Clases y clases

No hace mucho tiempo, en los Estados Unidos las criadas negras tenían prohibido usar el baño en la casa de sus amos. No hace mucho tiempo, las criadas blancas españolas en casa del señorito, tenían prohibido ir al baño en horas laborables en la casa donde servían. Hace apenas unas horas, los señoritos del mundo degustaban un menú a todo lujo (sin insectos, carne sintética ni cosas de ese tipo. Porque eso lo están pidiendo, pero no para ellos) respirando con tranquilidad, mientras los camareros que han nacido para servirles, llevaban su mascarilla bien apretada. Hace apenas unas horas, las féminas y féminos de los mandamases de la OTAN utilizaban el transporte público (véase tren) sin la pertinente mascarilla que a ti te recuerdan que no debes quitarte ni un solo segundo cuando vas a bordo. Y mientras la reina consorte toca tierra con la cara expuesta al aire libre, los empleaduchos deben llevar su FFP2 ajustada a sus rostros de clase baja, mientras esbozan una sonrisa que tiene que intuirse bien tras ese trapo de vergüenza y división social.

No me cansaré de repetirlo, existen clases y existen clases. Y durante estos dos años hemos tolerado tamaño atropello, que ha conducido a que la élite no es que se piense ya por encima del bien y del mal, es que sus actos rozan una divinidad auto otorgada en la que nosotros no somos más que meros sirvientes nacidos para impedir que se manchen los zapatos de 2000 euros, mientras caminan por la mierda en la que la plebe tiene que malvivir enterrada hasta la garganta. Porque la mascarilla deben llevarla los camareros, porteros, chóferes o jardineros, pero con ellos toda esta parafernalia no va. No va por el simple hecho de que estamos viviendo en una distopía iliberal en la que hemos retrocedido tal cantidad de años, que se me hace difícil diferenciar multitud de cosas actuales a ciertos momentos vividos en tiempos segregacionistas. En esta ocasión la raza no es el motivo que mueve tal evento, se ha centrado más en la paranoia sanitaria, que ha resultado ser mucho más efectiva y discriminadora. Además, joder, se ha aceptado con regocijo general entre las masas. Nos están protegiendo, que estamos en pandemia y el virus está ahí, acechante; esperando a la vuelta de cualquier esquina para darte una paliza y robarte la poca dignidad que aun te queda.

Porque el chófer del mandatario debe llevar mascarilla, el mandatario está exento. Imagino que tendrán un justificante médico, como nos pedían a nosotros para no llevarla mientras paseábamos por el monte. No vaya a ser que le pegásemos el covid a un pino. O nos lo pegase a nosotros una ardilla, volviésemos a casa y asesinásemos a sangre fría a nuestra abuela. Como nos remarcaba cierta comunidad autónoma donde prima la libertad.

Hemos llegado hasta aquí, pero no hemos llegado por que la marea nos trajese de manera plácida. Hemos llegado porque no es la élite política y económica la que ha impuesto todo esto, sino la aceptación borreguil de una masa ignorante que ha permitido tal violación de derechos y libertades de forma constante, cual martillo pilón. Una masa que para colmo actúa de STASI de balcón y caña, delatando vecinos, familiares y amigos, señalando por redes sociales al que viaja con ellos en el tren o espera pacientemente en un ambulatorio. Tengamos bien claro que, de no existir tal amansamiento de la ciudadanía, dichas medidas no duraban ni quince minutos en vigor.

Súbditos.

Señores feudales.

¿Dónde estás tú?, lo sabes.

Los esclavos deben llevar algo que les distinga, que les recuerde su sumisión ante el resto de la sociedad que ha nacido para un bien mayor; para dirigir y gobernar. Una prenda que señale que eres distinto, que ellos son mejores y que tu lugar al final, es el que es. Y nos han permitido movernos socialmente entre distintos estratos de la misma mierda haciéndonos creer que progresábamos, cuando en realidad esa permisividad no era otra cosa que leve diferenciación para otorgarte una dosis de superioridad desde tu profesión irrelevante de escritorio, hacia el pringado de turno que sirve cafés. Y con el tiempo olvidaste que eres la misma porquería que tu compañero, o que el que te sirve el café cuando sales al descanso; o el que te pesa la fruta en el supermercado. Formáis parte de la misma maquinaria, sois meros engranajes de un vehículo en el que no estáis viajando por voluntad. Sois vosotros los que hacéis viajar ese vehículo con vuestro esfuerzo, mientras cuatro almas podridas se regocijan en su hedonismo repantigados en los asientos devorándote el alma, la ilusión y tu futuro.

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