
Ayer noche El Mundo lanzó una noticia en la que nos decía, con mucha preocupación y tono condescendiente, como han pinchado las ventas de coches nuevos en España. Se compran ya un 45% más de vehículos antiguos, que de paquete, en esta piel de toro. Y lo divertido del asunto es que, llegados a este punto, las normativas en vez de facilitar la adquisición de un coche: con todo lo que conlleva en cuanto a independencia económica y laboral, se encargan año a año de entorpecer aún más el acceso del ciudadano medio a su adquisición, que tiene que ver cómo, además, de sus impuestos, se aprovecha el pijo de turno para comprarse su ‘cero emisiones’ (previa ayuda estatal) de 3 toneladas con el que poder entrar a la ciudad amurallada gracias a su pegatina ‘ECO’. Y subyace de todo esto una inquina social que nos conduce hacia derroteros muy peligrosos. Porque mientras tú con tu coche de 20 años, sigues pagando religiosamente una viñeta al ayuntamiento de turno, éste te impide acceder a la ciudad con ese coche por el que te está cobrando. ¿Menudo negocio, verdad? Redondo. Una separación consciente entre ricos y pobres, en la que los pobres además de subsistir, tienen que pagar los lujos de aquellos que limitan su vida.
Pero bueno, ese tema ya lo toqué hace tiempo en Pegatinas de clase.
Por supuesto que no sé muy bien cómo lo llevan los demás, a fin de cuentas yo conozco mi tesitura, y con un sueldo que apenas supera los 1000 euros (pagas extras incluidas. Una delicia, ¿verdad? Es lo que nos consiguieron los sindicatos negociando con valor y garra. En el próximo convenio quizás tengamos que pagar por trabajar), con un encarecimiento de la cesta de la compra entre un 30-40% (Y quedándome corto, me temo), una subida generalizada de impuestos en la que va bien metida con calzador el pertinente aumento de la ITV, viñeta y seguro ‘por el encarecimiento de la vida’, la gasolina a más de 2 euros el litro, alquiler y vestirme… Etcétera. A todo lo anterior, tengo que añadir el deseo que comparto con mi pareja de tener hijos, por lo que no es un planteamiento que me quite el sueño el meterme a comprarme un coche por 35,000 euros, más otros 2000 en regalías gubernamentales. Oye, no es por falta de ganas, pero mi vieja saeta de 19 años sigue rodando y contaminando que da gusto verlo. Se va a quedar conmigo un poco más de tiempo. Porque, ya que me tienen maniatado, al menos voy a soltar un poco más de Co2 al mundo.
Mientras por un lado te machacan con la baja natalidad, por el otro abres tu cartera y observas como las arañas han anidado en las esquinas, los matojos ruedan por los recibos de tu cuenta bancaria, y el silbido del viejo oeste anuncia un último duelo a sangre fría contra las deudas adquiridas.
Porque ese es el problema principal de nuestra generación, la incapacidad que tenemos para poder ahorrar. Con unos sueldos base más bajos que hace 20 años y una inflación disparada, nos encontramos metidos en una espiral de ruina de la que no sabemos si vamos a poder salir, y entran en juego las condenadas perspectivas de negatividad constante en las que nos encontramos encarcelados. Nuestro día a día no es ‘malo’. Comemos tres veces al día, tenemos un trabajo relativamente estable y la calidad de vida, no es la peor. ¿El problema?, el problema es que no puedo permitirme el lujo de ahorrar como quisiera, no compensa el esfuerzo el juntar una suma considerable de dinero cuando acabas cada mes en números rojos porque, en realidad, no te da. Vivimos al día con la incertidumbre constante de no saber qué sucederá dentro de 10 años, cómo nos encontraremos o siquiera si nuestro empleo acabará sobrando, porque es más fácil ‘que lo hagas tú mismo’. Y da igual que estés preparado o no, porque en 10 años ya serás un paria social que no le interese al mercado laboral, por lo que tendrás que seguir vagando en busca de otro trabajo malpagado con el que seguir viviendo. Aunque llegados a ese punto, seguramente ya malvivas. Y estarás sumido en ese pozo irracional de abandono, donde tan siquiera eres ya un número que le importe al estado o a cualquier empresa. Te habrán exprimido lo suficiente para pasar al siguiente y continuar la rueda de inmundicia social.
Aunque siempre tenemos la posibilidad de llevar una vida monacal. Trabajar, dormir, comer un plato de arroz y no gastar un solo euro en entretenimiento o lujos innecesarios, como coger el coche para irte a dar una vuelta por la playa o pagar la cuota de Netflix. Quizás esa sea la base de todo, quizás por ese motivo mi sueldo de 1000 euros no se puede estirar más. Tal vez mi enfoque, en realidad, es el equivocado.
Amigos de El Mundo, el resumen de todo esto es muy simple: no se venden coches nuevos porque preferimos comer.
Más claro imposible. Un abrazo.