Existir como parafilia. Existir como hecho diferencial. Existir como perpleja incomodidad. Existir, como el opuesto al todo que nos confiere la vida, porque no es la vida en sí misma. Existir como existencia plural, y vacía. Existir, como una forma de anteponer los deseos al humanismo desaforado, ese que conecta los sentimientos en el intrínseco cableado emocional que nos confiere la existencia misma. Una red terrenal a la que sujetarse cuando la tormenta arrecie, pero cuidado, que la red es débil e insegura. Puede romperse. Y es que en ocasiones la tormenta es salvaje, y la existencia misma se ve amenazada por un mero zarandeo inadecuado, en tiempo y forma, una suave brisa que muta en película de terror. De las buenas, por supuesto. Existir es el capricho absurdo de una naturaleza caprichosa, es suficiente para que la estabilidad de una estructura, a priori sólida, se venga abajo al menor atisbo de violencia. Los pilares de la existencia se resquebrajan de arriba a abajo, y el colapso es evidente. Existir se convierte, sin darte cuenta, en una rutina repleta de clichés.  

Nosotros nos convertimos en un cliché. Ciudadanos amoldados a una causa inapetente, por la cual transitamos por la vida como almas rotas intentando buscar el sentido al hecho que nos confiere el ser humanos, pero sin entender nada de lo que sucede alrededor.  

Los instantes son estrellas fugaces, vienen y van por el firmamento. A veces regresan antes de lo esperado, pero casi por norma, son como un ente fantasmagórico que nos ata a este mundo maldito en el que vivimos. O malvivir, o tan solo sobrellevar. Al final depende de cada persona. Por mi parte, suele ser una mezcla de todo. Se resetean los ingredientes cada día, siendo normalmente los mismos hoy que ayer, y en este caso el orden de los factores si alteran el producto. Eso sí, no por esa razón dejo de intentarlo. Jamás. Aunque hoy tenga un día repleto de nubarrones, tal vez mañana pueda ver brillar el sol. Porque, al final, de eso depende el momento. Puede llegar hoy, mañana, o en una década, pero sabes que nunca, jamás, te va a llegar, si cesas en tu empeño de quererlo. Aunque sea con la punta desnuda de tus quemados y mugrientos dedos. El momento hay que buscarlo, alcanzar su estela y agarrar con fuerza. Y una vez lo tienes, sostenerlo como si la vida misma te fuese en ello. Que, oye, tal vez sea así. Quizás la vida te vaya en ello, ¿no? Puede que el fino hilo que amarra tu existencia a este mundo sea el mismo que soporta el momento entre tus finos dedos. Tal vez la existencia se base en instantes imprecisos, las estrellas fugaces que son los breves momentos que vivimos más allá de la sapiencia, donde el mero atisbo de inteligencia asoma siempre entre la bruma que persiste en el hecho de existir, y no saberlo. 
 
Porque existir, no es vivir. Y confundiendo la existencia con vivir, acabamos enterrados en una montaña de problemas incongruentes con la existencia. 

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