
Antes de ayer en la Tribuna de El País nos deleitaron con una pieza de esas que hacen época y solo ese diario de intrascendencia activa es capaz de ofrecer, siempre al mismo nivel de cualquiera de sus editoriales. Una nota publicada por el fenotipo de hombre hecho a sí mismo con el dinero de papá y mamá, con muchísimas cosas en inglés y multitud de ‘research’, ‘initiative’, ‘energy’ porque las gónadas del tipo tienen el tamaño proporcional al ego que se gasta. La verdad es que el guion de esta película cada vez es más sin sustancia, es como si ya ni se molestasen en trabajar la trama. Pero bueno, volviendo a la cuestión, en dicha pieza de El País titulada ‘No nos estamos enterando de nada’, el susodicho nos ofrece, con un paternalismo y condescendencia propia de quien se sabe y cree por encima del bien y del mal, una visión particularmente obscena de la crisis energética y la culpabilidad individual no adquirida. Porque tiende siempre a culpar al de abajo, nunca al que está a su nivel social y muchísimo menos al que está por encima. Y es que, en este caso, si tu economía te da manga ancha para poder permitirte ser todo lo ecológico que desees (entendemos por ecológico tener un coche último modelo y comprar siempre lo más caro, porque se resume en eso), y encima librarte de ese cargo de conciencia que te dicen, debes tener, bienvenido sea. Te dedicarás entonces a repartir culpas, pero siempre en línea descendente. Siempre hacia el pringao que está por debajo de ti, nunca ante tus compañeros de pádel o de club de campo.
Porque si, la culpa es una cuestión social y de clases. Molesta el que no puede permitirse ser lo que esa gente quiere que sean.
La culpa es del currito que se sube a su Berlingo del 2000 cada mañana para recorrer tropecientos kilómetros, trabajar de sol a sol más de 9 horas, y volver a casa con un jornal que le permita aguantar esta existencia injusta un día más.
La culpa es del dependiente de supermercado que con su sueldo ínfimo de 950 euros mensuales (la magia del prorrateo de pagas hace milagros para situarte falsamente por encima de los 1000), tiene que recorrer a diario una media de 60 kilómetros y dejarse más de 200 euros al mes en combustible, mientras lee cada domingo El País y encuentra notas que le culpan de la situación del mundo. Porque contamina. Porque con el uso que hace de su vehículo, ayuda a Putin y está matando ucranianos. Porque el aire acondicionado engorda y nos convierte en tipos más sedentarios, así que es preferible morirte de un golpe de calor a las cinco de la tarde en pleno Madrid, mientras en la redacción de cierto diario se mantiene fresquitos y se indignan muy fuerte por la última tropelía del cambio climático.
La culpa es del agricultor que se está endeudando con el banco y no va a poder aguantar. Se irá a la quiebra, perderá todo y un día se dará cuenta de que ya no tiene nada más que perder.
La culpa es del pescador que prefiere tirar su remesa de nuevo al mar porque es consciente de que no le va a dar ni para llevarse un mendrugo de pan a la boca.
La culpa es del barrendero que tiene que escoger los peores turnos porque espera que ese contrato de un mes que le han hecho, se alargue una semana más.
La culpa es de ese obrero que cuelga del andamio cada día a 40 grados con su espalda roja de ira, dolor y trabajo y tiene el atrevimiento de poner el aire acondicionado en su viejo Seat León, mientras vuelve a su casa con letras por pagar a ver a sus hijos por primera vez en todo el día.
La culpa es de esa familia que lidia cada semana con un presupuesto menguante y tiene que dar de comer a varios niños. Milagros rutinarios.
La culpa es de esos padres que se acuestan cada noche sin saber si al día siguiente podrán continuar. Angustia rutinaria.
La culpa es de ese sevillano que tiene los huevos de encender el aire acondicionado sin detenerse un segundo a pensar en lo que van a opinar de él en El País.
La culpa es de ese joven que no encuentra trabajos más allá de la precariedad a 20 horas. Y a medida que se vaya haciendo mayor, se dará cuenta que la única diferencia de su yo actual con aquel joven de 21 años, es que la precariedad ahora la “disfrutas” a 40 horas.
La culpa es del trabajador que lleva doblando el lomo toda su vida para verse con 60 años, una casa sin pagar, un coche que apenas rueda y sin una estabilidad laboral que le permita pensar que al menos, en cinco años, tendrá una pensión.
La culpa es tuya porque tiene que serlo, porque no te has sacrificado un poco más, porque eres un egoísta de mierda que no piensa en el bien de los de arriba. La culpa es tuya porque si no es tuya, entonces es de ellos y si la película tiene una subtrama, acabamos por desviarnos de la principal y tal vez las miradas se dirijan hacia quien no deben. Así que la maquinaria trabaja sin descanso para que la culpa sea tuya, mientras nunca le faltarán colaboradores necesarios dispuestos a tragarse las bolas con los ojos cerrados diligentes para seguir tragando mierda pensando que quizás mañana ellos estén ahí arriba llevándoselo a manos llenas. Y es que mientras la culpa sea tuya, ellos podrán continuar metiendo mano en la caja y llevándose crudo un montante cada vez mayor, ¿qué se lo va a impedir? Siempre tendrán algo a lo que achacar el problema, y si no les funciona tirarán del comodín de la culpabilidad individual. Vives por encima de tus posibilidades, así que relaja un poquito la marcha y vuelve a la casilla de salida, pero siempre un poco más pobre. Lo suficiente para no molestar.
Mientras tanto, esos mismos personajes con muchas biografías en inglés y perfiles en Linkedin repletos de palabras vacías que han sacado diccionario en mano, que te decían hace un año que debíamos descarbonizar el mundo para poder seguir en él cinco años más antes de que los océanos nos tragasen (ya sabéis que el apocalipsis climático va en fascículos porque se encarga de sacarlo a la venta Salvat), ahora te dicen que igual no es tan urgente. Bruselas considera imprescindible recuperar la producción de carbón e incluso subvencionarla. Y es que cuando la realidad aprieta, los pijos de terraza y te chái se hacen a un lado. Y correremos a quemar neumáticos si hace falta.
Ya conocéis mi punto de vista respecto al tema energético, pero no deja de sorprenderme como siguen erre que erre, insistiendo con que el ciudadano de a pie asuma parte de una culpa respecto a un tema que en lo único que le toca de forma directa, es en pagar más. Porque tú no has legislado, pero quienes han prohibido explotar el gas y el petróleo que tenemos en el subsuelo, congelaron la proliferación de la energía nuclear o la han cagado sobremanera con el suministro de gas enemistándose con países con los que manteníamos una buena relación, son los que ahora vienen a decirte que la culpa es tuya. Recordemos que dejamos de comprar gas a Argelia porque era socio prioritario de Rusia, para empezar a comprárselo a Rusia directamente. Entre tanto compramos un 30% por encima del precio de mercado el gas licuado de Estados Unidos obtenido por fracking, y tenemos prohibida aquí dicha técnica de extracción. No disimulamos con lo ilógico de todo, porque vivimos en una incongruencia constante.
Cuando la realidad golpea es implacable. Con el tiempo te dirán que chupar el tubo de escape es bueno para la salud, porque favorece el moreno veraniego y la resistencia del paladar a sabores más fuertes. Y tragaremos. Mientras todos los que hoy se golpean el pecho primando lo “verde”, comprarán sin dudarlo un solo segundo el discurso que derribe todo lo que han defendido. Así funciona todo este montaje.
No, amigo, la culpa no es tuya. Nunca lo ha sido.
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