Adictos a vivir en pandemia

Llevaba unos días pensando que por fin había llegado la Navidad y estaba preocupado, no vayáis a creer. Atardeciendo pasadas las 22:10 de la noche, amaneciendo a las 6:30, calor, terrazas llenas y cielos azules dignos del Campo de Amapolas de Monet, igual los del cambio climático iban a tener razón y me quedaba con una cara de gilipollas digna de estudio. Así que tuve que mirar la fecha y darme cuenta de que no, que apenas está empezando julio y el verano está abriendo los ojos a una vida más, otro ciclo que mantener. Por un momento reconozco que ver las redes sociales inundadas de test de antígenos positivos o leer noticias de zonas del país donde se han agotado sus existencias, me hicieron retrotraerme hacia el pasado mes de diciembre cuando la fiebre del test tomó el mando de nuestra civilización derruida. Qué tiempos. Aislamientos, positivos y padres volviendo a presumir de que encierran a sus hijos en la habitación sin dejarles salir, orgullosos de un comportamiento que debería de ser sancionable, pero contrario a eso, se encuentran con trastornados de su calibre que celebran con ardua pasión su responsabilidad social. Porque ‘estamos en pandemia’ y esa gente ‘nos cuida a todos’. No sé qué sería de nosotros sin ellos. Sus hijos tendrían infancia, eso sí lo sé, en cambio tendrán un precioso trauma del que presumir en terapia en unos años.

Los psicólogos se están frotando las manos, porque empieza su era dorada.

¿Recordáis el verano? Tiempo atrás teníamos a King África con La Bomba, temas de Paulina Rubio o Juanes, multitud de canciones del verano que marcaron a multitud de generaciones, bailando al son de sus notas intentando acercarse a ese amor de verano que la mayor parte de las veces, nos daba calabazas. Porque la tele ha hecho mucho daño con ese tema, ¿a que sí? O igual éramos solo los pringaos los que nos quedábamos a dos velas, que también puede ser. Pero el verano era verano: alegría, sol, calor, fiestas de prao, de pueblo y música cutre que poder bailar sin ningún tipo de ridículo con una copa en la mano que poder derramar sobre nuestros pies calzados con sandalias.

El verano es la carencia total de sentido del ridículo.

Tal vez por eso llevemos unos días viendo a tantísima gente con mocos y un poco de tos comprando test de antígenos como si tuviesen el ébola, y no un mero resfriado debido a los cambios tan bruscos de temperaturas que hemos tenido las pasadas semanas. Personas que viven una paranoia constante, sumidos en su falsa creencia de inmunidad/inmortalidad, donde el ser humano es una creación perfecta incapaz de enfermar hasta el pasado febrero de 2020, cuando un virus consiguió saltar todas las defensas terrígenas y atacar con toda su furia infectiva a una especie que, hasta entonces, había gobernado como un Dios eterno sobre el planeta y el sistema. ¿No?, es decir, quiero pensar que lo que hasta hace un bienio era un mero resfriado que no nos impedía hacer vida normal, no se habrá transformado hoy en un virus mortal que ríete tú de 28 Días o Resident Evil y su virus T. Porque algo no me cuadra en toda esta situación. Ni nosotros nos hemos convertido de la noche a la mañana en una especie débil y enfermiza; ni existe un virus que ha arrasado con la mitad de la población del planeta. Entonces, ¿qué ha pasado entre medias para que tantísima gente viva en ese estado de paranoia constante? Es verdad que durante muchos meses me amparé en el miedo generado por los medios, pero ese bombardeo constante lo hemos sufrido todos y no todos padecemos ese estado de histeria perenne que muchísimos conservan. ¿Entonces?, quizás el poder justificar un modo de vida asocial, por fin, y hacerlo pasar por la única forma viable de continuar viviendo y que el ser humano prospere. Esa falsa sensación de heroísmo que instalaron en la gente, donde por quedarte en casa viendo Netflix, eras un héroe que estaba salvando el mundo. No me cabe duda que muchas personas aún viven apostadas en esta idea, creyéndose el Superman de una era pagada de sí misma en la cual el egoísmo disfrazado de heroicidad constante, ha sustraído la poca cordura que aun pervivía entre nosotros.

Adictos a la posibilidad de estar enfermos, que no a la enfermedad. Adictos a mantener su paranoia, gastando dinero en cantidades ingentes en un test que no les van a decir absolutamente nada, pero que mantiene la llama de su histeria un poquito más. Y entre esos fuegos se consume la sociedad y el futuro de una generación. No pueden parar porque son yonquis, y el problema con este tipo de gente es que defiende la idea constante de que ‘estamos en pandemia’, cuando no es así. Son antivacunas disfrazados de científicos. Magufos consagrados a un dios inexistente, pero que no deja de susurrarles al oído que son mejores que tú. Y mientras esa gente se siga haciendo test por un constipado, seguirán dando positivo en una gran proporción de testeados. Mientras esa gente no conciba que el covid es un virus ya endémico, no pasaremos página y la espada de las restricciones continuará colgando sobre nuestras cabezas de forma constante. Porque su comportamiento nos afecta a todos, su comportamiento nos repercute a todos y cercena cualquier esperanza de pasar página de una condenada vez.

Sin esa hipocondría, miedo e ignorancia, no habría sido posible la ruina económica que padecemos. Eso sí, correrán a ponerse otra dosis como alma que lleva el diablo, porque tenemos a unas personas adictas a ‘vivir en pandemia’ y salir de este bucle es acabar con lo más relevante que les ha pasado en su vida.

Deja un comentario