
Os decía el otro día lo complicado que es desconectar del trabajo incluso en el periodo vacacional, sobre todo debido a la situación que atravesamos muchos de nosotros por la incipiente crisis, la galopante inflación y padecer unos sueldos que rozan lo miserable, a pesar de que cobramos unas apabullantes cuatro cifras, aunque con varios trucos mediante. Es complicado, máxime porque una vez que sales del trabajo, no eres capaz precisamente de eso: desconectar. Es una tarea ardua y complicada que se completa en imposible, cuando todo lo que te rodea empieza a alzarse en una montaña que no podrás escalar por ti mismo. Y quizás, tampoco tengas el ánimo de hacerlo, porque, ¿para qué? Seamos claros; nos pasamos la vida escalando para llegar a ninguna parte porque nuestro propio estatus social predetermina lo que vamos a ser desde un primer momento. ¿Qué tal vez consigas una cuota de éxito en el ámbito laboral, o una chispa de momentánea fama pasajera?, tal vez, pero será una estación de paso en tu trayecto hacia ninguna parte. Porque, desengáñate, has nacido para ser una medianía y que no te recuerde absolutamente nadie en 100 años. Quizás, y lo remarco con un color bien llamativo, hayas conseguido una cuota de prosperidad espuria, pero igual que vino, se va a ir. Lo he comentado alguna vez, si no eres capaz de subsistir un par de meses sin ingresos en tu hogar, eres una insignificancia social. El clásico pobre de pedir. Tu prosperidad no es más que una amalgama de coincidencias sociales y económicas que se derrumbarían ante el menor atisbo de tormenta. Y si no entiendes eso, nunca entenderás tu situación real en el mundo.
Una situación que normalmente viene dada por nacimiento, porque la pobreza se hereda desde el primer día de nuestra historia. Es una enfermedad de transmisión social para la cual lo único que va cambiando es el concepto de lo que entendemos como pobre, variando la definición del término acorde al país al cual se aplique. Porque un pobre en España o Francia, es rico en Colombia, un pobre en Colombia, es rico en Etiopía. Es tan solo una sucesión de conceptos y comprensión moldeable a una sociedad específica. Pero el que es pobre en cualquiera de esos países el día que nace, tiene todas las papeletas para continuar siendo pobre el resto de su vida. Quizás en algún instante, y debido a la situación macroeconómica, crea que, por vivir con un desahogo considerable, ha salido de esa espiral. Pero nada más alejado de la realidad. Y esta realidad acaba por volver a darte en todos los morros sin ningún tipo de pudor o arrepentimiento, para que no te olvides del lugar al que en realidad perteneces. No hace falta más que una inflación de dos dígitos para que te des cuenta de tu auténtica situación, y de la clase social a la que perteneces. Igual algunos continúan con ese autoengaño absurdo, bien porque pudiesen irse de vacaciones; o porque se comprasen un coche “nuevo”, pero déjame decirte que eres igual de miserable que el que escribe esta pieza descargando la frustración que le acompaña desde primera hora de la mañana. Todos los días.
Igual en algún instante has conseguido estabilizarte en un empleo regulero, pero que te reporta unos ingresos fijos que te permiten, al menos, subsistir de aquella manera cada mes. Llegas ahogado, sin más lujos que ir a comer a un McDonald’s con terraza de vez en cuando, o ir al cine una vez al mes. Incluso igual puedes permitirte una escapada de fin de semana que luego te dejará temblando tres meses, pero lo haces porque joder, hay que hacerlo. Pero eres consciente de la mierda que puebla tu vida, porque no te das ínfulas de clase media por unos lujos que es humillante considerar como tal cosa. Amigo, sabías cual era tu situación, y al menos ese trabajo no te daba intranquilidad, ibas y lo hacías rodeado de un grupo de personas aceptable, estaba bien. Por lo menos volvías a casa todos los días sin ese resentimiento que te devora las entrañas desde hace más de un año. Sabías que te estaban explotando, pero no era tan evidente como puede serlo ahora, cuando te toca hacer el trabajo de tres personas y careces del menor incentivo económico o laboral para desempeñar tu labor. La exigencia ha aumentado, pero las recompensas han desaparecido del horizonte, a la vez que la presión hacia ti de los que están un poco más arriba en la cadena alimenticia de la empresa, se ha intensificado notablemente. El ambiente laboral se ha enrarecido, porque consiguieron que ‘el unos contra otros’ se considere lo habitual en el entorno laboral. Vigila tu espalda, porque el compañero que malvive como tú, quiere pisotearte con aviesos fines. ¿Quieres un día libre?, no puedo dártelo, porque ¿cómo vas a dejar solo a tu compañero? Y no tengas el atrevimiento de insistir, porque entonces se azuzará a ese compañero doliente que tienes cada mañana contigo, para que te considere un mal colega por primar tu interés personal por encima del suyo y de la empresa.
No, no es tu compañero el que te está pisoteando. No, no eres un mal compañero por pedir lo que te corresponde por derecho. Y claro que sí, tú siempre estarás por delante de la empresa. Faltaría más. Jamás olvides que a la empresa le das mucho más de lo que ella te da a ti. No caigas en esa mentira promocionada desde el poder, donde te repiten una y otra vez que debes dar las gracias por tener un trabajo, o que les debes la vida porque te permiten formar parte de su “familia”. Eres fuerza laboral y aportas un valor añadido incalculable al crecimiento de su negocio con tu esfuerzo, que no está ni bien pagado, y mucho menos valorado a la altura que se merece. Tú eres imprescindible, no el que se sienta en el despacho cobrando por un puesto que le han creado exprofeso por ser ‘amigo de…’, o el mindundi ascendido que piensa que pisotearte, es la definición de buen líder de equipo. Valórate tú, porque ahí dentro nadie más lo hará.
Ahora acudes al trabajo con angustia, acompañado de un miedo que no te abandona, porque a saber que sorpresa te puedes encontrar. Y es que sabes que darán con una nueva forma de joderte para rascar un beneficio de un céntimo, y si te lo quitan a ti, mientras tú les reportas un beneficio de un euro completito, mejor que mejor. Obviamente te van a vender por activa y por pasiva que la situación está muy mal, pero no me cansaré de decir en todos los idiomas que pueda: not my problem, nicht mein problem, não é meu problema, non è il mio problema, nije moj problem, inte mitt problem, no es mi problema. Del mismo modo que no lo era cuando el dinero entraba de tal forma que empapelabas el negocio con billetes, no tengas el atrevimiento de pedir al empleado que sacrifique la mierda de vida que lleva, en parte por ti, por una empresa que no es suya. Porque, querido líder supremo, cuando te has dedicado a ningunear al trabajador durante años, pedirle sacrificios por el bien común (que no deja de ser que tú puedas mantener tu estilo de vida en pleno decrecimiento económico) me resulta algo cuanto menos grotesco e insultante. Soy consciente también de que siempre tendrás a ciertos energúmenos dispuestos a tirarse al suelo para servirte de alfombra y así no manchar tus zapatos en el barro, pero esos lúmpenes son los tontos útiles de un sistema que se ha roto por completo. Aunque pienses que son la norma, en realidad son la excepción.
Lo único que espera la mayoría de trabajadores en esta situación, es encontrar un paraguas bajo el que refugiarse y dirigir su ira hacia el auténtico culpable, porque dar ese primer paso siempre es difícil y es comprensible el miedo incipiente a dar la cara ya que perder el trabajo en una situación de miseria social, es casi una condena. Pero en algún momento te encontrarás delante a alguien al que su trabajo le importe menos que su dignidad, y se lance a la yugular.
Mientras tanto, entras cada mañana con la espada de Damocles sobre tu cabeza, temiendo cuando acabarás por romperte, llevando a casa la basura que te hacen tragar desde que empiezas el turno hasta que lo acabas. Piensas que no tienes escapatoria, que estás atrapado en esa espiral de maltrato e indignidad laboral y humana, pero no es así. Seguramente mires a un lado y a otro, y creas que estás solo, que solo tú piensas que estás a punto de quebrarte, pero no es así. Multitud de compañeros piensan como tú, sienten como tú, padecen como tú, pero tienen el mismo miedo que tú a dar la cara y alzar la voz. Porque individualmente sois nada, pero cuando esas decenas de voces se unen en una sola, el grito se escuchará más allá del despacho al que van dirigidas.
No caigáis en el juego de la división.
Si bien es cierto que es agrio trabajar así, luchar por tu dignidad como persona contra aquellos que intentan acabar con ella por activa y por pasiva, es una obligación. Nadie va a defender tus derechos, libertad o lo que te corresponde, nadie. Si tú no lo haces, lo único que vas a conseguir es que cada día, y un poquito más, te socaven como ser humano. Porque su objetivo es tenerte sumiso, que no protestes demasiado, porque entiéndase el buen trabajador como aquel espécimen que hace su labor por el menor precio posible. Y para ellos el mundo sería un lugar maravilloso si por encima de la dignidad personal se impusiese el beneficio a corto que es lo único que en realidad les importa. Por ende, sus cuentas nunca sufrirían el más leve contratiempo, mientras que tú, pues oye, igual trabajas por un mendrugo de pan. Si acaso. Porque el mendrugo sería negociable si no les compensa económicamente dártelo. Tú realizas un trabajo, lo realizas por encima de tus posibilidades la mayor parte del tiempo, pero por debajo del salario que realmente te corresponde por tal desempeño. ¿Y vas a tolerar que te vengan a exigir un desempeño mayor hoy, que hace 2 o 3 años, por menos sueldo del que cobrabas entonces? Porque sí, amigos, el cálculo salarial se hace también en base al IPC, por lo que las subidas que has recibido en los últimos 10 años se han ido al guano en unos meses. Estás viviendo con menos dinero que hace una década, cobrando menos que hace dos, mientras que el nivel de vida ha subido ostensiblemente. Sucediendo todo esto, tienes a unas personas que no han bajado su tren de vida un ápice, exigiéndote un sacrificio laboral diario.
Cuando despiertas cada mañana, lo único que tienes que puedes decir que es tuyo y de nadie más, es tu libertad y dignidad. Si te quitan eso con cualquier excusa de chichinabo, te has convertido en un esclavo.