Asturias, precariedad querida

Que guapa es la bandera y el orgullo que tiene la mayor parte de los asturianos por pertenecer a este pedazo de tierra que ha parido Dios. Un orgullo repleto de arrogancia disimulada, pero que resulta entrañable para el resto del país mientras pastoreas algunas vacas y vas con la montera y la gaita a comprar el pan subido en una carreta tirada por caballos. Que grandiosa es Asturias. Aunque de lo único que disfrutas a un precio asequible aquí es la sidra. Así que adelante con los topicazos, que de eso también tenemos mucho. Dinero no, pero tópicos para aburrir. 

El preciosismo del absurdo es una autonomía repleta de ninguneados fantasmas irreverentes. 

La comunidad en la cual la tangibilidad del presente es no tener futuro, pero que guapo es. Donde unos viven del pasado minero y dinamitero, y otros de ese orgullo caduco y absurdo por una bandera y un himno para borrachos, en una provincia que se cae a cachos. Y todo esto lo sostienen unos pocos curritos malpagados que se están dejando la sangre día a día por malvivir en un pedazo de tierra infestado de víboras. Mientras tanto, la casta persiste en sus intentos de perdurar con su tren de vida con los estómagos saciados y las cuentas bancarias bien llenas. Tienen el voto secuestrado entre una marabunta de jubilados, funcionarios y prejubilados adictos al chato de vino de media tarde, o el culín a todas horas, porque el único escape que tienen a mano es el alcoholismo sin consecuencias. Al resto nos ha tocado sobrevivir a base de buscarnos las habichuelas en un terreno baldío, escarbando en una tierra muerta por encontrar algo que llevarte a la boca. Porque somos un enorme asilo al aire libre al que el resto del país observa con sonrisa socarrona, mientras sobrevive de las migajas en forma de rentas que se envían desde Madrid. Eso sí, siempre hay un poco de tiempo para enarbolar ese complejo de superioridad tan encantador con el resto del país, sobre todo Madrid. Aunque te estén dando de comer. 

Por lo tanto, entre flautas y sonatas, las montañas se tragan las esperanzas de cientos de asturianos; y las arenas costeras la vitalidad de una tierra moribunda. 

Persistimos algunos porque no queda más remedio. Sales adelante porque la vida se trata de eso, aunque ahora estés atascado en este túnel llamado Asturias al que una vez juraste no volver. Volviste por fuerza mayor, y te volvió a atrapar en sus redes de miseria y precariedad, absorbiendo cualquier esperanza de un futuro próspero, donde te espera un trabajo en hostelería explotado a cincuenta horas, un minijob o enmierdarte en una de las dos “grandes” empresas que maman de la teta autonómica vía subvenciones. La otra alternativa es la ayuda social, de la que viven una enorme cantidad de parásitos. Y mejor que tú y que yo, créeme. 

Siempre te quedará el enchufe, por supuesto, pero para eso necesitas conexiones que seguramente no tendrás. Si las tienes, luego también podrás tener otro motivo del que enorgullecerte, aunque todo lo que tengas se construya en base a unas cualidades que no tienes, pero si unas conexiones bien engrasadas que te han colocado en un puesto que, en el fondo, no es tuyo. Porque Asturias es eso: precariedad, enchufismo y complejo de superioridad mal entendido.  

Tenemos menos recorrido que un coche sin ruedas. 

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