
Vivimos muy rápido, no cabe la menor duda de que la vida pasa por delante de nuestras narices a una velocidad de vértigo y no somos capaces de exprimir cada minuto como se merecería. Pero de todos modos, lo intentamos, porque aquí hemos venido a jugar y si perdemos los dados lo perdemos todo. Nos esforzamos muchísimo, pero parece ser que en estos últimos tiempos esas ansias de vivir se están disipando entre cierta parte de la ciudadanía, y están obsesionados en enfangarse en un lodazal. ¿Por qué?, tengo la ligera sensación que ni ellos mismos han llegado a entender del todo como llegaron a ese punto, en primer lugar.
La campaña de vacunación en España fue un éxito sin paliativos, la gente respondió positivamente en su enorme mayoría y se superó el rango del 90%. La promesa de la normalidad como uno de los principales fines a vacunarse, prevaleció ante todo lo que podría señalarse como negativo. Por supuesto, las autoridades no cumplieron. El trato se rompió y las restricciones, pese a tener a casi toda la población vulnerable y la tercera edad vacunados, optó por continuar por los derroteros restrictivos. Los políticos negaron los efectos de la vacuna y entramos en una espiral de locura que nos llevó a pasaporte COVID, navidades restringidas, aforos limitados, toques de queda, incumplimiento de la ley y empujar a la gente a tener que volver a pincharse, para ir a tomar un café. La locura se coronó con la enajenación de pinchar a los niños. Infantes sanos, sin ningún tipo de riesgo, fueron llevados a los centros de vacunación por sus padres y las autoridades volvieron a empujar mediante el miedo y la paranoia. Porque si no vacunas a tu hijo, su abuelo podría sufrir. Aunque su abuelo ya tenía dos o tres dosis. La vacuna pasó a ser una herramienta de presión social y política, encontrándonos frente a unos políticos antivacunas confesos. No lo dirán, porque reconocerlo no resulta demasiado aceptable, pero por sus acciones los conoceremos.
¿Lo incomprensible?, para mi es sin duda la psicosis colectiva a la que llegamos, donde un estrato enorme de la población ha transformado la lucha contra un virus ya residual en su propio Desembarco de Normandía. Siguen bregando contra viento y marea por imponer restricciones, llevan mascarillas en cualquier situación e irán corriendo a ponerse la cuarta dosis. La ciencia ha perdido la poca cordura que le quedaba. Y mi pregunta es, ¿por qué motivo? Puedo entender el trastorno individual, pero no alcanzo a comprender por qué esas personas ansían imponer su enajenación a toda la sociedad etiquetando a todo aquel que intente imponer un mínimo de pensamiento racional como antivacunas o negacionistas. ¿Negacionistas de qué?, en realidad el negacionismo va inherente al comportamiento, y vacunarte contra un virus que ha perdido la agresividad con la que entró en nuestras vidas, cuatro veces, mientras sigues restringiendo tu vida sabe Dios en base a qué, no es que hable demasiado bien de ti y de tu opinión de la vacuna que te estás poniendo.
El miedo inoculado al virus ha calado más hondo que la incidencia del propio virus. Un miedo azuzado por intereses ajenos a la pandemia. Intereses ligados a la publicidad y la subsistencia de unos medios en quiebra. Los intereses ligados a las mordidas que se llevan ciertos políticos. Los intereses unidos al miedo, posibilitan una inversión menor en el sistema sanitario. Azuzas a la gente contra el vecino, y mantienes la tensión en la sociedad. El virus te otorga carta blanca para hacer y deshacer, en este caso sería deshacer y poco más. Desmantelan el sistema mientras los problemas derivados son silenciados por la incidencia de un virus que te está obligando a tomar decisiones muy difíciles. Y entramos en la rueda para no salir nunca de ella.
No sé si saldremos de este círculo vicioso a medio plazo, como tampoco sé si esas personas llegarán a sentirse plenas de nuevo alguna vez. Han pensado que la vacuna no era suficiente y la mascarilla sobada, arrugada y con veinte usos, les hace invencibles. No les ha gustado ser conscientes de su mortalidad, de la fragilidad que acompaña al ser humano desde que nace. Y hasta que muere.
Me encanta la frase de que se ha inoculando más miedo al virus que incidencia ha tenido. Resume este último año a la perfección