulosa con sus cosas, y últimamente tenía un humor de perros. Así que, con sigilo, la dejó y se fue al comedor para sentarse a cenar. 

Esperaron a Tony, pero nunca llegó a la mesa. Andrés lo vio entrar en casa, pero su padre solo le vio a él plantado en el porche, con los ojos tapados y muerto de miedo. 

Tony no había entrado en casa. 

Hasta nuestros días, la desaparición de Tony continúa siendo un hecho rodeado de misterio y oscuridad. Aunque muchos años después, Andrés sigue rememorando la historia, nunca se volvió a ver la llave ni a nadie que supiese de su existencia. Incluso su madre negó saber nada de ninguna llave, y acabaron internando a su hijo en un psiquiátrico rendidos ante su locura. Meses después de hacerlo, ellos desaparecieron sin dejar rastro. 

Andrés sigue buscando la llave, buscando a sus padres, buscando con desespero a su hermano Tony… si le hubiese hecho caso. Si por una sola vez… 

“¡No lo hagas Tony, no! ¡No lo hagas, por favor!” Sus últimas palabras eran un eco incesante en sus sueños, un recuerdo torturador de perpetua agonía.  

Deja un comentario