
Hace algún tiempo, Carolina tuvo dos abuelos a los que amaba con toda la fuerza de su corazón. Dos abuelos que habían hecho y dado todo por ella, por su pequeña mariposa blanca. En un tiempo pretérito sus abuelos fueron los protagonistas de una historia breve, pero intensa, que te contaré a continuación. Lo fueron, porque en la actualidad ya no caminan sobre nuestro mundo terrenal, aunque Carolina siempre los recordará.
Un soleado día de otoño falleció el primero de ellos, una muerte inesperada, súbita, que dejó a su abuela como un alma errante; vagando por una casa repleta de recuerdos, pero vacía. Una casa llena de luz y calor, que se sumió en la insidiosa oscuridad en un parpadeo. Oscuridad originaria de un corazón dolido, quebrado por la pérdida, sin ganas de seguir luchando en la rutina que ahora debía de afrontar sola. Arrancada del lado de su eterno acompañante, su alma gemela ya perdida. El amor de su vida. Su todo.
Su abuela, una persona amable y tierna, tenía una gran confianza en su pequeña mariposa blanca, y Carolina intentó usar ese peso a su favor, para que aquella alma errante que convirtió su infancia en algo dichoso y lleno de alegría, volviese a sentir un poco de ese afecto que provocaba en los demás. Al final, su abuela terminó por contarle a Carolina que aún veía a su fallecido esposo, aunque fuera en sueños, y conservaba su recuerdo intacto. Le escuchaba cada noche antes de dormir, susurrándole al oído cuanto la quería.
– Me llama, me llama desde una lejana colina a la que no puedo llegar, porque siempre me despierto. Una colina que se comunica con la mía por cuatro puentes, mientras él deja su mano al alcance de la mía en una distante proximidad, punzante y dolorosa. Siento que mi corazón late, le siente cerca… le rozo y no logro sentir su mano. Le vuelvo a perder cada noche, y el dolor es más intenso cada mañana.
Los años se fueron sucediendo, hasta que pasaron cuatro otoños más. Pero no se había olvidado, no se puede hacer tal cosa, ¿Verdad? La muerte es un paso más en una nube de recuerdos inconclusos al que llamamos vida, pero un paso que todos hemos de dar. Y así fue que cuando se cumplía el cuarto año del fallecimiento de su amado abuelo, Carolina fue la que tuvo un extraño sueño: extraño y confuso, pero a su vez bastante iluminador. Una mezcla de todas las sensaciones que había vivido durante tantísimo tiempo junto a sus abuelos.
Era una jovencita de apenas cinco años que paseaba con su abuela por un largo y estrecho pasillo. Sentía claustrofobia, pero a su vez tranquilidad, ya que la mano de la joven agarraba con fuerza la de su abuela, por lo que la pequeña Carolina sabía que no le podía suceder nada malo. Ambas entraron hacia un ascensor, un ascensor normal y corriente de los que te encuentras en cualquier edificio. Y comenzó a subir. Inusitado traqueteo, ya que subía y subía sin cesar, planta por planta sin un número fijo en la pequeña pantalla digital. No iba a ninguna parte y el continuo ruido de las poleas se volvía hipnótico.
Se detuvo, y las puertas se abrieron de forma repentina. Su abuela salió, después de soltar su mano. Carolina trató de avanzar tras ella, pero su abuela la detuvo con ternura – No, tú no vienes querida mía – un escalofrío recorrió su cuerpo mientras su abuela se alejaba… una sonrisa, una última sonrisa y todo se acabó.
A la mañana siguiente, Carolina se despertó sobresaltada. Palpó su rostro y una lágrima recorría su mejilla derecha.
Su abuela había fallecido durante la noche.