
Cuando el estado se convierte en un ente depredador incapaz de frenar esa ansia por devorar todo lo que encuentra a su paso, tenemos un problema. Cuando el estado se transforma en una máquina improductiva, que basa toda su existencia tan solo en sostener un sistema incapaz de ofrecer unos servicios públicos de calidad a los ciudadanos a los que les quita su dinero, tenemos un problema. Cuando el estado se ha convertido en un gran fondo de pensiones, un aparato dedicado a sostener una gerontocracia funcionarial caduca donde los únicos ciudadanos capaces de sobrevivir con soltura son un alto porcentaje de jubilados, y el asalariado público, tenemos un problema. Cuando el estado ha mutado en un ser grotesco donde una clase política lo parasita sableando al contribuyente, entre mentiras y medias verdades, vivimos en un problema.
Porque yo no necesito un estado que controle cada aspecto de mi vida. No necesito un estado que se inmiscuya en todo lo que hago, o dejo de hacer. No necesito un estado que me diga como pensar. No necesito un estado que me diga que tengo que comer. No necesito un estado que me diga que tengo que beber.
Necesito un estado en el cual los dirigentes que pago para que gestionen un presupuesto púbico, realicen su trabajo como es debido.
Porque no necesito un estado que me diga donde debo trabajar. No necesito un estado que me diga como debo criar a mis hijos. No necesito un estado que eduque a mis hijos. No necesito un estado que me diga que perro o gato debo tener. No necesito un estado que me diga donde tengo que vivir. No necesito un estado que regularice mis horas de sueño, y me diga donde dormir. No necesito un estado que me diga qué, cómo, dónde y cuándo debo conducir. No necesito un estado que me diga que coche debo comprar. No necesito un estado que me extienda un permiso o carnet para todo. No necesito un estado que controle cada paso que doy. No necesito un estado que vigile mis movimientos.
Necesito un estado que se centre en lo único para lo cual debe existir: gestionar los servicios públicos que ofrece.
Porque no necesito un estado que me diga a qué hora salir de casa. No necesito un estado que me diga a qué hora tengo que llegar a mi casa. No necesito un estado que controle qué digo, cómo lo digo y a quién se lo digo. No necesito un estado que me diga cuando puedo encender la luz, o si hoy puedo o no encender la calefacción. No necesito un estado que me diga cómo ducharme, o a qué hora tengo que hacerlo. No necesito un estado que me diga cómo hablar con la gente. No necesito un estado que me diga como he de sentirme hoy. No necesito un estado que me diga dónde he de viajar.
Necesito un estado que enfoque sus fuerzas en lo único para lo que se puede justificar su existencia: gestionar unos servicios públicos, por los que pagamos. No para enchufar a sus colegas de instituto o petanca.
Porque no necesito un estado que me diga cuando puedo ser libre. No necesito un estado que me diga de que sexo tengo que considerarme. No necesito un estado que me diga cuándo, cómo y con quién puedo acostarme. No necesito un estado que me diga qué hacer con lo que es mío. No necesito un estado que me de permiso para cultivar mis tierras. No necesito un estado que me diga cuando puedo talar mis árboles. No necesito un estado que me diga como he de edificar en mi parcela. No necesito un estado que me diga que puedo saber. No necesito un estado que me diga que debo estudiar. No necesito un estado que me diga que música debo escuchar. No necesito un estado que me diga qué libros he de leer. No necesito un estado que me diga que películas puedo ver. No necesito un estado que me diga a qué videojuegos he de jugar.
No necesito un estado que monopolice la violencia. No necesito un estado que monopolice la verdad. No necesito un estado que monopolice la opinión pública. No necesito un estado que monopolice los medios de comunicación. Ni mucho menos, un estado que gaste los recursos que expolia al ciudadano, en insuflar aire a un cadáver con un oxígeno que podría estar utilizando una persona que tenga opciones de vivir.
Porque válgame dios que no necesito un estado depredador que extienda sus tentáculos a cada miserable aspecto de mi vida, controlando cada paso que doy, o vigilando qué hago o dejo de hacer. No necesito un estado que me considere un presunto delincuente por el mero hecho de existir, o pensar que un estado democrático occidental no debe ser un depredador insaciable. Lo único que necesito es un estado reducido a la mínima expresión, donde el único cometido del aparato estatal sea el proporcionarnos unos servicios públicos de calidad, por los que pagamos religiosamente. Y es que, si no me vas a dar eso, tu existencia carece del menor sentido.
El estado no debe ser nada más. E incluso podría ser menos.
Porque lo mejor que ha hecho este aparato, es convencernos de que sin su existencia estamos perdidos. Cuando su existencia no es más que un mero artificio programado por aquellos que nos llevan mintiendo toda la santa vida, para continuar viviendo de ti y de mí. Los parásitos que merodean alrededor de tu dinero, de tu trabajo, de tu sacrificio, que viven de lo que tú aportas y de tu sudor. Necesitan convencerte de que pagas impuestos para tener sanidad, y si tienes que esperar tres años por una resonancia, es culpa de Rusia o del covid, o de cualquier cosa que se les ocurra. Los mismos que te dicen que si no pagas impuestos no tendrás carreteras, son los que te dicen que tendrás que doblepagar esas mismas carreteras. Esos que quieren ponerte peajes para circular por tu ciudad. Porque ya sabes, pagar impuestos por circular, matricular, comprar, el combustible o la ITV, no es suficiente para pagar el mantenimiento de unas carreteras que han entregado a coste cero a empresas de amigos, previa firma de favores futuros.
Porque mientras ellos se suben el sueldo, tú continuarás desangrándote en la acera. Y nadie va a mirar por ti. El estado te ha convencido que sin él no eres nada, cuando en realidad el que te está convenciendo de que sigas creyendo en esta fe, es el chamán de turno disfrazado de político.
Antes pagábamos el diezmo al señor feudal para que nos permitiese cultivar y nos diese protección, ahora pagamos un tercio del sueldo para no entrar en la cárcel.