
No sé si estaréis familiarizados con Harry Potter, pero voy a usar un símil relacionado con ella y si no lo estáis, os explicaré un poco como funciona. La saga de J.K Rowling marcó mi infancia desde que en 1999 me regalaron La Piedra Filosofal, en aquella primera edición de Emecé que hoy se considera una rareza y su valor asciende a unos cuantos cientos o miles de euros. Gracias mamá, por donarlo cuando me fui de casa. Nunca podré agradecértelo lo suficiente. Bromas aparte, aquella saga para mí fue un antes y un después y a día de hoy tiene un lugar muy importante en mi corazón, y siempre lo va a tener. Espero que en el futuro mis hijos puedan disfrutarla como lo hice yo. Pues bien, existían unas criaturas llamadas Dementores, seres oscuros que guardaban la Prisión de Azkaban (la cárcel de los magos en el Reino Unido) hasta 1996. Los Dementores no disponían de alma propia, eran criaturas que vagaban sin más objetivo en la vida que alimentarse de la felicidad de las personas, dejándoles tan solo desesperación y tristeza. Como guinda final, podían absorber el alma del pobre diablo y convertirlo en una cáscara vacía de carne.
Podemos decir que los Dementores no nacen en sí, más bien se crean a partir de la miseria y los peores sentimientos de los seres humanos. La depresión, la tristeza o la pena, dan pie a que estas criaturas sigan apareciendo. Son inherentes a nosotros y se crean y alimentan de lo peor de nosotros mismos. Vivimos en una especie de simbiosis que parece irrompible.
Seres desestructurados, inapetentes del optimismo que vagan por el mundo en busca de catástrofes. Vagabundos de lo tremebundo y seres absorbentes de vida. Se retrotraen a tiempos pasados que nunca fueron mejores, porque la miseria siempre ha sido intensa en sus vidas, para justificar cada acto fariseo que realizan en el presente. E inundan la existencia de millones de vidas con su tristeza, apagando la felicidad y las sonrisas de las almas que viven en el planeta sin preocuparse cada segundo si van a morir mañana o les caerá una maceta mientras acuden a comprar el pan cada domingo. Porque a fin de cuentas, son luchas en una eternidad que no está del todo clara ante un enemigo demasiado grande.
No se arrugan ante nada, aunque puedan llamar a la calma en multitud de momentos y tengan un discurso plácido, y en muchas ocasiones, parezca centrado. Pero que no lleve a error, pues al final no dejan de ser Dementores de la felicidad. No sé si te roben el alma, pero si se que te chupan hasta el último resquicio de esperanza y optimismo. Se consagran como demonios y te arrastran hasta sus infiernos personales, queriendo hacer de este mundo un averno generalizado en el que tenemos que malvivir. Y da igual que intentes plantar cara, es como si tuviesen siempre la voz cantante, porque no tendrás más salida que plantarte y acabar por decaer o luchar en el alambre contra un ejército de cadáveres en vida. Lo normal es resistirse, pues está en nuestra naturaleza y plantamos cara ante lo que supuestamente nos haga daño, aunque creedme que lo intentan con ahínco y tienen apoyos que no habríamos podido imaginar. Sea desde grandes medios o personalidades, la paranoia consigue abrirse camino igual que la vida misma y asistimos a su escenificación día a día en este teatro llamado mundo. Les atrae la miseria porque normalmente su vida está sumida en ella,
Atacan el menor resquicio de alegría que emana de una sonrisa, de una palabra bonita o un canto a la esperanza. Atacan como demonios, en manada. Devoran tus entrañas, mientras inyectan veneno en tu maltrecho corazón y éste deja de latir. Abandona la vida.
Nos hemos dejado conquistar por la desesperación y la brújula que nos mantenía bien situados se ha vuelto loca. Sus agujas giran sobre sí mismas sin marcar un rumbo claro y nosotros no sabemos muy bien cómo reaccionar ante tamaña desesperación. Son tiempos de pesimismo, de tristeza y oscuridad, y parece ser que hay personas empeñadas en acrecentar eso mismo de manera continuada y sin más justificación que su comportamiento paranoide o un beneficio personal. Y lo primero tiene perdón, a fin de cuentas nos encontramos ante personas con un problema. Habría que darles una mano y ayudarles a salir del pozo, porque tarde o temprano nosotros estaremos en ese mismo pozo, eso si no hemos estado ya. Los segundos son para darles de comer aparte. Infraseres que han encontrado un filón en la desgracia ajena, y lo exprimen a sabiendas para lucrarse y mantener su llama viva. Entronados en una falsa relevancia mediática, estiran el chicle hasta puntos inconcebibles, mientras la mayoría de la sociedad se ve incapaz de pasar página.
La vida sigue. La vida sigue porque tiene que seguir y nosotros, que mantenemos un poco de cordura (Sin saber bien hasta qué punto), tenemos que ser el sostén de los que se están quedando atrás, pero intentan subsistir. Los que mantenemos el hilo sin romper, hemos de ser el bastón sobre el cual los que apenas pueden caminar, comiencen a sanar sus heridas. El hombre sobre el que lloren, el receptor que les escuche. Porque, en muchas ocasiones, el simple hecho de sentirte escuchado, puede ser el mayor apoyo que vas a encontrar en este mundo.
No permitamos que nos roben la alegría, porque nos acabarán robando el alma y ahí no hay vuelta atrás.
Me ha gustado mucho la comparativa porque creo que esa gente actúa precisamente así, como Dementores. Bravo por el escrito
Llevo leyéndote desde hace más de un mes y cada vez que escribes algo nuevo siempre pienso lo mismo: mereces más consideración. Y no me bajo de ahí. Muchas felicidades
Que tristeza da leer este tipo de cosas
Genial comparación. Un saludo.