
El progreso tiene sus cosas, cosas que no entiendes demasiado bien y aceptas porque no te queda otra opción, aunque en realidad tú mismo no comprendas hacia donde te están llevando. Pero tienes que aceptarlo porque la mayoría lo hace y no quieres ir contracorriente, el qué dirán es muy complicado de asimilar en tu rutina. El progreso es un mantra que esconde una vieja compañera de viaje llamada corrupción, un dogma de fe en el que se han encaramado para hacerte creer que toda restricción o privación de tu libertad, viene siempre de la mano de una mejora a nivel social y económica. Por supuesto cuando esas mejoras no llegan, y empiezas a darte cuenta de que estás retrocediendo, te dirán que lo que necesitas es tan solo más progreso e implementar más medidas encaminadas hacia lo mismo que las iniciales: inmiscuirse en tu libertad individual, porque es lo que les separa del control total.
El progreso era cambiar la bombilla incandescente por las de bajo consumo; luego por las luces led y finalmente apagar las luces porque se gasta mucho. El progreso era cambiar todo el alumbrado de la ciudad (a poder ser siempre mediante empresas afines y/o contratos de dudosa claridad), para después tener apagadas esas farolas de cuatro brazos porque gastan demasiado. El progreso era comprarte un coche diésel porque contaminaba menos que un gasolina, era la alternativa ecológica hace unos treinta años, pero ahora eres un terrorista si tienes ambos. El progreso era vigilar cada paso que das, saber qué comes, qué buscas en la red cuando navegas, qué bebes, con quién sales y cuánto contaminas por el mero hecho de haber nacido. El progreso era saber qué votas y qué música escuchas, controlar tus movimientos y hasta la temperatura que tienes en casa. El progreso es tenerte sometido, mientras sus partidarios alienados defienden el control como un bien mayor preponderante sobre cualquier otra cosa, inclusive tu libertad como individuo. El progreso es la crisis eterna para sostener una sociedad de control mediante el miedo, el terror y la sospecha perpetua. El progreso era vigilar a tu hermano, espiar a tu vecino y delatar a tus padres. El progreso era un estado policial cubierto por el falso manto de una democracia decadente, donde la rebelión cada día se contempla cono una mera leyenda de tiempos pretéritos, en los que el valor social se correspondía a una enjundia personal de mayor calibre moral.
El progreso es el abuso patrocinado por un estado psicópata y un brazo ejecutor bien calibrado. El progreso es el incumplimiento de la ley, el abuso policial y la falsa sensación de seguridad en un estado donde no existe seguridad; pero sí impunidad para el corrupto, el delincuente y el facineroso. El progreso ha sido ver cómo le tumban la puerta al vecino sin orden de un juez u observar cómo te multan por no llevar una mascarilla en mitad del monte, pero bien calladito porque ‘es la ley’. El progreso es la ilegalidad acatada sin poder alzar la voz, como parte de nuestra vida. Tal y como respiras, se saltan la ley. Porque no pasa nada, la ley existe, pero puede dejar de existir, se cambia o modifica, y del mismo modo que ‘ley es ley’ hoy, ‘ley es ley’ puede serlo mañana cuando no gobiernen los del color que no te gusta tanto. Quizás ahí consideres el ‘ley es ley’ un abuso del poder contra tu derecho inalienable de libertad, pero lo que tendrás delante respondiéndote, ya sabes qué es: ‘ley es ley’. Recuerda siempre tus tres palabras favoritas, ya que te las van a repetir durante años mientras te revuelcas en charcos de bilis indigesta. Porque el progreso fue obedecer el latrocinio a ultranza, mientras señalabas a quien te quiso mostrar la libertad mediante su sacrificio social. Gritaste que ‘la ley está para cumplirla’ aunque la ley se apoyase en una ilegalidad; y miraste para otro lado. porque al menos te quitaron la mascarilla en la calle y te dejaron salir sin toque de queda. Mejor no alzar demasiado la voz, no vaya a ser que el progreso venga y rompa en pedacitos la vieja vajilla que guardas en el armario para mejores ocasiones. Porque el progreso es pisar al de al lado para sentirte completo, imponer tu norma como absoluto intocable. El progreso es defender el hacer ir a tus hijos al colegio con las ventanas abiertas en pleno invierno, porque limita la acción de los virus gracias a la ventilación, mientras este invierno tendrás que cambiar el discurso para adaptarte al ‘ventanas cerradas’. El progreso es no tener opinión, ser una ameba incapaz que delimita sus razonamientos a lo que le digan que tiene que pensar, porque ir con la corriente siempre es más sencillo. Las masas se mueven mejor a corto plazo, pero siempre quedan retratadas en los libros de historia.
El progreso es señalar, culpar y martirizar.
El progreso es una fina línea apenas visible entre gobierno y ciudadanía que quiebra el statu quo de una sociedad, conduciendo su destino por derroteros de oscuridad y caos. El progreso es una solución inexistente, una palabra carente de sentido que se abraza como única posibilidad en mitad de un sistema inmoral que se ha corrompido por todos lados. El progreso es ir hacia atrás, culparte de cada mal que acomete por todos los frentes, mientras los que te señalan continúan en salvaguarda sempiterna en sus torres de marfil. El progreso es una unidad de destino inamovible. El progreso es caminar en círculos hacia ninguna parte, mientras no tienes silla para sentarte. La canción no va a parar y tú no dejarás de moverte.