
Hace años existía un movimiento vestigial de antivacunas que pululaban por los foros diciendo tonterías y a los que nadie miraba, o tomaba muy en serio, molestaban poco y gritaban menos. Ese movimiento fue vilipendiado y marginado, porque a nadie le entraba en la cabeza que un padre se negase a vacunar a su hijo, o a sí mismo llegado el caso. Era impensable y absurdo. Los gobiernos no se metían mucho, y yo celebraba eso, porque el gobierno poco tiene que hacer aquí: la sociedad misma se encargaba de hacerles ver lo absurdo de su comportamiento. Hasta hace un año largo, más o menos, donde todo cambió.
El movimiento antivacunas ha alzado el vuelo promocionado por aquellos que vieron en todo lo que rodeo el covid una conspiración, porque era más sencillo aceptarlo de esa forma, que admitir un engaño mayúsculo donde todos hemos picado de alguna manera. Ha sido refugio para quien está harto y cansado, y no entiende como pudimos sobrevivir a tantas incongruencias y medidas de carácter absurdo y rango limitado. Ante ellos se abrió la puerta de la conspiración, y el movimiento ha ido aumentando desde entonces gracias a una retroalimentación de bots y propagadores de rumores que viven de generar pánico en las redes, del mismo modo que los medios lo han generado en la sociedad. Se alimentan de ese miedo, porque ese temor les beneficia económica y socialmente, por lo que bregarán por todos los medios para mantenerlo vigente contra viento y marea. Como un gigante cansado, luchar contra ese tipo de movimientos es imposible. No puedes contradecir una falacia con un argumento porque la falacia te permite la maniobrabilidad de la mentira para adaptarla como uno buenamente prefieras. ¿Cómo combates eso?, es imposible. Los datos dan igual, porque si la fe no decae, el argumento jamás lo hará. Y en esa lucha no pensamos encontrar al propio gobierno. O sí.
Durante un año se esperó la vacuna como agua de mayo, el statu quo era que cuando llegase, lo haría con la normalidad bajo el brazo. Para ello, se intercedió mediante prensa, influencers e infinidad de gente, quizás pago mediante, de cara a lanzar al público un mensaje unificado al respecto: era la salida a todo. Por fin veríamos la luz al final del túnel.
Mintieron.
Dijeron que necesitaríamos un % vacunado antes de poder hablar de cierta normalidad, de finalizar con las restricciones y volver a hacer nuestra vida como si el virus fuese una simple pesadilla, un recoveco de nuestro pasado que permanecería abandonado para siempre.
Mintieron.
Estamos a mitad de agosto de 2022 con la administración intentando meternos el cuarto pinchazo a todo lo que les da el velocímetro, mientras la población no ha pasado ni por el tercero. Y no es por antivacunas, es por mera suspicacia de que algo no cuadra en todo lo que nos llevan diciendo estos dos últimos años y medio largos; algo no funciona en la ecuación, que nos ha dejado a los pies de los caballos para sufrir un abuso perpetuado en el tiempo por una promesa eterna que no acaba de llegar. ¿Se les puede culpar?, a mi modo de ver no. Es imposible culpar a alguien cuando tu propio gobierno lleva mintiéndote más de dos años, con cada medida y movimiento perpetrado, que después se ha demostrado falso o apoyado en comités inexistentes, o vulgares mentiras. Y las vacunas no iban a escapar a esta espiral de falacias en la que estamos metidos de lleno. Falacias que nos contaron para apoyar cada mensaje en un pilar de burdos inventos, ocultando información o con medias verdades. Algo que muchos quizás aceptaron por la promesa de una normalidad que no acababa de llegar, pero tal vez haciendo de tripas corazón, todo volvería a ser como era antes de febrero de 2020. Pero, como dije arriba: mintieron. Y dentro de todas esas mentiras de no existencia de efectos adversos, de permisos de extraña concesión, de comisionistas, hermanos de, maridos de… nos hemos dado de bruces con la realidad más básica del ser humano, de la que ya he hablado muchas veces y no me cansaré de hacerlo porque, aunque sea estomagante, es nuestro como cualquier folclore: la corrupción. ¿Iban a escapar las vacunas?, por supuesto que no.
En estos momentos nos encontramos en un punto de la historia donde los antivacunas han encontrado su nicho de “poder” y no lo van a soltar. Han visto que sus argumentos encontraron una defensa acérrima en unos gobiernos que te vendieron la vacuna contra el covid como la única solución posible, para posteriormente negarte esa normalidad que te prometieron porque ‘la vacuna no bastaba’. Y el covidiano de pro se convirtió en el mayor antivacunas sobre la faz de la tierra, y aliado con el conspiranoico, van de la mano hacia una vida de paranoias y mentiras asimiladas mediante las que cada cual intenta imponer su trastorno a los demás. Y los gobiernos detrás, como mente pensante y brazo semi ejecutor, porque cada uno tiene su agenda personal e intentará aplicarla por todos los medios posibles. Hemos llegado a una situación antaño inverosímil, donde los gobiernos han sido los mayores antivacunas de la sociedad, dando alas a una corriente de opinión apoyada en las mayores tonterías que uno pudiese echarse a la cara. Y entre vacunas con grafeno y 5G, vete a decirle a una de esas personas que tiene que seguir confiando en algo que las administraciones han tratado como una patata caliente que ir pasándose unos a otros, como una herramienta de sometimiento y corrupción galopante.
Hemos llegado hasta un punto donde lo absurdo es el pan nuestro de cada día, y el magufo mayor ha sido el gobierno y la propia comunidad “científica”. Por lo tanto, acusar de acientífico al ciudadano medio tras todo lo que hemos vivido, padecido y sufrido, es cuanto menos grotesco.