Hambre, bañadores y veranito en la playa

Ya estamos en verano y acercándose el calor, la temporada de playa y piscina, de lucir bañador último modelo de Primark y palmito a todos aquellos ojos que ansíen ver nuestros cuerpos lechosos y carentes de la menor dignidad desfilar por las playas españoles. Lo haremos deseosos de una normalidad que nos han arrebatado demasiado tiempo, por lo que este verano me da que nos vamos a olvidar de la inflación y cualquier problema añadido, para dejarnos llevar por el jolgorio, el gasto desenfrenado, el endeudamiento y el disfrute apasionado sin medida ni control. Pero eso sí, con mucha alegría. Y como veis, a pesar de la retahíla de tonterías que acabo de soltar en estas pocas palabras, no he dicho que vayamos a estar gordos o pasados de peso, porque vamos a lucir unos cuerpos en los próximos meses que ríete tú de Kate Moss en sus mejores años. Vamos a parecernos a Harry Potter cuando vivía con sus tíos, y a partir de ahí, iremos explorando nuevos pastos del señor en los que jamás nos hemos adentrado. Quizás incluso se fomenta la gordofobia, cuando los únicos gordos sean aquellos quienes nos han expoliado hasta hacernos cuerpos secos como una rama muerta.

¿Y por qué?, bueno, por un motivo muy básico: escasez.

Por cierto, ¿sabéis lo bueno de meterse con el peso de alguien delgado? Sí, exacto: que no tendrás a las ordas del bienquedismo atacándote por ello. Porque ofender al delgado es algo aceptable, por lo que puedes hacerlo con total impunidad e incluso con crueldad incisiva.

Pero bueno, volvamos al lío.

Quizás suene como un derrotista enfermizo (tal vez suene siempre así, pero ya sabéis que el que avisa no es traidor), pero las noticias sobre las granjas de animales que cierran una tras otra, incapaces de asumir la constante subida de costes, se suceden igual que las mentiras de este gobierno de facinerosos y proclives al engaño que nos ha tocado padecer. Y esto es muy simple, si los costes no bajan, se va al traste la cadena de valor y podemos despedirnos de ganaderos, integradoras, mataderos, establecimientos alimentarios, supermercados y por último, consumidores. Aunque claro, me imagino que nuestro amado ministro Garzón y el ala de la extrema izquierda de nuestro gobierno, estarán encantados con esta situación porque con esto las macrogranjas desaparecerán por fin de la ecuación, que llevan medrando por ello varios años y ahora que al fin alguien les hace algo de casito, pues que no se diga. El problema es que las demás, también se irán al traste. ¿Y qué pasará cuando la carne más barata y asequible para el ciudadano medio (golpeado por la inflación, la crisis y una oferta de empleo precario que inunda el mercado como la peste) desaparezca? Si, no hace falta que os lo diga. Lo acabáis de pensar vosotros solitos.

Hambre.

Porque cuando los precios de la comida empiezan a subir, ésta acaba por escasear. Y cuando el alimento escasea, es entonces cuando la vida nos presentará a su amiga el hambre; y cuando esa amiga que no queríamos conocer entra en nuestras vidas, es cuando la gente no tiene nada que perder y surgen las revoluciones. Y queridos amigos, esto siempre acaba igual, pues las revoluciones traen de su mano las guerras. Y luego, cenizas. Quizás a partir de las cenizas podamos construir algo, pero no lo viviremos nosotros. Demonios, quizás no viviremos ni la mitad de lo que acabo de decir, porque no seremos capaces de llegar hasta el final. Y tal vez hacer oídos sordos a las trompetas que se escuchan en la distancia no sea lo más inteligente que podemos hacer, pero veo a mi alrededor que es lo que la mayor parte han decidido. Han elegido la ceguera, taparse los oídos y seguir caminando por este campo minado hasta que al final, una de esas minas pertinentemente colocadas, explote bajo sus pies y acabe con sus vidas para siempre.

O tal vez yo no sea más que un agorero y un paranoico enfermizo que ansía el caos porque en el caos se siente cómodo. Pero en enero de 2020, cuando empecé a temblar por lo que pasaba en China ya  vislumbrar lo que se venía a todo el mundo, también llegué a pensar que era un agorero enfermizo y un paranoico amante del caos eterno.

Y no, no me equivoqué.

Imagen cortesía de Pexels.

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