Clasismo servil

Incluso dentro de la mierda, hay medidas de calidad. Porque la mierda, aun siendo mierda, mantiene la esencia del servilismo más vil y clasista. Ya sabes que la mierda no se erige como algoritmo dominante, mucho menos puede tener capacidad de réplica en la sociedad, faltaría más. La mierda y el estatus van íntimamente ligados, como dos caras de la misma moneda, y si no dispones de lo segundo, lo primero suele abundar mucho. Porque en esta sociedad si el estatus no es de una categoría lo suficientemente aceptable para la mayoría, de manera automática entrarás a ser categorizado como la mayor mierda que existe, tus derechos como ciudadano de tercera serán revocados por el alto mando del prohombre social. El glorioso servil. Y con esa etiqueta, el clasista servilista tendrá patente de corso para hacer y deshacer a su soberano antojo, contigo, y los tuyos. Sea en tu lugar de trabajo, o en la cola del cine. Claro que, ese servilista, se ha criado en el típico ambiente hogareño del sometido, normalmente con un padre violento y una madre entregada a esa violencia porque ‘era lo que había que hacer’. Hogares donde se aceptan con mucho más entusiasmo, como ejemplo de valentía y hombría, al tipo que es capaz de humillar con más y mejor efectividad al débil. Cuando le plantas cara al servilista, digamos con una bofetada o un puñetazo, éste suele plegar velas, incapaz de responder. Porque el abuso por su parte, nace de un complejo de superioridad infundado, sin darse cuenta de que en esta vida lo único que nos diferencia es el cerebro y la fuerza. Si yo tengo más fuerza e inteligencia que tú, pego mejor que tú y soy más peligroso que tú, ¿qué te hace pensar que tienes la capacidad social de intentar someterme a tus paranoias e ínfulas de niño pequeño? La protección. Se saben protegidos por este mísero sistema que regentan, que vigilan y que antepone el supuesto derecho inalienable de humillar, al de defenderse.  

Porque la defensa propia también entiende de clases. 

Dentro del servilista, está el que se dedica al trato vejatorio de aquellas personas que ejercen empleos que, según él y su distorsionado punto de vista, son inferiores al suyo. Ya sabemos que si acudes a trabajar de traje y corbata cada día, tienes más posibilidades de considerarte un ser superior, por lo que el derecho divino a pisotear al prójimo será indiscutible. Que te lo ha dicho papá, que te lo ha dicho dios, que te lo ha dicho la sociedad. Por supuesto que este servilista va por la vida sin pedir permiso ni perdón, porque el mundo le debe pleitesía y adoración, por ende, cuando acude a comprar al supermercado, tendrá el suficiente atrevimiento para dispensar un trato intimidatorio a quienes trabajen allí, máxime además porque es consciente de que la empresa misma le ha dado alas para comportarse así. No se puede esperar mucho en este caso de empresas que, entre un cliente que llama hija de puta a una trabajadora, porque le apetece, y una trabajadora que se defiende replicando, se ponen del lado del cliente. Ya sabemos que en estos casos la altura moral es igual de elevada que la calidad de sus productos. 

Chocamos en muchos casos con este espécimen inadaptado, que destila odio y resentimiento por los cuatro costados de su dos piezas comprado en Cortefiel, mientras que esa corbata ahoga sus sueños y le convierte en una criatura incapaz de observar el mundo con la claridad necesaria. Bailan al son de lo que les dicen que bailen, mientras se vanaglorian de su independencia de pensamiento. Pobres diablos. 

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