Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer

No cabe la menor duda que han de existir unas normas para la convivencia en sociedad, porque de otro modo nos tragaría el caos y la digestión sería una tortura impasible. Normas que nos permitan vivir nuestras vidas plenamente y en libertad, sin el temor a que ciertos lúmpenes intenten atentar contra ese modo de vida, contra nuestro derecho inalienable de ser individuos. Si cabe duda de que deba existir un estado regulador que controle cada aspecto de nuestras vidas, observando con lupa qué hacemos o dejamos de hacer, y con la única vía de sancionar y recaudar para mantener su maquinaria caníbal en marcha un día más. Frente a un estado prostituido, la desobediencia civil es un imperativo moral y de supervivencia.  

El espíritu regulador es insaciable porque una vez que prueba las mieles del dinero fácil, no quiere renunciar a él. Hablamos de miles de millones de euros que hacen persistir a unos drogodependientes (véase el personaje público) en su afán de querer siempre un poco más. Por supuesto, llegamos a un punto en el cual sostener ese ritmo de consumo no se puede mantener vía impuestos, así que entran en juego los bonos del estado como uno de los personajes principales de la trama. Generar deuda como si no hubiese mañana para continuar sufragando un gasto inútil, mientras sancionas leyes abusivas e intolerables, las cuales siempre tendrán a sus palmeros aplaudiendo cuales focas dicha imposición. Ya sea regular el aire acondicionado, o multar por morderte las uñas en el coche. Las leyes se respetan hasta que éstas se convierten en una imposición imperturbable, a partir de ahí su desacato e incitación a desobedecerlas, es un deber ciudadano. Las leyes arbitrarias que no tienen ningún fin en sí mismo como reguladoras de la convivencia básica, y solo conducen a callejones sin salida, se desobedecen. Punto. 

No tengáis miedo jamás, a denunciar a la autoridad incompetente que os obliga a acatar el abuso, mediante un atropello físico, psicológico e intimidatorio propio de dictaduras bananeras: número de placa y denuncia. El policía en cuestión está obligado a facilitarte su identificación si así lo requieres, es más, están obligados a llevarla en un lugar visible como recoge el artículo 18 del Real Decreto 1484/1987, de 4 de diciembre, sobre normas generales relativas a escalas, categorías de personal técnico, uniformes, distintivos y armamento del Cuerpo Nacional de Policía. Y a partir de aquí, que empiece su odisea.  

Hay momentos en los que al fuego solo se le combate con más fuego. 

Nos han llegado a considerar máquinas de obediencia ciega, porque así hemos actuado durante más de dos años acatando las medidas más acientíficas y absurdas habidas y por haber, sin imponer una sola queja ante el poder, ante el atropello constante y la violación sistemática de derechos. Llegados a este punto espero que nadie se pregunte ya como pudo proliferar el nazismo, ¿verdad? La obediencia ciega a las leyes tiene consecuencias. No entrar a discutir un ápice su imposición, mientras veneras al mágico cerebro pensante y defiendes al ejecutor de turno, señalando al desobediente que tiene aún la capacidad de razonamiento suficiente para poner en duda lo injustificado. Se ha señalado durante meses a todo aquel que no compadreaba con la mente colmena, a la vez que se creían superiores por una extraña entelequia moral que ni ellos mismos entendieron, en la cual sus acciones estaban destinadas a un bien mayor. El condenado ‘bien mayor’. Que peligroso es cuando alguien invoca esas dos palabras, y que miedo da cuando la masa decide obedecerlas. Como sucedió. 

Algunos nos quedamos solos repitiendo que habíais abierto una puerta que jamás se cerraría: la justificación a cualquier atropello por el bien mayor necesario en la ocasión pertinente. Y el tema en sí mismo no importa cuál sea, porque a la palabra ‘emergencia’ se le pueden agregar multitud de acompañantes que encajarán perfectamente con las necesidades del momento; y si no encajan bien, ya conseguirán ellos que lo hagan con una ayudita del medio subvencionado de turno. O señalando al vecino, para que te lances contra él igual que un energúmeno psicopático. Algunos no quisisteis ver entrar el elefante en la habitación, y ya es demasiado tarde para hacerle salir por la puerta. Habrá que romper una pared con lo que tengamos a mano, y empujarle al exterior. Pero en el proceso destrozará todo lo que encuentre en su camino y se llevará por delante infinidad de vidas, sin distinguir entre el colaboracionista y el desobediente. 

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