
Se ofende al que quiere ser ofendido.
Por la mañana nos quejamos abiertamente por vivir en una sociedad de ofendiditos y por la tarde pedimos el boicot extremo a una cadena de comida rápida por un cartel que no nos gusta.
La generación de cristal ataca de nuevo y aunque esta vez sea debido a una campaña publicitaria, cabe resaltar la ironía del hecho. Digo ironía porque la mayor parte de los que se han ofendido por la campaña que ha realizado el Burger King, son los que hasta hace dos días, celebraban y aplaudían la entrada de Elon Musk como accionista de Twitter (Amén de la supuesta intentona de compra de la red social) como inicio de una nueva era de libertad de expresión. Como el fin del abuso dirigido del algoritmo del pájaro azul. Los mismos que señalan la intransigencia de ciertos sectores hacia su forma de ver el mundo, de pensar y actuar, han saltado en manada contra una campaña publicitaria que, según ellos, era una ofensa. Los mismos que no entienden el enfado musulmán cuando se ridiculiza a Mahoma. Los mismos que critican la censura, siempre claro está, que la censura vaya encaminada en la dirección de su argumentario.
La ofensa tiene la piel muy fina, como la tiene también la ironía del hecho de lamentar siempre lo que hacen los demás y nunca ver la viga en nuestro ojo. Llevamos en volandas a auténticos mercenarios de la palabra, incompetentes de la moral que no tienen más objetivo que imponer lo que ellos consideran correcto y conseguirán siempre disfrazar sus intentos de abuso con alguna soflama lo suficientemente inofensiva. Porque tenemos que tolerar chistes machistas, homófobos o racistas, porque a la libertad de expresión no se le pueden poner puertas y es innegociable. Al menos siempre y cuando la libertad de expresión la dicte yo. Porque si es al revés, me siento legitimado a iniciar una campaña para silenciar toda voz discordante. Me envía Dios, puedo hacerlo por su gracia.
¿O no?
Porque de eso se trata todo, de dictaminar uno mismo lo que se puede o no se puede hacer. No se trata de que todos tengamos libertad para poder expresar lo que queramos, y si nos ofende pues miramos hacia otro lado. Se trata de que el mundo se moldee a mi imagen y semejanza, a la par que mis creencias, filias y fobias. Porque mi camino es el correcto y si tengo que enarbolar la bandera de la libertad de expresión, siempre ha de ser para generar un beneficio que respalde mi argumentario y haga fenecer al contrario. Sin objetivo, no hay libertad de expresión. No hay ofensa de los libertarios por la precariedad que pueda existir en dicha empresa, con unos trabajadores malpagados y explotados, donde la nocturnidad es un animal mitológico que se paga a 30 céntimos y el despido a los empleados de baja campa a sus anchas. Imagino que la humanidad y el amor al prójimo tienen ciertas limitaciones impuestas desde sectores demasiado inalcanzables para nosotros los mortales. Tratar bien a la mano de obra no entra entre sus preferencias sociales. Y qué casualidad divina, ciertos ofendidos sean parte de la clase política y empresarial; o los abanderados liberales de nuevo cuño y viejos CEO de algunas multinacionales, tiene cierto remilgo mordaz.
Pero todo se trata de una simple broma. Una campaña inocente que se ha llevado por delante la razón que muchos pregonan a los cuatro vientos, arrastrando sus argumentos vacíos por el sumidero de sus lapidarias creencias. Hacemos bromas y las toleramos, porque somos una sociedad lo suficientemente avanzada como para saber reírse de sí misma sin tener que sacar al machete a dar los buenos días. Ya pasamos por ahí y no creo que queramos volver, aunque muchos anhelan esos tiempos en los que se exigía una satisfacción de vida si se vulneraba lo que nosotros considerábamos nuestro honor.
Fuese lo que fuese, podríamos tildar de honor que alguien nos mirase mal, ¿no? Ofenderse es sencillo, porque por ofender puede hacerlo hasta que el vecino respire un poco más alto de lo que nosotros consideramos normal. Y tenemos el lapidario ‘con el Islam no te atreves’, y lo que tiendo a creer es que lo que en realidad desean esos que pregonan tal frase, no es otra cosa que envidia por cómo pueden comportarse los talibanes y la sociedad occidental no les tolera a ellos. Ese viejo deseo de imponer a fuego y sangre, como Dios del Antiguo Testamento que castiga al infiel y pecador. La ‘envidia de fatwa’ que llaman. Estamos ante personas que han perdido cualquier atisbo de razón y capacidad de crítica ante futuros hechos que, según ellos, atentan contra la libertad de expresión.
Y por supuesto, la incapacidad de poder tildar a nadie de ofendidito o de generación de cristal, porque el cayetano de cristal no ha demostrado ser más que otro ser humano que pregona la libertad con sus palabras mientras que sus hechos no hacen más que anudarte la cuerda alrededor de las muñecas y las cadenas en los pies.
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Bravo 🙌