El covid casi me mata

Habría sido un día como otro cualquiera, me levanté, desayuné y decidí salir a dar un paseo aprovechando la preciosa mañana de verano que hacía. El sol en lo alto anunciaba lo que al parecer iba a ser uno de los mejores días de mi vida, sin darme cuenta de que estaba cerca de convertirse en una pesadilla que no podría olvidar nunca. 

Como dije, todo empezó como un día más. Mi estómago agradeció el copioso desayuno a base de tostadas, café y zumo, mientras me ponía al día repasando alguna de las noticias que fueron apareciéndose ante mis atónitos ojos. Pero bueno, disfruto con la ironía de este mundo nuestro porque a fin de cuentas es lo único que puedo hacer, aparte de cabrearme; y esto último conlleva demasiado estrés. Prefiero no hacerlo. Dicho lo cual, igual mi colon irritable no agradece tanto el desayuno como podría desear. Me desperté tras una gran noche de sueño, con mi cuerpo descansado y cambiando la mascarilla por una nueva ffp2 con dibujos del incombustible Fernando Simón, en esta ocasión, de nuestro alertólogo favorito surfeando las olas en Tapia de Casariego, ante la mirada estupefaciente de infinidad de personas que, entre ola y ola, se meten un hisopo en la nariz esperando no dar positivo. 

Yo me hago tres test antes de salir de casa, tres al despertarme y tres cuando llego de la calle. Tuve que pedir un minicrédito al banco porque no me da el paro para pagar tantos, pero toda responsabilidad es poca en nuestra situación. Recuerdo que no hace tanto aun me los hacían en el hospital solo con una llamada, y encima PCRs, que son más efectivas y fiables. 

Eran tiempos mejores, no cabe duda. 

Con mi nueva mascarilla, procedí a lavarme bien las manos antes de ponerme el epi completo y entrar en la ducha. Diréis que es una locura lo del epi, pero viendo como están muchas veces las aguas de las ciudades de covid, prefiero asumir esta incomodidad antes de arriesgarme a coger dios sabe qué por ducharme con un agua que no han desinfectado, y que encima no lleva una añadidura de gel hidroalcóhlico precisa, que aniquile todo germen dañino para el cuerpo humano. Así que ducha dada, sequé mi traje con un soplete de soldador y me lo quité. Me puse dos pares de guantes, porque la precaución es siempre poca y ha de crecer de forma exponencial, y empecé a vestirme con cierta incomodidad. Ya no llevo nada con cordones, ni siquiera el calzado, porque el cordón puede rozar cualquier cosa en la calle y el peligro que corremos es tremebundo, es mejor vivir con la esperanza de no morir que vivir con la esperanza de vivir. Llevo velcro. Me puse otra mascarilla ffp2, encima la quirúrgica y encima otra ffp3, después de despedirme de Fernando Simón entre las llamas de una cerilla que tuve que desinfectar antes de encender. Antes de salir de casa os juro que dudé si ponerme o no la máscara de plástico, hacia sol y tenía cierto temor de que los rayos hiciesen reflejo y me quemasen la cara, luego pensé que, si me quemaban la cara, también podrían desinfectar a su vez los poros que tendrían algún tipo de exposición al aire, así que las dudas se disiparon. Me puse la máscara. Toda precaución es poca. 

Me quité todos los pelos del cuerpo porque leí en abril de 2020, que las bolitas del virus pueden quedarse enganchadas a los capilares. Qué horror. 

El día fue como otro cualquiera, pero con mejor clima. La gente cuando salgo a la calle me mira y se quedan alucinados por lo responsable que soy, incluso murmuran cuando pasan a mi lado. No llego a entender muy bien lo que dicen porque llevo tapones en los oídos, porque leí una vez el covid se puede contagiar mediante la entrada de aire por el conducto auditivo y me acojona sobremanera pillarlo así, no me he puesto la quinta dosis todavía. Creo que la gente anda pensando mucho últimamente en un virus nuevo: la viruela del mono (aunque juraría que había leído sobre ella hace 20 años). Lo que si hago, es barajar si el tener la viruela podría llegar a matar el covid que aun quedase en mi organismo y la vacuna no ha podido aun eliminar. 

¿Y sí? 

Aquí empezó mi pesadilla. 

Cuando volví a casa aquella mañana, leí en un foro que hay ciertos virus que por su potente acción vírica pueden eliminar la reminiscencia de otros que tenemos dentro, pero no se han manifestado. Es decir, yo siempre he sabido que soy positivo en covid asintomático, aunque los test de antígenos me digan lo contrario y mi médico de cabecera ya no quiera verme; yo lo sé y nadie puede quitármelo de la cabeza. Así que empecé a investigar cómo podría pillar la viruela del mono para que el virus simiesco borrase de mi organismo cualquier resto que hubiese del terrorífico coronavirus chino. 

Me moví por varios sitios, apps, páginas y foros intentando dar con una idea, hasta que caí en la cuenta de un hilo que había leído en Twitter hace unos días de un chaval atleta y muy sanote él, que hizo un cambio mediante una app, y la pilló. Yo tengo una bici de carretera valorada en unos 4000 euros, pero que hace más de dos años decidí aparcar en un rincón del trastero, previo aislamiento, porque la ruedas podrían traerme el covid a casa, toda precaución era poca. Pero me motivé a entrar en Wallapop y buscar alguien que cambiase bicicleta por un patinete. Estaba muy ilusionado en el momento, os lo digo en serio. Al final encontré un par de chavales que cambiaban la bici por el patinete, por lo que contacté con ellos e intercambiamos fotos (bueno, ellos no pudieron enviarme una del patinete porque no funcionaba la cámara de su teléfono, pero yo si pude enviarles una de la bici) y previo repaso de medidas de distanciamiento social y solicitarles que desinfectasen el patinete y se realizasen pruebas de antígenos antes de quedar (que la verdad fueron súper majos en el momento porque accedieron a todo encantados), marcamos una hora esa misma tarde y allí que me lancé henchido de una felicidad inmensa. Me veía por fin, libre de covid. 

Llegué al punto de intercambio y lo que allí pasó no fue para nada lo que yo tenía pensado. Los chavales me estaban esperando, y ¿cuál fue mi sorpresa?, que no tenían ni patinete, ni caja con el dentro ni nada que se pareciera. Se acercaron a mí y me amenazaron con toserme encima, por lo que tuve que entregarles la bicicleta ipso facto antes de arriesgarme siquiera a contactar con los virus de esos dos energúmenos sociales que no tienen siquiera un mínimo de responsabilidad por estar en pandemia. No me pusieron una mano encima, pero uno de ellos al quitarme la bicicleta me rozó un poco con el brazo y aquello fue definitivo. Estuve a punto de desmayarme, aunque me dio tiempo a pedir ayuda. Lo último que recuerdo fue a un señor acercarse a mi antes de cerrar los ojos. Estaba quitándome la pantalla de la cara y el terror me invadió todo el cuerpo y quise gritar de pánico, pero de mi boca tan solo salía una frase susurrada en un tímido silencio inmisericorde… 

‘Estamos en pandemia, estamos en pandemia, estamos en pandemia…’ 

Me quedé sin bicicleta y me golpeé la cabeza con el pavimento al caer. La brecha fue cojonuda, lo suficiente para causarme una conmoción. La caída fue derivada de un golpe de calor por falta de aire, acentuada a su vez por un ataque de pánico irracional junto a una crisis de ansiedad. Los médicos en el hospital me decían que necesito tratamiento psicológico, pero yo sé que lo único que necesito es volver a mi casa y continuar con mi rutina. Todo esto no habría pasado de no existir el covid, el covid es el culpable. La pandemia casi me mata. 

Así fue el día de cómo el covid casi acaba con mi vida. Sed responsables y no olvidéis que estamos en pandemia, el virus está ahí fuera, acechando. En cualquier momento puede acabar contigo, como casi acaba conmigo. Protégete. 

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