
Si habéis entrado aquí esperando leer un apoyo escrito con fervor y devoción memorable, a las teorías conspirativas de una agenda oculta de las élites para el devenir del mundo, siento deciros que habéis pinchado en hueso. No soy de los que se inclinan hacia ese lado de la balanza, ni muchísimo menos. Y si alguna vez os he conducido a creer que defiendo tales tesis, ha sido error mío, seguramente. Pero no, nada más lejos. Es todo mucho más simple de lo que podamos pensar, porque las masas son simples en su esencia.
No creo que exista una agenda oculta ni megaconspiración global alargada en el tiempo para dividir el mundo en dos partes de la misma moneda, pero totalmente opuestas en todo, lo único que veo a diario es una élite empresarial y política corrupta y carente de cualquier tipo de límite moral o ético. Una élite (llamémosla así, porque a fin de cuentas lo son) que durante los dos últimos años y medio ha podido robar y meter mano a los presupuestos públicos de forma impune, y han sobrepasado el punto de no retorno: no quieren parar. Porque durante años se han ido llevando pizquitas, migajas aquí y allá, pero lo que hemos vivido en este último bienio sobrepasa cualquier límite alcanzado antaño. Pero es normal que no quieran, ¿quién lo haría? Seamos honestos en una cosa, y esto lo dije muchas veces, la corrupción existe a todos los niveles de la sociedad; lo único que cambia es el nivel al que se ejerce y cómo se ejerce. La corrupción es un ente intrínseco al libre albedrio, e intentar exonerarnos porque ‘no robamos tanto’, es un ejercicio de cinismo de proporciones descomunales.
Luego tenemos el problema de la energía, que da para una buena disertación. Una mal llamada evolución hacia no se sabe muy bien qué, pero con objetivos de enriquecimiento bien marcados desde varios sectores.
Respecto a la transición energética (que hablaré sobre las medidas que tomaron ayer, otro día), no nos encontramos delante más que con otro punto de ganancia ilícita de empresas afines al poder y hombres sentados en gobernanzas y escaños. Como hace tiempo podría ser una tabacalera o petrolera, hoy son las empresas energéticas y sus subsidiarias. Cambia el protagonista, por supuesto, pero el escenario siempre es el mismo. Pasen los años que pasen, es una verdad inamovible.
No hay agendas ocultas ni reptilianos moviendo los hilos del mundo, tan solo corrupción. De la vieja escuela, la de toda la vida, pero adaptada a los tiempos que corren. Corrupción y una ciudadanía que ha tragado con todo tipo de abusos habidos y por haber. ¿Cómo van a renunciar a este maná? Es imposible, jamás la han visto más gorda en toda su vida ni la de sus antepasados recientes. Exprimirán el limón hasta que no quede más que la piel marchita, y al siguiente. Porque podrán robar mientras las masas les piden entregadas que les roben más porque ‘tienen miedo’. Seguirán hasta que sea demasiado cantoso y tengan que avanzar hacia otro nuevo leitmotiv. Y cuando eso suceda, volveremos a ver como los motores de combustión dejan de estar señalados, se perforará lo que haga falta perforar y se abrirán centrales para quemar niños si hace falta.
Al final, solo tienen que adaptar el relato para seguir haciéndose de oro. Pero no hay una agenda. Ni objetivos a plazo fijo, nada. La Agenda 2030 no son más que los viejos objetivos del milenio que estudiaste en el colegio a principios de los 2000 pero con otro nombre. Aunque quienes defienden esa teoría conspirativa a pies juntillas, siempre se olvidan de los dos primeros puntos de dicha agenda, para adaptarla a su propio discurso.
Las cosas son como son y son como siempre han sido.