
Cuando te has pasado varios años optando por una política de conveniencia, en la que el discurso intrascendente siempre se ha antepuesto a la realidad, resulta que ésta, al final, acaba por llamar a tu puerta y te caza en paños menores. No estás preparado y tienes que salir de casa corriendo en mitad de una tormenta de época. Una tormenta en la que todo se alinea para derribar cada ápice de cordura que permanezca dentro de tu ya de por sí maltrecho pensamiento. Y te arrepientes cada segundo por tu falta de previsión, por el destrozo que te has hecho a ti mismo en tu vida. Te arrepientes de cada decisión, pero eres preso de las ideas que has promocionado y las esposas se ajustan sobre tus manos, mientras la soga se anuda alrededor del cuello, tensando sus fibras y sofocándote.
Te ahogas.
No es cuestión de atizar por hacerlo o levantar algunas carcajadas en uno aquí o allá, y no será porque sobren los motivos para hacerlo, que los hay y los toco a diario con mis frías manos. Sin duda nos encontramos con una de las peores administraciones que ha tenido los mandos de España en sus manos. Pero, quizás por credulidad, o la mera idea de que la democracia aún persiste en nuestro país, soy incapaz de caer en el discurso de que tengamos gobiernos que trabajan por intereses ajenos a los nacionales; de gobiernos que trabajan por destrozar a sus ciudadanos, primando su futuro por encima del país que les cobija. De su país. Y no es patriotismo banal, pero creo que cada gobierno hace lo que cree que es mejor bajo sus principios, sean erróneos o acertados, para gobernar en base a unas ideas que consideran buenas y efectivas. Incluso pensando que gobernarán con el viento a favor, y poner de manifiesto una agenda que les congratule con el grueso de la población, sabedores de que los que se enfadarán, son una minoría que no hace demasiado ruido.
Y está bien, es una forma de gobernar legítima y si te otorga la mayoría en el Congreso, podrás acceder con ella a Moncloa. No podemos protestar, pues aunque nuestro sistema sea mejor o peor, considero que representa la enorme mayoría de lo que este país quiere y desea, y no hay más que salir a la calle para darte cuenta de que el % más elevado de la nación, está representado en el Congreso. Nos afanamos en decir que no, pero nuestra forma de pensar como masa, no dista en demasía de las políticas que allí se llevan a cabo.
Queremos quedar bien, ante todo. Queremos que el vecino piense que somos moralmente superiores a él, y gracias a esa falsa creencia, acabamos por ceder a los delirios más insanos existentes. Y no pasa nada, no pasa nada cuando todo va en orden, tienes superávit en las cuentas, pleno empleo y el país va viento en popa y se gobierna solo.
El perfilismo es un gobierno para tiempos de paz y bonanza.
El problema llega cuando todo este castillo de naipes se cae de golpe, y te encuentras en una situación en la que ponerse de perfil ya no sirve. Porque si por algo se han caracterizado nuestras tres últimas presidencias, es por ponerse de perfil antes de encarar los problemas, siempre ha sido lo más sencillo. Una forma de que el votante no te machaque demasiado, y el partido no acabe desgastado. El perfil es una buena idea si deseas pasar sin pena ni gloria, y los problemas no abundan en el país que diriges. En tiempos de paz y calma, lo ardientes defensores del perfilismo contraatacan siempre con argumentaciones típicas y vacías: enarbolando la bandera del buen hacer, del acto profesional, de que todo se puede sobrellevar si se dialoga lo suficiente o podemos pedir al viento que nos de la luz y gas que necesitan los hogares. Si el mayor problema que puedes afrontar es que emitan o no tu programa favorito, el perfilismo es un arma de gobierno factible que puede darte muchos votos entre una ciudadanía pagada de sí misma, egoísta y sin una idea muy elaborada de que sus problemas sean demasiado perjudiciales.
Acudes al perfilismo para no pasar a la historia, más bien para ganar y tener tus cuatro años en el sillón. El perfilismo te da la posibilidad de ser un tipo que queda bien en televisión, y ocultar ciertas realidades incómodas a un votante que en realidad no quiere escuchar que todo va mal, o que él tiene la culpa de sus problemas. El votante prefiere pensar que es el vecino el culpable, y que su conciencia permanecerá limpia pensando que él no contamina, que él ejerce fuerza para que el mundo sea un lugar mejor, pero sin los costes que conllevan todas esas políticas basadas en el perfilismo. Ya sabemos como funciona esto, que se extraiga petróleo, que yo quiero seguir viajando en avión, pero mejor en un país alejado del mío. Que se extraiga litio, que quiero presumir de coche eléctrico o tener un teléfono de última generación, pero mejor en África que en Extremadura, no vaya a ser. Quiero seguir poniendo la calefacción en invierno, pero el fracking mejor que lo hagan en Estados Unidos. Queremos todo, sin pagar el precio que conlleva tener unas comodidades que son muy caras y cuesta horrores conseguir y mantener.
Claro, todo esto degenera en un país dependiente y subvencionado que ha vivido, mayoritariamente, de bonificaciones europeas y emisión de deuda amparada por el BCE. Eso se ha acabado. El dinero barato ya es un anhelo de tiempos mejores, las ayudas europeas sin justificación ni obligaciones, no volverán.
¿Qué sucede ahora?, que ese perfilismo te da en la cara dos bofetadas y no las has visto venir. Primero una pandemia te hace bajar de la nube, enfrentando a una economía ya de por sí maltrecha, a una nueva recesión (La mayor en más de 70 años). El tejido industrial se va rompiendo poco a poco, hasta que a duras penas se sostiene sobre un fino hilo que amenaza con romperse al mínimo tirón. Las medidas, desastrosas y defendidas por cabezonería política, te empujan hacia una inflación alarmante, mientras los costes industriales se disparan y las materias primas se escapan en los precios de cualquier tabla. La energía se encarece, y estalla una guerra en Europa que acaba por dar la puntilla a todo. Te encuentras de la noche a la mañana a los mandos de un barco sin velas ni timón, en mitad de una tormenta perfecta, cuando pensabas que ibas a navegar plácido y tranquilo por un río en una tarde primaveral. La desesperación tiene que comenzar a hacer mella en un gabinete que se ve incapaz de afrontar todo lo que está llegando, mientras el agua entra por cada rincón y amenaza con hundir la embarcación.
Desesperas en tu política exterior, buscando un acercamiento de última hora a los Estados Unidos, renunciando a la única pizca de dignidad que mantenía a flote la diplomacia española: el Sáhara. Plegando velas por Marruecos, enfrentándote a tu principal proveedor de gas, y perdiendo una oportunidad comercial de oro, mientras te encuentras con el sabotaje de París en el norte, y en el este de Roma. Te ves solo, ante lo que se avecina, y en esa desesperación el país se paraliza por una huelga de transportes y un hartazgo de la población que se venía cociendo a fuego lento desde hace casi dos años. En Europa nadie te escucha, el veto permanente a cualquier política moderativa energética que desees hacer, se encuentra con un Berlín que toma posiciones para regresar a su esfera de influencia, mientras abandona el paraguas ruso y se refugia en el Catarí. El mero hecho de haber apoyado las políticas verdes, te convierte en un político vendido a sus lobbys, y lanza al vacío la posibilidad de volver a potenciar la energía nuclear en España. El salvavidas se va alejando de tu barco en llamas, mientras el agua ejerce de catalizador a una muerte dolorosa e impactante.
Estás solo, y en esa soledad está el peligro.
Has gobernado con prepotencia durante años, pensando que solamente tú podrías tener la última palabra, poniéndote de perfil con todo aquel que osase abusar, sobre todo por temor a perder un dinero que mantenía tus ansias de poder en lo más alto. Ahora la soledad es tu única compañera, y el perfilismo no te va a salvar.
Yo no creo en este gobierno ni que esté haciendo algo bueno aunque sea según su versión
El hilo digno de la política